Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

sábado, 8 de enero de 2011

Días negros.


Malevich, Cuadrado negro suprematista.


Me resulta difícil contar esa época tan dura. Llevo tiempo tratando de traducir todo aquello al lenguaje de las palabras y no puedo. No sé qué palabras podrían pintar mis sentimientos, las emociones que éstos me producían. Ni siquiera soy capaz de hacer un relato mínimamente organizado de todo lo que me sucedió. He tratado de ir a consultar mis notas, pero es duro y no me siento con fuerzas. Los acontecimientos se iban sucediendo y yo no era capaz de seguir su ritmo; al fin y al cabo, lo que me sucedía era demasiado atípico, demasiado fuerte y demasiado abundante. Supe que los especiales querían que yo trabajase para ellos; que entraban en mi casa en mi ausencia; que tenía cámaras de vigilancia en mi vivienda (que, por aquel entonces, dejó de ser mi hogar). Me amenazaron con que un día llegaría a casa y me los encontraría dentro, esperándome. La vigilancia era asfixiante; el teléfono de mi casa estaba pinchado en tiempo real (lo habitual en La Oficina es grabar conversaciones y escuchar en tiempo real sólo de vez en cuando, aleatoriamente, no todo el tiempo, como era mi caso).

Y... estaba el mundo paralelo... La Oficina. ¿Sería como en la leyenda????  Cada época terrible en mi casa tenía su correspondencia con sucesos en La Oficina. Fue entonces cuando sustrajeron mi teléfono móvil de mi bolso (en un despacho de una zona de acceso restringido); apareció al día siguiente, tal y como me informó J (el portavoz de los especiales). Curiosamente, ese mismo móvil desapareció misteriosamente de mi casa y volvió a aparecer al tiempo. Lo del teléfono fue como un pistoletazo de salida. "Casualmente" al poco tiempo empezaron los tiempos laboralmente complicados. Mi trabajo se multiplicaba inexplicablemente.  Una compañera abandonó La Oficina y yo tenía que hacer también su trabajo. No contrataban a nadie en su lugar (normalmente son rápidos poniendo una persona nueva). Después, otro de los que trabajaba allí pidió un permiso: yo ya tenía tres jefes para mí sola. La máxima de un jefe es "si mi secretaria no está haciendo nada que yo le haya mandado directamente y hace poco tiempo, es que está desocupada y ociosa". No importa si tienes dos cosas urgentes que te han mandado otros jefes o si estás con algo que no se resuelve en cinco minutos. Así que, mi jefe entró en su noprecisamenteencantadorafase. A pesar de que yo estaba hasta el cuello de trabajo (solía quedarme más tiempo, sin que nadie me lo dijese, simplemente porque, si no, el trabajo se acumulaba de una manera que resultaba imposible hacer nada), él tenía cada pocos días la "feliz idea" de reorganizar el archivo (tarea para la cual se necesitaba, según criterio de una jefa anterior, una persona a dedicación completa durante, al menos, quince días). Cambiaba unos cuantos índices, lo cual suponía reorganizar dos o tres cajones cada vez, llevar un registro de qué cosas cambiaba y adónde iban... y avisar a otras personas a las que afectase el cambio. 

Era una pesadilla veinticuatro horas. Mi casa... La Oficina... los especiales coreografiando todo... No sabía qué hacer y ... tenía miedo, mucho miedo. No había nadie a quién consultar, porque en mi círculo habitual nadie ha vivido situaciones similares. Empezó a afectarme. Rara vez lograba dormir más de dos horas y trabajar en esas condiciones y a ese ritmo era difícil. Cuando empezaba a apagarme, me tomaba una taza de té muy cargado con un trozo de chocolate; aquello me reanimaba un poco. Vivía en un estado permanente de tensión y angustia y miedo. No sabía si iba a encontrármelos en casa; ni si en la calle (tal y como habían amenazado) iban a abordarme y a proponerme trabajar para ellos. A veces me despertaba con la esperanza de que eso fuese una pesadilla; pero ahí estaban, recordándome que me vigilaban continuamente (me decían dónde había estado, me repetían mis conversaciones de teléfono...). Aparecieron las consecuencias físicas: me encontraba fatal y necesitaba ir al médico. No podía ir en Paísadoptivo a un médico y contar algunos detalles (sin conocerlos, era imposible comprender qué me pasaba); tenía que viajar a España, era urgente. Pero, de momento, me resultaba imposible, mi jefe de entonces no me daba días, se supone que yo debía de tener vacaciones a la vez que él; no importaba para qué las necesitase. 


