Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

jueves, 29 de julio de 2010

Más de lo mismo.

A primera vista, resultas interesante. Hay que conocerte mejor, pero, de lejos, sin mostrarme mucho. Mmmm, eres justo lo que andaba buscando. ¡Me gustas! ¡Me gustas mucho!... Voy a ir poco a poco, asegurando cada paso; sin que te enteres, que no te me asustes. Poco a poco, poco a poco, que no quiero arriesgarme a un no antes de tiempo. Despacito, que pueda retirarme discretamente en cualquier momento. Bien, voy bien: lento, muy lento; pero, sin parar. ¡Me gustas! ¡Mucho! Eres casi perfecta; yo te haré perfecta del todo. Contigo, seré feliz y comeré perdiz. Mejor que no me conozcas mucho. Cuando estemos juntos, ya sabrás todo lo que tengas que saber; sólo lo necesario, no más. Si no sabes mucho de mí, es más fácil que aceptes. ¡Aceptarás! Nadie me rechaza. Soy un regalo para cualquiera. Avanzo, que no te engañen mis pasos pequeñitos, que yo no paro ni retrocedo.

¿Qué es lo que está pasando? Hasta ahora, yo nunca había parado, ni, mucho menos, retrocedido. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué no te ajustas a lo que yo esperaba? Yo hago mi parte, la hago bien, como con todas; haz tú la tuya. Miedo, tienes que aprender a tenerme miedo. Tu miedo sería la solución a nuestra historia.

¿Se puede saber qué es lo que te crees? ¿mejor que otras? Esas negativas tuyas... ¡ya las voy a arreglar yo! ¡Sabrás lo que es bueno! Ahora vas a sentir miedo. Voy a por tí. Voy a aislarte. Te destruiré como persona y entonces, ya serás mía.

¿Qué es todo esto? ¿Alguien que se obsesiona con una mujer? ¿Un maniaco? ¿Rasgos de maltratador? No. Es, simplemente, una metáfora del cortejo de los especiales. Es el método que han empleado conmigo para intentar captarme. Pero, para aquellos a quienes les guste más algo concreto, sin adornos y exacto, aquí va una especie de hoja de ruta, demasiado esquemática como para recoger todos los matices y en la que he separado cosas que, a veces, se mezclaban. 

  • Alguno de sus cazatalentos (yo los llamaría mejor oteadores de caza), en mi caso fue J. (al menos, eso creo), echa el ojo a la presa.
  • Te vigilan discretamente, sin que te agobies. Alguno de los suyos está siempre cerca de tí, trata de trabar amistad contigo... (J., otra vez).
  • Poco a poco, la persona que han puesto cerca de tí, va demostrándote que maneja cierta información... Hasta que llega un momento en el cual te dice, más o menos abiertamente, que trabaja para los servicios
  • Paralelamente, vas siendo consciente de la vigilancia que hay a tu alrededor. Hasta que llega un punto en el cual es axfisiante.  
  • El miedo como instrumento de dominación: hacen de tu vida un infierno. Tú todavía no has dicho ni sí ni no. Ni siquiera te lo han preguntado. Pero convierten tu día a día en una película de miedo; una persona aterrorizada no es, muchas veces, dueña de sus decisiones ni de su voluntad. Y además, cuando te hayan destruido harán contigo lo que quieran. 
  • Llega el gran momento: la persona que han puesto cerca de tí ya te ha demostrado que es un interlocutor válido y … te tantea. “Sabes... les gustas... podrías ganar bastante dinero...”. 
  • Ahora: el camino se bifurca. Dices sí, dices no (“me lo pienso” no es una respuesta válida). ¿Has dicho sí? Entonces, ya me contarás como sigue. ¿Has dicho no? Ya lo sé: bienvenido a la peor de las pesadillas, veinticuatro horas al día, vayas adónde vayas.


Hoy estoy ante mi gran momento culebrón de sobremesa (¡Dios mío! ¿Será un efecto del calor? ¿Esto es transitorio?). Pero, eso sí, he tratado de que no se note, ni siquiera en el final:

No os perdáis en el próximo capítulo:

- El momentazo en el que J. me "tira los tejos".

- ¿Me das tu opinión?

Por si acabas de incorporarte a la historia:


martes, 27 de julio de 2010

Tal vez...

