Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

martes, 31 de agosto de 2010

Una metáfora irreal.

Entrar al piso me producía una extraña sensación de aire pesado. De alguna manera, me inquietaba. Día a día el la atmósfera se volvía más y más pesada; sobre todo en la habitación. Sentía como si algo irreal se me agarrase a la espalda. Y esta sensación no me abandonaba hasta que no salía a la calle. Una tarde alguien me dijo que sentía algo raro cuando cuando entraba en mi casa, y en ese momento, empecé a preocuparme. Había nombrado la palabra fantasma y yo quería vivir sola, no con ese compañero de piso.

Se despertó mi más primitivo instinto de defensa de mi territorio. Un libro de conjuros; un ritual con velas de colores; incienso... pero el problema, lejos de solucionarse, iba a peor. Yo me encontraba cada día más tensa; no es que tuviese miedo, sino que sentía que me habían invadido. Por aquel entonces, el fantasma había hecho ya de mi hogar el suyo y cada vez era más real; había pasado de ser una simple sensación a ser una
presencia. Llamé a un chamán centroasiático; pero, cuando le abrí la puerta, una ráfaga desagradable me bajó
por la espalda y... le pedí que se marchase; tuve que insistir para que aceptase una compensación económica por haber gastado su tiempo. Cerré la puerta sin ganas
Me senté en el sofá, con los pies encima de los cojines y asumí, al fin, mi derrota. Y... el fantasma por primera vez ocupó su lugar en el sofá. Podía verlo, no con los ojos, sino con la mente. Se agarró a mí. No sabría decir si me abrazaba o me sujetaba. Pero estaba ansioso, desesperado, como si yo fuese su última, y quién sabe si única, posibilidad de solucionar algo.  Miré hacia donde se suponía que él estaba, mantuve los ojos muy abiertos y, en ese momento, quise preguntarle. De alguna manera me contestó.                                                      


                        
                                  
Vasily Kandinsky, "Línea blanca"


























                                   Vasily Kandinsky, "Mi comedor"



Los días siguientes trajeron cambios. Al principio se me hacía raro saludarle al entrar o hablar con él de tonterías; pero logré acostumbrarme. El  fantasma iba sintiéndose cada vez menos invisible y agradecía mucho el que me preocupase por él. El aire de la casa era cada vez menos pesado y en la habitación no se respiraba ya angustia. Los que venían a casa se sentían a gusto y no notaban nada raro.

Una noche sentí como mi  fantasma salía por la puerta del piso. Ya no era un anciano, era un hombre que caminaba con la espalda recta. El perro de los vecinos empezó a aullar.

_ _-  .  

Cada mes le entregaba a mi casero la correspondencia. Recibos; alguna carta despistada a su nombre; sobres del banco... siempre lo mismo. Me llamó la atención aquella caligrafía, con la letra cuidadosa de una persona anciana; quién sería ese I. S.; y el remite: la Asociación de Veteranos... Mi curiosidad necesitaba respuestas: 

- IS ... era el hermano de mi padre. Murió hace cinco años. Vivía solo en este piso,  mi mujer y yo veníamos a visitarlo una vez por semana y cuidábamos de él. Sí, luchó en la guerra pero no sabemos mucho ... no le gustaba hablar de ello... No tuvo hijos y por eso, heredamos nosotros este piso... 

jueves, 19 de agosto de 2010

Síndrome de Estocolmo I.

Cuando empecé a ser consciente de que era objeto de seguimiento por parte de los especiales me sentía agobiada. Luego pasé a una fase de indiferencia y ahora... estoy un poco preocupada, porque creo que padezarco una variante extraña del Síndrome de Estocolmo. Es que a algunos de mis  seguidores los considero ya como de la familia. Es más, cuando, de repente, no está el habitual, sino que es otro el que me sigue, a mí me falta algo. Me entra una desazón, empiezo a pensar lo peor: que si ya no me quiere, que si estará siguiendo a otra con la misma dedicación que ha estado poniendo en mí hasta hace dos días; que si me habrá estado simultaneando... Otras veces, es peor, se convierte en un sinvivir. No me siento como la abandonada celosa y despechada; sino como la que espera a que él vuelva de un lugar peligroso. Y una, que ha visto muchas películas, empieza a moler café: mira que no es un cualquiera, es un especial, y a los especiales los mandan a sitios horribles no sé lo que puede haberle pasado; tal vez no esté bien, ¿y si le han asignado una misión de alto riesgo? … no sé, quizá seguir a otra secretaria más peligrosa incluso que yo, si esto es así, posiblemente a estas horas esté malherido en algún callejón, o... ¡no quiero ni imaginarlo! ¡y pensar que la última vez que nos vimos, no nos despedimos! Afortunadamente, mis temores han sido siempre infundados y mi especial seguidor siempre vuelve a casa.