Por si acabas de incorporarte a la historia:


jueves, 6 de enero de 2011

Una historia de terror.



Alexei K Savrasov, Pronto será primavera


Psicofonías, poderes telepáticos y episodios de catalepsia. Es parte de una realidad con la que me toca convivir día a día. No, no es que yo sea la niña del exorcista, ni que viva en Elm Street. Es mi teléfono, que está poseído. O, si no, ¿qué otra explicación puede tener? Tiene una apariencia muy normal, y sus orígenes están fuera de toda duda: lo compré yo misma en el híper; pero se comporta de una manera extraña.

Psicofonías

Algunos días, en mitad de una conversación, la voz de mi interlocutor se convierte en una especie de sonido siniestro, a veces ininteligible. Aunque, en realidad, yo no veo a la persona, con lo cual no estoy segura de que sea el teléfono; a lo mejor me relaciono con gente que, de repente y por las buenas, va y se transfigura en fantasma afónico. ¡Quién sabe!

Telepatía

Al comprar el teléfono, hice una ganga tan buena que, cuando pienso en ello, me siento como si hubiese estafado al vendedor. ¡Menos de veinte euros y tiene un accesorio última generación!  Es una antena invisible que transmite mis conversaciones por vía telepática. No, claro, obviamente no he visto la antena (las antenas telepáticas creo que son siempre invisibles); pero estoy segura al cien por cien: es muy fácil, yo digo algo por teléfono, siempre dentro de unos determinados temas, y, al día siguiente, hay alguien que reacciona de manera más que evidente o, incluso, que me hace un comentario que no deja lugar a dudas.


Catalepsia

Ahora viene lo de los episodios de catalepsia. Resulta que tengo yo un teléfono que, de vez en cuando y, sin motivo que lo justifique, se queda muerto, sin signos vitales. Mal lo de las “psicofonías”; pero... tener que convivir con un teléfono - cadáver en tu casa... la primera vez que me sucedió, yo estaba muy perdida, no sabía muy bien si dejar el teléfono donde estaba o meterlo en el congelador, no fuera a ser cosa de que empezase a oler mal. Me decidí por dejarlo donde estaba; que lo de colocar un teléfono muerto junto a la menestra congelada... me daba aprensión. ¡Sabia decisión! Al cabo de un tiempo, también de repente y sin motivo, el teléfono volvió a tener constantes vitales.

Éste no es un fenómeno aislado, se repite de vez en cuando, aleatoriamente. Cada vez que sucede me pongo hiperactiva, empiezo a maquinar soluciones a cámara rápida: sustituyo el teléfono por otro, nada, tampoco funciona; busco otro teléfono y llamo a la compañía telefónica local, la línea funciona perfectamente. Vamos que, si no me da por iniciar un proceso de reanimación con un desfibrilador de esos de las series de hospitales es porque yo no tengo de eso en casa. Luego, poco a poco, paso al modo sensato y me doy cuenta de que mi acelerón solucionaproblemas resulta inútil, así que me decido a esperar, a que, como siempre, el teléfono, por arte de magia, vuelva al mundo de los vivos.

