Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

jueves, 6 de octubre de 2011

Hace tres horas.

Abro los ojos. Maldito despertador, es como si no hubiese dormido lo suficiente. Miro la hora en el móvil, un dos enorme seguido de dos puntos y un veintiocho. No reacciono, y eso que siempre pongo el despertador a las seis y media. Sigue sonando y me doy cuenta de que no es el despertador, sino el timbre. Son las dos y veintiocho y alguien está llamando a mi puerta. Abro los ojos del todo. Es una hora más que rara...está sonando el timbre,  alguien está hurgando en mi cerradura y el corazón me late tan rápido y tan fuerte que en  cualquier momento va a salir disparado. Me levanto, enciendo la luz y me doy cuenta de que tal vez no sea la mejor de las ideas y la apago. No me acerco a la puerta. Tengo la mente en blanco. Sólo se me ocurren dos cosas: rezar algo rápido y desechar mi primera idea de tener el cuchillo japonés a mano (tal vez tenga almacenado en algún rincón de mi subconsciente que, en las películas, el cuchillo, sea de quien sea, suele acabar clavado en el bueno).

Me cambio de ropa. Por alguna razón, me siento más segura con un pantalón y una blusa.


Dejan de toquetear la cerradura. Pero siguen haciendo ruidos. Hay alguien en el rellano. Quiere hacerse notar. No sé en qué momento se me ocurriría a mí alquilar un piso justo al lado de la puerta de la escalera de emergencias. Poco a poco los ruidos van espaciándose y haciéndose más tenues.

Todavía no enciendo las luces, con la del móvil es suficiente. Algo me impulsa a dar una vuelta por el piso, no es que yo quiera, son los pies que me llevan. Ya me atrevo a hacer ruidos y, con cada ruido que hago, voy reconquistando un trocito de no sé qué.

Son casi las cinco. No se oye nada, pero no me atrevo a mirar por la mirilla. No todavía, sé que luego podré. Quizá el silencio absoluto asuste más que los ruidos.

A las seis y media sonará el despertador. Esta vez el de verdad. Haré lo de todas las mañanas, la ducha, el té verde; limpiadora, tónico y crema, en la cara. El desayuno: fruta, yogur... hoy creo que necesitaré, además, una sobredosis de dulce. Si me da tiempo, prepararé algo para almorzar en La Oficina y... me pondré un vestido y unas bailarinas. Y ... miraré por la mirilla, abriré la cerradura, el cerrojo de dentro y... tal vez...pensaré en la puerta de la escalera de emergencia, opaca y cerrada, pegada a mi puerta y quizá recuerde los ruidos de esta noche y ... ¿saldré de casa?

A estas horas, mi imaginación  está todavía durmiendo. El post de hoy es una historia casi en tiempo real, creo que no me ha dado tiempo aún de reaccionar. Estoy asustada, no tanto como hace casi tres horas; poco a poco se va pasando el susto, al fin y al cabo, tengo me han sucedido ya cosas suficientes como para haber desarrollado algunos recursos anti-pánico. Escribirlo y compartirlo es uno de ellos. ¡Gracias por escucharme!

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Casi, casi, en tiempo real.