Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

domingo, 8 de agosto de 2010

Me sucedió en la oficina, hace años (I).

No voy a decir, por ahora, dónde trabajo. Y es una pena, porque la historia gana bastante cuando se sabe este pequeño detalle. Pero, ya encontraré el momento y la manera de decirlo. Trabajo, como he dicho a veces, fuera de España, pero la mayor parte del personal de mi oficina es español. Según dice J., que trabaja en otra sección de mi oficina, hay cámaras por todos los sitios y los especiales nos controlan siempre. El simple hecho, según J., de que vayas a un lugar de la oficina que no se considera habitual en tí ya levanta sospechas. ¿Por qué creer a J.? Porque J. no elucubra, no hace conjeturas; da información concreta y comprobable. Porque me ha repetido conversaciones telefónicas que yo he tenido en el trabajo y que, en teoría, nadie podía haber escuchado (excepto alguien que pinche el teléfono). En mi trabajo, de vez en cuando, se oye alguna inocente broma acerca de los micrófonos; y los teléfonos... qué decir de los teléfonos (los de la oficina, los nuestros particulares y los móviles); éstos merecen un post propio.


Una vez acabado ya el ritual de cada tarde: despedirme de mi jefe, apagar el ordenador, recoger por encima la mesa... Saco el bolso del armario y empiezo a rebuscar; nada, que el móvil no aparece. En el bolsillo de siempre, en el otro bolsillo, en la parte central del bolso, en el neceser, incluso... Sigue sin aparecer. No sé dónde puede estar, aunque, hay algo seguro: lo he dejado en el bolso y de ahí no ha salido. No puede estar lejos. Esto tiene una explicación lógica. No sé cuál. Mira mejor, que tiene que estar. Amplio la búsqueda: primero al estante donde estaba el bolso; luego, a todo el armario. Nada. Los cajones. No aparece. Por encima del archivador, nada. Los cajones del archivador. Tampoco. Por el suelo, debajo de la mesa, debajo de la silla... encima de la mesa... No está.

Empieza a ser raro, porque yo trabajo en lo que se supone un sitio respetable. Además, el despacho que yo ocupaba por aquel entonces se encontraba en la zona de acceso restringido. El móvil no podía haber desaparecido. ¿Quién iba a cogerlo? No se me ocurre qué hacer. Llevo aquí poco tiempo y … asusta bastante ir a seguridad y decir que el móvil me ha desaparecido. En estos sitios no pasan estas cosas (es que yo, entonces, me encontraba en mi época “no-me-entero-de-qué-va”).

En casa, llamo a la compañía para que me anule el número. No me restulta tranquilizador que alguien que me ha sustraído el móvil, bueno, que ha metido la mano en mi bolso y se lo ha llevado, tenga la posibilidad de usar un número registrado a mi nombre. Después, la ronda de llamadas a todos los que tienen ese número, para decirles lo que ha pasado. Llega el turno de J.; no parece sorprendido, me dice:

- No te preocupes, que mañana lo encontrarás en el despacho. Cuando llegues, hazte una llamada y ya verás como está.
- No es posible, he anulado el número. Y, además, seguro que no está en el despacho, he mirado por todo.
- Bueno, de todos modos, tú mira, mira. Que ya verás como aparece.

 
Una conversación muy extraña. Y, más extraño todavía, a la mañana siguiente, nada más llegar a la oficina, voy a dejar mi bolso en el armario y, en el aparador en el cual lo dejo siempre, ahí, detrás de un trozo de plástico de burbujas, está mi móvil. El día anterior no estaba, seguro y... además para llegar a ese sitio, para quedarse cubierto por el plástico de burbujas, el móvil tenía que tener vida propia y poder meterse él solo. Otra explicación: alguien lo había dejado ahí. J. había acertado.

¿Cómo mirar, a partir de este momento a las personas que trabajan conmigo? Sólo alguien que trabajaba allí pudo haberlo cogido; que sabía cuándo hacerlo, que estaba seguro de que yo no iba a aparecer a mitad. Una (o varias) persona(s) con acceso a la zona restringida. Y... se hizo bajo la atenta mirada de alguna de las cámaras que controlan los especiales.

Por si acabas de incorporarte a la historia: 

6 comentarios:

  1. Que mal rollo, porque ahora mismo el móvil no te valdría de nada, estaría mas revisado que la casa del mismísimo rey, y además yo avisaría a mis contactos de todo ello para que abrieran bien los ojos....¡¡Y yo no los cerraría nunca!!

    Besitos.

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  2. Avisé a mis contactos. Y tienes razón, ese móvil ahora ya no sirve para nada: está "tuneado".

    Besitos

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  3. Cuánto misterioooo!! Para mi que fue J.
    Yo nunca pierdo el teléfono: simplemente no uso ninguno.

    Beso!

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  4. Yo ahora tampoco tengo problemas con el teléfono: ¡lo llevo siempre conmigo!

    Besos

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  5. Ohhhhh... el otro día pasé toda una mañana buscando mis lentes. Quizás lo cómico sería decirte que los llevaba puestos y no lo había notado. Cosas que pasan (sólo a mi, por cierto).

    Lo que quería contarte, es que siempre olvido mi móvil (si no es en casa es en la farma), pero siempre tengo la certeza del lugar exacto donde lo olvidé, y siempre está allí.

    También creo que fue J. Cada vez se me hace más raro ese sujeto... me da mala espina.

    ¡Beso grande! Por las dudas, no intentes llamarme ni enviarme un sms... no quiero que me encuentren.

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  6. ¿J? Tal vez. O algún "colega" suyo, quizás; él estaba muy informado. De todos modos, quien lo hizo necesitaba acceso a la zona restringida, incluso en horas no laborales (que fue cuando lo devolvieron). Nadie ajeno tiene acceso, eso es seguro. ¿Qué pensar?

    Besos

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