...ahora, mientras yo escribo, o, más tarde, mientras tú lees, alguno de los especiales esté dentro de mi casa. Entran, salen... unas veces pasan despacito, como queriendo no dejar pisadas; otras, destrozan, se llevan cosas... A veces los imagino leyendo los libros y las revistas españolas que tengo en la estantería; quizá con un punto de esa nostalgia que da de vez en cuando la lejanía...





Por si acabas de incorporarte a la historia:


sábado, 24 de julio de 2010

IV

Tocaba mi primer cambio de jefe. Con el tiempo ha llegado a ser casi una rutina, pero, aquella era la primera vez y no sabía muy bien a qué enfrentarme. Eso sí, tenía muy claro que mis posibilidades de supervivencia eran directamente proporcionales a la rapidez con la que yo conociese a mi nuevo jefe y lograse adaptarme a su manera de trabajar. Para lo que no estaba preparada de ninguna manera es para todas las demás novedades, que, en ráfaga, iban a ir apareciendo en mi vida.



Los especiales consideraron que era el momento de comenzar abiertamente con mi proceso de captación. Para ellos era un trámite: creo que nadie rechaza sus ofertas. Conmigo se equivocaron en todo: en la forma, en el fondo, en las personas que emplearon... pero, el error más grande que cometieron fue pensar que yo iba a prestarme a eso. ¿Por qué no quería aceptar? Al fin y al cabo, mis posibilidades de negociación apuntaban maneras (supe desde el principio que necesitaban un perfil muy concreto y que yo era la única persona que encajaba). Con todo, dije no. Veía cosas que no me gustaban y mi intuición me gritaba que mejor pasar de largo. Sé que hice lo mejor, ellos mismos se han encargado de, día a día, demostrarme lo acertado de mi decisión. Me han enseñado cuáles son las cosas a las que se dedican, qué hacen con y a las personas. Desconozco la parte buena de lo que hacen; ya que, en el caso de que ésta exista, a mí no me la han enseñado. Por lo que yo he visto y he sentido en carne propia, la esencia de ese, por llamarle de alguna manera, trabajo consiste en, de una manera o de otra, traicionar y engañar. Es algo sucio que, por mucho que digan en las películas, no tiene casi nunca fines nobles o de servicio a una causa. Les mueve el dinero, el tener un puesto mejor ... y son capaces de lo que sea para conseguirlo. Bueno, de lo que sea, no. ¿Arriesgarse? ¿Jugarse la integridad física? ¿Meterse en una misión arriesgada pero necesaria? Eso no lo he visto nunca. Supongo que es mucho más fácil justificar su nómina indecente entreteniéndose en cosas como escuchar mis insulsas conversaciones telefónicas o en meterse en mi casa cuando yo no estoy. Soy inofensiva, no es peligroso para ellos seguirme cuando voy al supermercado, pinchar mi teléfono, o causar incomodidades a mi familia en España. ¿Violar mis derechos fundamentales? ¡Qué más da! Lo hacen desde la impunidad; creen que nadie va a poder con ellos.


“Cuenta las cosas tal y como me las estás contando a mí. Cualquier persona que sepa algo acerca de especiales sabrá que lo que dices es verdad. Es así como sucede, si no te hubiese pasado, no podrías hablar así, hay cosas que no sabrías”. Las palabras eran otras, el sentido era éste. Hace ya años... yo contaba mi historia a una persona con unos más que buenos conocimientos sobre estos temas. Yo le decía que, de muchas cosas, había pruebas guardadas. Todavía están por ahí; pero esa persona me abrió los ojos al decirme que, bastaba simplemente con hablar. Decidí dejar de estar callada, hablar mientras tenga cosas que decir. Ellos marcan la pauta, yo no creo, no invento, soy narradora. No he añadido ni puntos ni comas a esta historia; de hecho, la encontré, tal cual, en un manuscrito; un manuscrito peculiar: yo soy el papel. Voy a ir, poco a poco, rápido o lento, no depende de mí, transcribiendo, nada más que transcribiendo. El día en el que se me acabe el material, ya no podré escribir ni contar nada más; la palabra “Fin” la pondrán los especiales, cuando acaben de escribir el último capítulo.



Jacqueline con las manos cruzadas, Picasso.