En realidad, este post no lo has leído, porque yo no lo he escrito. Es una caricatura de lo que yo sentiría si los especiales hubiesen conseguido "abducirme" (creo que esta palabra es mucho más precisa que "captarme"). Entonces yo viviría en la nube de los todoestoespormibien, yotengolaculpa, losespecialescuidandemi, lesdebotanto... y... lo peor de todo es que... ¡les estaría, de alguna manera, agradecida! Pero... como decía antes, este post no lo he escrito; porque, gracias a Dios, soy libre de pensar, de expresarme y de sentir. No tengo ninguna vinculación con ellos, así que ... soy dueña de mí misma y libre de tomar mis decisiones (incluso las equivocadas). ¡Ah!... mejor olvídate del primer párrafo, que no lo has leído, que yo no lo he escrito.

Por si acabas de incorporarte a la historia:

miércoles, 11 de agosto de 2010

Trabajar en una Embajada...

...en un centro de investigación nuclear; en un recinto militar de alta seguridad; en una empresa de tecnología... tendría que ser un medio de vida, no un modo de vida. Son simplemente trabajos, que, aunque tengan unas ciertas servidumbres, no tendrían por qué condicionar de manera drástica la vida de quienes los desempeñan. La Embajada, el centro de investigación nuclear; el recinto militar o la empresa de tecnología tienen derecho a tener empleados discretos, sin fisuras, que puedan manejar información sensible o estar cerca de ella.
  
Para ello tiene a su disposición recursos en primer lugar, eficaces; en segundo lugar, que no desbordan los límites de la ética y, en tercer lugar, que no van a resultar molestos para sus empleados (tres pilares básicos):


1) Investigación previa a la contratación.

Justifico y apoyo una investigación previa a la contratación; pero siendo muy cuidadosos en no atravesar ciertos límites. La empresa debe asegurarse de que los investigadores realizan su trabajo de manera impecable: que sepan que el posible empleado es de confianza; pero respetando siempre el derecho a la intimidad (sin ahondar en temas que no afectan para nada a la empresa) y de manera muy aséptica (no dejándose llevar por cierta curiosidad morbosa).

Hay un tipo de investigador que, a medio o largo plazo (o, incluso, a corto) acaba siendo un problema para la empresa: el que conoce previamente al futuro empleado o, peor todavía, que tiene en él algún interés personal (para bien o para mal). En este caso, mejor no asignarle la investigación, ya que lo más probable es que trate de satisfacer su curiosidad personal o que,tarde o temprano, acabe “yéndose de la lengua” (¡o ambos!).

2) Control estricto en el lugar de trabajo.

A nadie que no tenga nada que ocultar le molesta este control; cámaras de vigilancia en las zonas de trabajo; un protocolo estricto de transmisión y almacenaje de documentos; control de acceso; acompañar en todo momento a personas ajenas...

En principio, con esto es suficiente. Si se contrata personal de confianza y, además, se controla de manera escrupulosa el lugar de trabajo; cualquier información, por sensible que sea, está a salvo.


Pero, lamentablemente, existe el riesgo de que se encarge velar por la confidencialidad a personas que no están capacitadas y ello redunda en fallos graves que acaban repercutiendo en la empresa.

1) Posibles errores en la investigación.

Antes de contratar al empleado, a la empresa le interesa saber que es discreto, que no va a revelar información. No tiene derecho a meterse en: el número de parejas que ha tenido en su vida; si saca la basura todos los días; qué compra en el supermercado; sus conversaciones personales o qué le gusta en la cama. 