Aunque, si soy sincera, esto de la catalepsia no sé muy bien si encuadrarlo dentro de lo paranormal o si es que, mi teléfono tiene vida propia y lo hace a posta. A veces lo he pensado: le doy muy mala vida; podría decir incluso, que soy una explotadora de teléfonos. Hablo muchísimo y, tal vez, él se canse o, más probablemente, se aburra, de mis excesos comunicativos. ¿Y si me encuentro ante una medida de presión? ¿Tal vez una huelga? Tengo un argumento que podría justificar esta teoría tan descabellada: es curioso que muchas de las veces en las que a mi teléfono le ha dado por entrar en estado comatoso, han coincidido con situaciones en los cuales el tener línea fija resultaba no sólo necesario sino imprescindible (una avería doméstica bastante seria; un fin de semana de tener que guardar cama...); vamos, ¡ni adrede!.

Las cifras misteriosas

No sabría qué nombre darle a esto; quizá lo más aproximado fuese “fenómeno Bélmez digital”. No es que misteriosamente aparezcan caras dibujadas en el suelo de la cocina, ¡que va! Esto era en el Bélmez original. Lo mío es más actual, más... ¡tecnológico! El soporte era un identificador de llamada. Un artilugio que, aparentemente, funcionaba de manera normal: en el momento en el que sonaba el teléfono, aparecía en la pantalla el número que me estaba llamando; hasta aquí, nada raro, un identificador de llamada que identifica la llamada. Pero este chisme tenía, además, una “función” extra que no aparecía en el libro de instrucciones. En el transcurso de la conversación iban añadiéndose cifras al final del número. Cada cifra que se añadía coincidía con un ruido extraño. Era un fenómeno parapsicológico muy completo ya que incluía una parte visual (las cifras que iban añadiéndose en la pantalla) y auditivo (el ruidillo que se oía al mismo tiempo).

Yo estaba tan emocionada; tenía algo tan mágico y misterioso en mi casa ... Supongo que debería haber consultado el tema con un Merlín encantador; un mago que me hiciese pensar que mi teléfono era una línea directa con los etéreos espacios ... pero cometí un error, se lo conté a mi amigo Cuadriculado: mente lógica, formación técnica y pies en el suelo. En unos minutos acabó con mi magia y mi misterio. Ni siquiera tuvo el detalle de darme una bonita explicación, ¡que va!, unos puntos concretos y ... con eso, pretendía que yo ya me diese por satisfecha.


  • El teléfono hace esas cosas porque está pinchado. Cosa previsible: trabajas en La Oficina.
  • Nada de psicofonías: el pincha que está en medio de la línea distorsiona las voces de los que hablan contigo.
  • ¿Pero tú crees en la telepatía? Te escuchaban y repetían lo que habías dicho por teléfono. No es tan complicado.
  • Catalepsia. Mira que tienes fantasía. ¡¿Cómo va a tener episodios de catalepsia un teléfono?! Eso es que te cortan la línea, hoy en día hay muchos medios para ello.
  • Cifras misteriosas... cada vez que se añade un pincha, aparece una cifra más en la pantalla.
Supongo que es más realista y verosímil la explicación de Cuadriculado. Pero, a mí que me gusta más lo de la telepatía y todo eso; creo que resulta menos inquietante.






lunes, 3 de enero de 2011

El año estaba a punto de acabar y no había logrado completar mi ración anual de felicidad. De repente, alguien me pintó una  sonrisa grande en la cara. ¡¿Quién iba a imaginarlo?! Era mi jefe, Herr B. En realidad fue involuntario por su parte, algo así como una sonrisa efecto colateral. ¡Pero qué efecto! Aún me dura.

Quiero compartir la buena noticia pintasonrisas con el mundo entero: ¡trasladan a Herr B!!!!!! El año empezará sin él. 

Dicen que "a jefe que huye, puente de plata" (me parece que, en vez de "jefe", decía otra palabra ;) ). Con mucho gusto, pongo el puente:


André Derain, El puente de Waterloo