Por si acabas de incorporarte a la historia:

viernes, 23 de julio de 2010

III

Prólogo de la historia: los especiales me recogen en el aeropuerto.

Había pasado ya tiempo desde mi entrada en M., en el coche aquel con los especiales. Desde que me dejaron en la puerta de mi hotel. Mucho tiempo como para pararme a pensar en ello y poco tiempo como para verlo en perspectiva y darle un sentido. Los especiales, los que han marcado mi vida en estos años, los que han tomado decisiones que cambiaban mi rumbo, los que entraron sin llamar, los que no se van. Los especiales ¿quiénes son? Cualquiera piensa que los conoce, que sabe a qué se dedican. Entonces yo también creía tener todas las respuestas. Ahora... Las películas de espías; hace ya tantos años que las veo inverosímiles y absurdas; con personajes de cartón piedra.



Había pasado ya tiempo... yo ya no pensaba en aquel trayecto en coche. Para mí había acabado ya en el momento en el que me dejaron en la puerta de mi hotel. Pero... como ya he dicho en otra ocasión... cuando los especiales te meten en un coche el viaje va a ser largo. La despedida en la puerta de mi hotel era el final de la primera etapa, no del viaje. Han pasado ya unos diez años y todavía sigo intentando bajarme del coche.

Primer capítulo: los especiales en la sombra, que se les vea lo justo.
Y llegaron tiempos de feliz ignorancia. Una nueva vida en un país que me gustaba. Un trabajo con banderas en la puerta. Gente nueva; pisar las calles de M.; escuchar cada mañana cómo la voz del metro iba anunciando las estaciones; gente del pasado, los adoquines de la Plaza... Estaba a gusto, bien conmigo misma. Fueron tiempos incluso de... ¡chocolate sin calorías!
 
Supongo que aquello formaba parte del programa; dejar que me asentase, que me lo pasase bien... que conociese más a fondo el país, la ciudad, que hiciese amistades... Mientras tanto, había que darme tregua, crear una falsa apariencia de normalidad, de aquí no pasa nada. Y yo... ¡en las nubes! ¡Ya lo sé! Parezco tonta, quizá es que, en ese momento, fuera tonta. Pero tengo excusa, era una situación extraña, fuera de mi catálogo, fuera, incluso, de los catálogos de las personas de mi entorno... ¡Quién hubiese visto algo raro!


Sí, me daba cuenta de que aquello tenía algo de atípico. Sólo que,  no veía motivos para preocuparme, al fin y al cabo eran nuestros especiales. En la oficina se respiraba vigilancia; yo era consciente, pero me la tomaba a la ligera. El "¿crees que habrá también cámaras en los baños?" era una más o menos típica broma entre compañeros (fuera de la oficina, eso sí). Sabía que existían las escuchas telefónicas, era consciente, incluso, de que los que escuchaban eran españoles, pero... no le daba más importancia. Según J., se grababan todas las conversaciones de nuestros teléfonos privados, y, de vez en cuando, al azar, pinchaban alguna en directo. Si, por algo, querían investigar más a fondo a una persona, se sacaban todas sus grabaciones, una por una. Pero se puede relativizar una vigilancia; "todo depende de la intención con la que lo hagan". Y, es así: no era igual entonces, que cuando, más adelante, conmigo, empezaron a utilizar el control como sistema de presión, de castigo por no haber dicho que sí, como instrumento de miedo.

Vivía en mi feliz ignorancia, sin saber qué era lo que habían planeado para mí. ¿Qué hubiese hecho si hubiese sido consciente de lo que pasaba? ¡Qué importa! En mi vida era de día y sé que aproveché bien cada minuto de luz que tuve. Poco a poco, empezó a atardecer y así como quien no quiere la cosa, me dí cuenta de que ya no era mediodía. La vigilancia empezó a ser más intensa, y no había ningún motivo para ello (nunca lo ha habido, ni lo habrá). No le dí importancia, lo tomé como algo estacional.

Segundo capítulo: empiezan a sacar las uñas.
¿Cómo se nota que te controlan más de la cuenta? Difícil de explicar, simplemente, se nota: unas veces, de manera muy concreta; otras, en una suma de pequeñas cosas. En mi casa, el teléfono, uno de los mejores termómetros, funcionaba peor que nunca: las llamadas se cortaban, hacía ruidos raros, se cruzaban conversaciones ajenas (sí, una llamada a cuatro, toda una experiencia)... En la oficina, de repente... llegó Isa. Necesitaban contratar una persona de refuerzo y ... ¡quién mejor que ella! Quiso la casualidad que la pusiesen en mi despacho.