Olvidarse de que a la persona que trabaja en uno de estos lugares la Constitución le garantiza los mismos derechos que a los demás. Entre ellos, el derecho a la intimidad. Intervenir los teléfonos personales (fijo y móvil); entrar en el domicilio del empleado, por supuesto, sin permiso y cuando no está en casa; poner micrófonos y cámaras (no sé por qué asociación extraña pero, es que, si no, se me olvida, tengo que contaros lo del día en el que encontré una microcámara en mi dormitorio; no es que diga yo que viene a cuento; es, simplemente, que me he acordado ahora); investigar a todo el entorno y a más todavía (estas horas me afectan de manera extraña, otro recuerdo relámpago: el día en el que J. me dió los suficientes datos acerca de P. como para demostrarme que sus investigaciones  habían llegado ya hasta ahí - ¿que quién es P.? P. fue no sólo mi mayor motivación para mejorar mi inglés, sino el que mejores “métodos pedagógicos” tenía; era tan mono... tenía un no sé qué, en realidad sí que sé el qué, pero no lo cuento ahora, que me voy del tema. Aunque, supongo que, cuando J. vino con la información, el hecho de que yo tuviese ya los treinta cumplidos, ¡relativizaba ya bastante a mi irlandés de verano de mis 19 años!-), realizar seguimientos exhaustivos; exigir datos médicos (esto último es realmente molesto, no digo que esté relacionado con este post, pero me viene a la cabeza una vez que me exigieron este tipo de datos y... es muy desagradable); poner un coche “con bicho-vigilante” en la puerta de entrada del domicilio... todos esto no sólo es innecesario sino que … para qué hablar de aspectos legales; y... supongo que quemar de este modo al empleado no es muy inteligente.


Acosar a los empleados con vigilancias 24 horas.

Poner al investigador equivocado. (De esto ya he hablado antes).

2) Posibles errores en el control que se lleva a cabo en el lugar de trabajo.

Ignorar que la gente va al baño empujado por ciertas necesidades higiénicas o fisiológicas. (Bueno, a veces... no sólo por eso. Pero, bueno, un peine, una crema de manos o un neceser de emergencia no son peligrosos). (Hay que decir, -ya sé que no queda muy bien, pero...- que los controles de baño: tanto el más cutre como es una persona que se queda por ahí hasta que acabas o los más sofisticados y tecnológicos... “cortan el rollo”, sobre todo hasta que llevas cierto tiempo).

¿Es imprescindible investigar  el contenido del tupper que dejas en la nevera? (¿será que existe una receta de “verduras salteadas con crujiente de micrófonos”? Yo, es que... soy una afectada de los métodos de la brigada de tupperinvestigadores . Se me quedó la cara de póquer cuando deduje de lo que me dijeron que mi tortilla de patata estaba incluida en algún informe top secret. Claro que, en este caso, lo comprendo perfectamente: no era una tortilla de patata normal, era una versión compatible con una dieta baja en calorías a cuya invención me había llevado el hambre).


 
Un error más que grave es cuando el control dificulta el trabajo. Por ejemplo, el material informático. Muchas veces, la torpeza al intervenir los ordenadores dificulta mucho las condiciones de trabajo; y podría darse el caso de entorpecer y ralentizar la ejecución de algo urgente.

El error más grave sería investigar; sí, investigar en el hipotético caso de que se llevase a cabo de cierta manera: de que no se respetasen ni la dignidad ni los derechos de la persona; se convirtiese su intimidad en un circo al que todos los investigadores tuviesen acceso y... de que se olvidase que, afortunadamente, estamos en un Estado de Derecho, en el que, incluso para el peor de los terroristas, tendría que ser un juez el que autorizase, de manera motivada, una investigación de cierto tipo.    

No es mi intención elaborar un informe exhaustivo, ni siquiera un informe no exhaustivo, esto lo dejo para los especialistas; de hecho, no he datos concretos, sino que he pretendido elaborar un catálogo de posibilidades que podrían plantearse, de errores que podrían cometerse. Sólo quiero hacer una reflexión personal; dar mi opinión. Es que es un tema acerca del cual llevo tantos años pensando que... hoy se me ha escapado por los dedos y … ha acabado en un post. ¡Ah! Supongo que hace ya unas cuantas líneas que os habrá surgido una pregunta, que dónde trabajo yo. Ya lo he dicho: en una oficina.


  
A quien le interese: tengo una vecina cotilla (¿será esto lo que, inconscientemente, me ha llevado a este post?). 


Por si acabas de incorporarte a la historia:

lunes, 9 de agosto de 2010

Me sucedió en la oficina, hace años (y II)

No sabía qué hacer con aquel teléfono. No quería llevarlo a casa, porque suponía que le habían hecho algunos cambios. Por lo que me habían insinuado, con unos retoques el teléfono se convertía en un enemigo que llevabas siempre encima (esos pequeños cambios que lo convierten en un micrófono que siempre va contigo). Estaba demasiado bloqueada como para tirarlo y, en aquellos tiempos yo era demasiado nueva en esto como para llevar el móvil al sitio adecuado. Así que, no lo saqué de la oficina. Lo metí en el cajón de la mesa y … ahí se quedó durante un tiempo.




No sé por qué, un buen día me dió por llevar el teléfono a mi casa. Lo guardé bien escondido, en un intento de ponerlo a salvo de los especiales que, en mi ausencia, entraban en mi piso cuando les venía en gana. Y... el teléfono se quedó un tiempo allí, hasta que... volvió a desaparecer de mi vida (esta vez se lo llevaron de mi casa).



Algunos dicen que la Historia no es lineal, sino un conjunto de ciclos que se repiten. Y así fue. Pasó tiempo, bastante tiempo. Y... entré en casa. Mi teléfono desaparecido había decidido volver a su hogar: ahí estaba, a la vista, sin moverse ni un milímetro del lugar en el que los especiales lo habían dejado.

Por si acabas de incorporarte a la historia:

Me pasa a veces.

No puedo evitarlo. Es parte de mi dualidad, de mi aquí y allá, acordarme de lo que no tengo en este momento. Llevo en España ya unos meses involuntariamente. Y... me entra una nostalgia... Cuando me pasa esto, me pongo a buscar casi compulsivamente cualquier cosa de mi país adoptivo: canciones (populares o actuales), fotografías, vídeos... me da un punto masoquista, busco y busco, y sé que, cuando lo encuentre, se va apoderar de mí esa emoción o sentimiento, no sé cómo llamarlo, tan raro... Hoy ha sido diferente, buscando otras cosas, un vídeo de canciones populares me ha encontrado a mí y... aquí estoy, dándole una y otra vez al "repetir" y con un paquete de pañuelos cerca (¡quién sabe!).



Un trozo del cielo que estoy echando tanto de menos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Me sucedió en la oficina, hace años (I).

No voy a decir, por ahora, dónde trabajo. Y es una pena, porque la historia gana bastante cuando se sabe este pequeño detalle. Pero, ya encontraré el momento y la manera de decirlo. Trabajo, como he dicho a veces, fuera de España, pero la mayor parte del personal de mi oficina es español. Según dice J., que trabaja en otra sección de mi oficina, hay cámaras por todos los sitios y los especiales nos controlan siempre. El simple hecho, según J., de que vayas a un lugar de la oficina que no se considera habitual en tí ya levanta sospechas. ¿Por qué creer a J.? Porque J. no elucubra, no hace conjeturas; da información concreta y comprobable. Porque me ha repetido conversaciones telefónicas que yo he tenido en el trabajo y que, en teoría, nadie podía haber escuchado (excepto alguien que pinche el teléfono). En mi trabajo, de vez en cuando, se oye alguna inocente broma acerca de los micrófonos; y los teléfonos... qué decir de los teléfonos (los de la oficina, los nuestros particulares y los móviles); éstos merecen un post propio.


Una vez acabado ya el ritual de cada tarde: despedirme de mi jefe, apagar el ordenador, recoger por encima la mesa... Saco el bolso del armario y empiezo a rebuscar; nada, que el móvil no aparece. En el bolsillo de siempre, en el otro bolsillo, en la parte central del bolso, en el neceser, incluso... Sigue sin aparecer. No sé dónde puede estar, aunque, hay algo seguro: lo he dejado en el bolso y de ahí no ha salido. No puede estar lejos. Esto tiene una explicación lógica. No sé cuál. Mira mejor, que tiene que estar. Amplio la búsqueda: primero al estante donde estaba el bolso; luego, a todo el armario. Nada. Los cajones. No aparece. Por encima del archivador, nada. Los cajones del archivador. Tampoco. Por el suelo, debajo de la mesa, debajo de la silla... encima de la mesa... No está.