Si yo hubiese sido una rata, en ese momento habría abandonado el barco y éste sería el final de mi historia. Pero... ¡no soy una rata! Y mi historia sigue; hay historias para rato. Mientras la pongo por escrito tratando de darle un hilo, me doy cuenta de que es difícil, de que hay días en los que no tengo ganas, de que me sale inconexa, incluso de que soy incapaz de consultar las anotaciones de mi agenda para ordenarla. Doy grandes pinceladas, me resulta complicado descender a los detalles. Y no sé por qué,  si... no debería darle importancia, al fin y al cabo... tal vez no sea mi historia.

Por si acabas de incorporarte a la historia: 

miércoles, 14 de julio de 2010

II

“Alguien te esperará en el aeropuerto, te llevará en un coche con matrícula especial”. (J., por teléfono, unos días antes de mi llegada). Yo no solía hacer caso de las extravagancias de J., más bien, las consideraba fruto de un golpe de calor, o efecto secundario de alguna de las distintas sustancias que tomaba; o producto de algún desajuste neuronal o … Con el tiempo, aprendí que J. daba la información importante disfrazada de sinsentido, que tenías pensar y sacar la frase de su envoltorio de locura; pero, para comprender todo eso necesité tiempo, mucho tiempo; por aquel entonces...



“...en un coche con matrícula especial”. Por un momento, la frase me pasó por la cabeza. Pero era tan absurdo, completamento ilógico. No tenía ningún sentido. Era uno de los absurdos esos que decía J. de vez en cuando. F. tenía un coche con matrícula especial. (De hecho F. era alguien especial, vida especial y sueldo especial. Era casi colega de Pablo y, supongo que, en más de una ocasión su trabajo tenía algo que ver con J. Pero, en el coche iba la María de entonces, la que pensaba que eso tan especial de los martinis con vodka y de las licencias para matar sólo existía en las películas). Y... no le dí ninguna importancia. No era consciente de que, en realidad, F. no me llevaba a mi hotel, sino a un lugar del que no se retorna.


Un día te metes en un coche y piensas que te llevan a tu casa, a tu hotel, que te acercan a una cita. Pero... no es así. El destino final es una pesadilla de la cual es difícil despertarse. Y... no lo sabes. Vas en el coche, ponen la música que te gusta y te sonríen. De repente, si tienes suerte, te das cuenta de que por ahí no se va a tu casa o a tu hotel o a tu cita. Y lo dices. El conductor sonríe de otra manera y … te hace vislumbrar algo. Le dices que pare o no se lo dices: esa es tu opción. No importa lo que tú quieras, “te has subido en el coche, eres propiedad nuestra”, él sigue hacia adelante. No te gusta el destino, piensas que quizás estés a tiempo para tirarte del coche en marcha y ... bloquean las puertas. Tal vez desistas, tal vez hayan conseguido meterte el miedo en las tripas. O... sigues intentándolo. ¿Eres hábil? ¿Y fuerte? ¿Imaginas bien y rápidamente? ¡Enhorabuena! Tienes posibilidades. Una maniobra inesperada y... el que conduce pierde por un momento el control del volante. Aprovecha el momento, luego será más difícil. Tírate del coche; en marcha; arriésgate; vas a lesionarte, seguro; pero... corre el riesgo... quedarse dentro es peor. Y ahora... corre sin pararte. No importa en qué estado te encuentres, con piernas rotas o con moraduras; simplemente, corre. No seas previsible, zizaguea, usa calles secundarias, despístales si puedes. Y... mira hacia todos los lados, no te relajes. Corre hacia adelante, sin pararte; con sueño o con hambre; cansado o enfermo; corre.



Una vez que te han metido en el coche... aunque tú no quieras, van a seguirte siempre, vayas por dónde vayas.

***

Hace muchos años, en, llamémosle M. (una ciudad a cuatro mil kilómetros de distancia, que no necesariamente empieza por esa letra), yo les gusté (a ellos, a los especiales); al menos, eso fue lo que me dijo J. Me eligieron como se elige al pato al que vas a disparar. Y...