Empieza a ser raro, porque yo trabajo en lo que se supone un sitio respetable. Además, el despacho que yo ocupaba por aquel entonces se encontraba en la zona de acceso restringido. El móvil no podía haber desaparecido. ¿Quién iba a cogerlo? No se me ocurre qué hacer. Llevo aquí poco tiempo y … asusta bastante ir a seguridad y decir que el móvil me ha desaparecido. En estos sitios no pasan estas cosas (es que yo, entonces, me encontraba en mi época “no-me-entero-de-qué-va”).

En casa, llamo a la compañía para que me anule el número. No me restulta tranquilizador que alguien que me ha sustraído el móvil, bueno, que ha metido la mano en mi bolso y se lo ha llevado, tenga la posibilidad de usar un número registrado a mi nombre. Después, la ronda de llamadas a todos los que tienen ese número, para decirles lo que ha pasado. Llega el turno de J.; no parece sorprendido, me dice:

- No te preocupes, que mañana lo encontrarás en el despacho. Cuando llegues, hazte una llamada y ya verás como está.
- No es posible, he anulado el número. Y, además, seguro que no está en el despacho, he mirado por todo.
- Bueno, de todos modos, tú mira, mira. Que ya verás como aparece.

 
Una conversación muy extraña. Y, más extraño todavía, a la mañana siguiente, nada más llegar a la oficina, voy a dejar mi bolso en el armario y, en el aparador en el cual lo dejo siempre, ahí, detrás de un trozo de plástico de burbujas, está mi móvil. El día anterior no estaba, seguro y... además para llegar a ese sitio, para quedarse cubierto por el plástico de burbujas, el móvil tenía que tener vida propia y poder meterse él solo. Otra explicación: alguien lo había dejado ahí. J. había acertado.

¿Cómo mirar, a partir de este momento a las personas que trabajan conmigo? Sólo alguien que trabajaba allí pudo haberlo cogido; que sabía cuándo hacerlo, que estaba seguro de que yo no iba a aparecer a mitad. Una (o varias) persona(s) con acceso a la zona restringida. Y... se hizo bajo la atenta mirada de alguna de las cámaras que controlan los especiales.

Por si acabas de incorporarte a la historia: 

jueves, 5 de agosto de 2010

El empedrado de la plaza.



Quiero a estos adoquines porque guardan muchos pasos míos: pasos solitarios y pasos acompañados; cuando era yo la que llevaba, cuando me llevaban; cuando paseaban a mi lado. Huelen a tabaco, a chocolate, a nada. Los de un lado saben a felicidad y los del otro, a sal de lágrimas. Me han oído pensar.


Me gusta pisarlos, una y otra vez. Cuando busco algo que no encuentro; cuando necesito aire en la cara; cuando estoy muy bien o muy mal... cuando, simplemente, quiero pasear. Me hacen sentir bien, supongo que porque en ellos, por muchos motivos, para mí está la esencia del lugar en el que vivo.

Hace un rato, he vuelto a echarlos de menos y ... me he sentido lejos, muy lejos, a cuatro mil kilómetros de distancia.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Intuición.

Mi intuición resulta a veces de lo más inoportuna. No es de esas que espera tranquilita a que yo esté desocupada y ociosa. A ella le gusta interrumpirme. A veces, en el peor momento, se pone a tirarme de la manga mientras repite con voz machacona: "hazme caso, hazme caso". He aprendido que, lo mejor en esos casos es dejar lo que estoy haciendo y escucharla. Porque, si no, no me deja en paz. Y, porque, además, suele decirme cosas sensatas y acertadas.

Llevaba unos días un poco pesada. Claro, no me extraña, ella insistiendo y yo ignorándola. ¡Pobrecita mía! Pero es que era ponerme yo a escribir en el blog y ella...¡hala! ¡a ponerse pelma! En estos casos, como sabe que aunque no quiera, la oigo; empieza a hablar y no calla hasta que no ha dicho todo. "Llevas unos días escribiendo la que tal vez sea tu historia y a algunos de los que la leen no les queda muy claro quiénes son esos especiales que acaparan el protagonismo. Es culpa tuya, que no lo explicas bien".  Y así, un día tras otro, ¡lo que tengo que aguantar! Esta mañana cuando estaba yo escribiendo el anterior post  había demasiado silencio, faltaba algo. "A ver, ¡dónde estás tú ahora que no das la lata! ¿Te has quedado dormida? ¡Pues vaya porquería de intuición, que se me duerme!". "Que no estoy dormida. ¿Te crees que sólo el sueño me hace callar? Tantos años juntas..." (por el tono de voz, estaba un poco molesta). "Venga, no te me enfades, que seguro que quieres decirme algo".  Pero, como estaba enfadada, se ha quedado muda. Ni ruegos, ni carantoñas... ¡no le he sacado ni una palabra!

De pronto, algo me ha venido a la mente, de forma inesperada, un pensamiento rápido, algo que sabes que es así, pero no puedes explicar por qué. "Ahora, los que leen la que tal vez sea mi historia ya tienen claro quiénes son los especiales".

Y... mi intuición, muy calladita, me ha hecho un guiño y ... una frase ha llegado como una ráfaga y se me ha quedado ahí escrita, por dentro de la frente: "¿Ves, María, cómo yo también soy una intuición aséptica y profesional cuando quiero?". La cosa es... que espero que no tarde mucho en desenfadarse, porque me gustaba más de la otra manera.

Andrés es especial.

De lejos: Andrés (*), el centro de un corrillo; a su alrededor, todos se muestran animados. Le doy el beneficio de la duda: tal vez mejore en la distancia corta y en petit comité tenga gracia.


De cerca: voy a dejar papeles en uno de los casilleros de la entrada. Veo como el pobre Andrés sale de vacío; como un niño que encuentra su ventana vacía el día de Reyes. Pero Andrés es un especial, el primero de la jerarquía especial en M y un especial debe tener siempre la cabeza fría y saber remontarse ante un revés. No sólo no se entristece ni siquiera un poquito, sino que le da la vuelta a la situación y en un alarde de salero y desparpajo, pone un mohín teatral y afectado y generosamente, deja a un lado su decepción e intenta hacerme reir (¡por fin! Voy a tener la suerte de disfrutar de la graciosa verborrea de Andrés; y, además, ¡para mí sola! ¡Ay que pena! ¡Que no estoy en España! Si estuviese, me iba volando a echar la Primitiva. ¡Que la Fortuna me sonríe! Y yo... ¡sin poder capitalizarla!). Con sobria concisión me dice:

- No tengo quien me escriba.

No te enfades Andrés, que lo de no reirme no fue con mala intención; es que … ese día yo tenía los "jijijís jajajás" de huelga.

***
 
(*) He utilizado este nombre como homenaje a un Andrés que vive en mi ciudad, persona siempre preocupada por la vida de los demás. 'Cause you worth it, Andrés!!!!!



 
Y ahora... una encuesta absurda y delirante propia de las cinco de la madrugada.
 
  • Que puede ser considerada  fruto de mi desbordante imaginación y de todas las historietas de Anacleto Agente Secreto y de Mortadelo y Filemón que leí en mi infancia. 

  • Y en la que cualquier parecido con una situación real puede tomarse como una pura coincidencia.

  • Respecto a si ambas partes del post están relacionadas, yo las he puesto por separado; pero si alguno piensa que son la misma historia... cada persona es dueña absoluta de su pensamiento y es libre para creer lo que le dé la gana.



¿Qué crees que te sucede cuando no le ríes las gracias al espía jefazo?

 
a) Te secuestran y te obligan a ver repeticiones a cámara lenta del chiste hasta que te ríes.
b) Cada vez que sales de casa ves pegado a la pared a un tipo misterioso con gabardina, sombrero y  gafas oscuras que empieza a caminar detrás de tí.
c) Con la excusa inventada de que has pasado la receta de la tortilla de patata al enemigo, consiguen de Madrid una partida de fondos para investigarte.
d) Te siguen cuando vas al supermercado y mandan un informe top secret a su superior con tu lista de la compra.
e) Te sugieren que te inscribas en un seminario titulado "Humor e Inteligencia".
f) El espía jefazo es un profesional con unos elevados valores éticos que no permite que sus esferas personal y laboral se mezclen; no dejándose tentar por lo ventajoso que sería hacer lo contrario.
g) Otras. (Por favor, especificar cuáles).