¿Vas a tener paciencia para escuchar a trozos una historia muy larga? ¿Para... no obtener nunca conclusiones inmediatas? Y... ¿para no poder pasar las páginas a tu ritmo?

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jueves, 8 de julio de 2010

Cierra los ojos...

... pero no para no ver nada, sino para concentrarte y ver más. No voy a darte descripciones que te faciliten las cosas; el esfuerzo va a ser tuyo, tienes que imaginar. Hoy, toca una historia desnuda, sin cortinas, ni paisajes, sin piano al fondo de la habitación y sin callejón oscuro. Ve viviendo lo que te cuento y... el escenario vendrá solo. Cierra los ojos... y quítate prejuicios de encima, cada historia es nueva y diferente, ¿tópicos? No sé... tú mismo. ¿Verdad? ¿Ficción? ¿Tú qué crees? Las pistas, en los detalles. Recuerda, has cerrado los ojos, ahora no lees, escuchas; todos tus sentidos están puestos en la historia; valora los detalles, si pueden ser inventados, o si, por el contrario son vividos. ¿Simplemente una historia? ¿Mi vida? Cierra los ojos...¡déjate llevar!




Ya te conté que un buen día hice la maleta y me subí a un avión que me dejó a cuatro mil kilómetros de distancia. Llevaba pocas cosas, poco dinero y... muchas ganas. Ganas almacenadas durante años... pero... de eso hablamos otro día. Comenzamos por el principio, el momento en el que mi avión aterrizó; lo que sucedió antes no es parte de la historia, es... prehistoria.



Bajaba la escalerilla del avión y no era capaz de pensar nada. Me sentía rara. Estaba en un lugar y en un momento en el que llevaba años esperando estar y... yo pensaba que iba a ser de otra manera. Creía que el aire me iba a transmitir un no se qué. Pero no, de momento nada; ningún rayo de extasis me entró por la cabeza. Fue cuando pisé el suelo. Algo primitivo, que venía de la tierra. Se me metió dentro una sensación que no me cabía en el cuerpo.  Me vinieron muchas cosas a la cabeza y, a la vez, un instante de felicidad.  ¿Sigues aún con los ojos cerrados? Mejor, no los abras.



No me esperaba nadie en el aeropuerto;  ni falta que hacía. No era nueva en el país, había pasado allí dos o tres veranos y llevaba en la cabeza la dirección de un hotel no demasiado caro donde pasar dos o tres días hasta que encontrase piso, no necesitaba nada más. No me esperaba nadie en el aeropuerto, o, al menos, eso creo; pero no estoy segura. Nada más pasar el control de pasaportes, oigo mi nombre, con acento de mi ciudad. ¿No te parece increíble? Allí estaba F., un paisano mío que por aquel entonces trabajaba allí. ¡Qué casualidad! Había ido con su coche a esperar a dos personas, por motivos de trabajo. Y... me vió a mí. ¿No es curioso?



- ¡Qué sorpresa, María! ¡Qué casualidad que tú vinieses con ellos en el mismo avión! ¿Dónde vas? Te llevamos en el coche.



¿F.? ¿Quién es F.? ¿Qué es F.? No sé muy bien qué puedo decirte de F. para que, en dos palabras, lo conozcas. Mediana edad, llegó a hacer bastante dinero. Aprendió un idioma raro y, en el momento en el que tenía ya unos buenos conocimientos, apareció una oportunidad en el país del idioma raro que le iba como anillo al dedo (según los rumores, no fue cosa de suerte). ¿Tú crees en los rumores?



Mientras íbamos de camino al centro, pensaba en la casualidad, en que F. estuviese en el aeropuerto y me viese, no sé... era como si estuviese perdiéndome una parte importante de aquel trayecto en coche. Sí, claro, las conversaciones de teléfono de los últimos días. ¡Ahí estaba! Una persona, que, por cierto, era casi compañero de trabajo de F., me había dicho que alguien vendría a buscarme al aeropuerto y me dió un detalle, que... encajaba con el coche de F. En ese momento no entendí nada.



Ya lo sé. Te estoy contanto algo muy atípico. Que si es verdad, ¿a tí que te parece? ¿Tienes aún los ojos cerrados? ¿Sí? Entonces... ¡haz caso a tu intuición! No importa si no te enteras muy bien de qué va, a mí misma, que, al fin y al cabo, soy la contadora de la historia, me costó mucho tiempo saber qué era todo esto. Poco a poco, si tienes paciencia, día tras día, personaje tras personaje, situación tras situación... y, si en vez de leer, escuchas con los ojos cerrados, tú también sabrás de qué va todo. Pero... tendrás que fiarte de lo que tú pienses, porque yo nunca te diré si has acertado.



¡Mañana más!

Por si acabas de incorporarte a la historia: 

miércoles, 7 de julio de 2010

Sorpresa (y II).

¿Pero qué es eso?  Parecía algo peligroso, o, cuanto menos, inquietante. Aunque suelo fiarme de mi intuición (que, en ese momento, estaba en modo aquí-no-pasa-nada), era la razón la que había tomado el mando. Razona, ésta es una casa de militares; quiere decir que han vivido militares en este piso. El casero, como puedes ver, no se ha esmerado al vaciar las habitaciones, así que, aquí hay cosas de ocupantes anteriores. No tienes ni idea de temas militares, ni mucho menos de armas, pero este chisme tiene una pinta horrible. Nooo, ni se te ocurra tocarla; y mucho menos, moverla; ni te acerques. Parece de hierro, macizo; pero, no lo sabes. ¿Qué pinta tendrá un artefacto explosivo???? No es tan fácil. Ni siquiera tienes todavía internet, además, no creo que teclear en Google imágenes "artefacto explosivo" te sirviese de mucho. Además, parece del año que reinó Carolo, esto es una reliquia. ¡Madre mía! ¿Explotará si vibra el suelo????? ¡Ay! ¡Que esto lleva dentro algo que explota! ¡Quién te manda no haber mirado mejor! Tranquila, todo tiene solución. Además, de todos modos, los anteriores inquilinos han vivido con esto y ...¡no hay restos de explosiones por ninguna parte! Pero tienes que buscar solución. Tú no quieres vivir con la cosa esta ni un día.

Plan A: preguntar a los caseros. No son militares, pero sabrán qué hacer.
Tal vez los caseros se desentiendan, o me digan que no hay que preocuparse y sea mentira. No séeeee.

Plan B: preguntar a la vecina. Parecía simpática. Su marido es militar. Seguro que lo resuelve...
No hay que confiar plenamente en un plan, por muy bueno que éste parezca.

Plan C: (aquí ya empezaba la cosa a ponerse trágica). Llamo a algún sitio militar. La casa es de militares.
Por si acaso...

Plan D: (in crescendo). La policía, eso es, ¡la policía!.

A partir de la letra D, los planes, vistos en frío, resultan surrealistas. No digo hasta qué letra llegué, ni en qué letra el plan era llamar al camión otra vez y salir del piso corriendo.

Plan A: pregunto a los caseros:

- Y.... estooooo... ¿es algo... peligroso?
- Esto es una pesa. (La casera sonríe...). Para hacer ejercicio.
- ¿Una pesa? (Sonrisa).

Y es así como yo, María, adopté aquella pesa y le dí el lugar que se merecía en mi casa. Pasó a ser La Pesa. Lamentablemente, no me siguió en mi posterior mudanza; al fin y al cabo, no había sido una adopción en regla, tan sólo una acogida. Ahora, La Pesa tenía que seguir con sus "tutores legítimos", los caseros, que... al final, me dejaron sin la parte más interesante de la historia: cómo aquel objeto tan curioso llegó al piso.

domingo, 4 de julio de 2010

¡Sorpresa!

El piso no está mal; te gustan la cocina y el baño; el parquet, en muy buen estado; las paredes no son demasiado feas; tiene, incluso, lavaplatos y aire acondicionado en el salón. El edificio, alejado del centro, en tiempos era una casa para militares. Todavía quedan algunos de los primitivos propietarios. Firmas el contrato, pagas la comisión a la agencia y... en una segunda inspección, cuando ya se han ido los caseros y el proceso resulta ya irreversible, sales al balcón y, en un rincón, medio escondido... encuentras algo parecido a...




... pero visto desde una perspectiva que oculta el asa.



Dime...
...¿Qué haces?