 

lunes, 2 de agosto de 2010

Objetivo: destrucción psicólogica.

“Un día, llegarás a tu casa, abrirás la puerta y … ellos estarán esperándote dentro”, me dijo J.

Por si acabas de incorporarte a la historia:

domingo, 1 de agosto de 2010

Una proposición indecente.

J, en el fondo, eres un especial atípico. Decía un experto que, en el mundo especial, cada persona tiene un precio; si no es dinero, es sexo. Y era tajante. No daba otra opción. Si tu punto débil no es uno, es el otro. Éste es uno de los errores que tenéis los especiales, hablar de manera taxativa, tan seguros de vosotros mismos que no dáis paso a otras opciones. ¿A qué me refiero al decirte atípico? Por supuesto, a tu, por decirlo de alguna manera, precio. Tú, que tienes fama de no dar nunca ni la más mínima información a nadie, me dijiste a mí algunas cosas que debías haber callado. Tal vez me subestimases y creyeses que, de esos pequeños retales, no iba a hacer yo nunca nada. Pero, te equivocaste, con paciencia cosí uno con otro y... ahora tengo una colcha. Y lo más sorprendente es que no tuve que pagarte ninguno de los dos posibles precios. Aunque, no fue por nada. Tú y yo sabemos cuáles eran los botones que había que apretar (bueno, quizá tú no seas consciente de que tienes esos botones y eso me ha permitido a mí utilizarlos). Y que conste, que no me gusta manipular puntos débiles; pero, era una situación extrema, tú o yo... y... yo no estaba atacando, me defendía.




Pusiste una sonrisa de complicidad y empezaste a hacerme la que tú creías iba a ser la proposición de mi vida; esa por la cual iba a estarte eternamente agradecida.

- Que te habían enseñado una lista con algunos nombres y que tú elegiste el mío. "Porque eras la mejor".

 (No necesité mucho para saber que no era la mejor, sino la única).

- Que necesitaban a alguien para sustituir a otra persona. Y que pagaban bien." ¿No te apetecería poder comprarte un pisito?"

(No estaba demasiado mal como punto de partida del regateo; pero, siendo que yo era la única, podría haber conseguido bastante más).

- Dentro de un tiempo, cuando estés madura...

(el sentido que yo le doy a la palabra “madura” es “ a punto de caer”).

-... te lo propondrán. Un día irás a un sitio y te encontrarás con una persona completamente desubicada, para que te hagas una idea, sería tan raro como ver a X en el TP (X era una señora casada, con un cierto nivel socioeconómico, cuyo ocio era familiar al cien por cien, con niños incluidos; y el TP un bar medio cutre que, por las noches, se llenaba de estudiantes).

Yo, con los ojos como platos, me sentía como cuando de pequeña me llevó mi abuelo al cine a ver La Guerra de las Galaxias. Pero estabas hablando en serio; y yo lo sabía.

- Si no quieres nada con ellos, en el momento que veas a la persona, antes de que ella te vea a tí, sal corriendo. Si llegan a hablarte, estás perdida.

Empezaba a sonar muy mal.

-No te dirán de buenas a primeras que quieren que trabajes con ellos. Sino que quieren que hagas unos informes para ellos.

Supongo que recuerdas muy bien esta conversación, al fin y al cabo, me estabas lanzando una proposición peculiar:  entrar a formar parte de tu mundo, los especiales.

Bueno, bueno, J, una vez más, tus profecías se cumplieron. Pasado un cierto tiempo y cuando ya mi vida era despertar de una pesadilla, para dormirme en otra... ví a ¿cómo puedo llamarle? ...quizás... ¿Ana?, que por aquel entonces era la jefa de los especiales en M. Estaba más que desubicada y... quería hablar conmigo. ¿Coincidencia?

Por si acabas de incorporarte a la historia: