Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

Mi historia, tal vez. (En dos palabras)

Un día, no sé por qué, revolviendo entre mi vida, encontré una carpeta llena de papeles sin encuadernar. Eran partes de una historia, quién sabe si la mía. Desde que aparecieron, andaban por ahí, de un lado para otro, estorbando; yo los iba colocando en un sitio, luego en otro... y no tenían un lugar fijo. En una de esas largas noches que me regala el insomnio se me ocurrió que un buen sitio para, de momento, dejar los papeles sería este blog. Y, hoy uno, mañana no, dentro de cuatro días, voy colocando cada una de las hojas de la carpeta. Es como uno de esos coleccionables de los kioscos, que uno compra la primera entrega y luego acaba ocupando un todo un aparador de la estantería. Hoy en vez de fascículo, regalamos el archivador para que la colección quede ordenada.  

La que tal vez sea mi historia en dos palabras 

Hice las maletas y embarqué destino a una ciudad a cuatro mil kilómetros de distancia. Me esperaba un trabajo de entre seis meses y un año. Iba llena de ganas y de ilusión. No fue fácil empezar desde cero; pero me gustaba el trabajo y, sobre todo, mi nuevo país. Me sentía bien. La primera etapa fue buena, me llenó de recuerdos para siempre y de momentos muy felices. La segunda empezó bien: conseguí una plaza fija que, además, aunque tenía la misma categoría laboral, tenía unas condiciones económicas un poco mejores y se consideraba que tenía más "nivel".

Sólo había un fantasma; pero yo lo veía pequeño (como todavía no se había despertado del todo, yo no sabía lo grande que iba a llegar a hacerse). Ese fantasma vivía en las cloacas de mi trabajo: el grupo de los especiales secretosratas... (su nombre suena mucho más importante; pero, al final, no son más que ratas de alcantarilla).  Ellos nos vigilan en el trabajo y fuera de él; escuchan nuestros teléfonos y a veces nos siguen. Le llaman investigar. No voy a decir, de momento, dónde trabajo; por motivos obvios. Pero sí que digo que, de ningún modo, el tipo de trabajo que hago o en el lugar que lo hago justifican esa vigilancia.

La vigilancia a la que yo estaba (estoy) sometida; no muy evidente al principio, fue, poco a poco, saliendo más y más a la superficie. Llegó un momento en el cual era ya agobiante. De repente... me entero del porqué. Un compañero de trabajo (al que llamo J), con quien (¡ingenua de mí!) me llevaba bien, tras darme pruebas concretas de que trabaja para los  especiales, me dice que, si los  especiales estaban controlándome tanto es porque ... ¡querían que trabajase con ellos! Empezó la fase de intento de captación (anticipo que se quedó en intento, una decisión mía de la que me alegro).

Los especiales, desde el principio, empezaron a utilizar conmigo unos curiosos métodos de captación. Su sistema era aterrorizar desde el principio, atrapar por el miedo. Ya no era sólo vigilancia; era mucho más. Tanto en la oficina como en mi casa, sí dentro de mi casa (en la cual entran y salen a su antojo) empecé a ser objeto de conductas de esas que aparecen tipificadas en el código penal (por ejemplo, cuando me quitaron el teléfono móvil en el trabajo y un montón de cosas peores que iré contando). ¿Por qué lo hacían? Supongo que su objetivo era destruirme por completo para luego construirme a su manera.

Conmigo se equivocaron. Sí, es cierto, yo tenía un perfil muy concreto para algo que necesitaban (y que necesitan, todavía); pero, yo no vendo mi conciencia, ni siquiera ante una buena oferta. Y, respecto a destruirme... también fallaron. Me lo han hecho pasar muy mal; pero, el hecho de que ahora esté escribiendo acerca de todo esto, es prueba de que ... sigo teniendo la cabeza en su sitio, ahí, encima del cuello.

Todo empezó hace años, y no ha terminado. Las circunstancias no han cambiado mucho; pero yo sí que he cambiado, he aprendido que aunque lo que me rodea siga siendo lo mismo, y yo no pueda cambiarlo, sí que está en mis manos darle la vuelta y cambiar la manera de la que influye en mi vida.

Escribo todo esto no para llorar (que eso ya pasó) sino para abrir las cortinas, subir las persianas y ... dejar que entre luz en mi habitación. Y es que... leí en una revista de la peluquería que... los rayos del sol ejercen un efecto muy positivo sobre los niveles de felicidad.

¿Te apetece conocer más detalles?





Natalia S. Goncharova, Pavo bajo el brillo de la luz del sol.

(Hoy he descubierto este cuadro, me transmite luz y me hace sentir bien. Y, además, me ha gustado mucho un comentario acerca del cuadro en el que, entre otras cosas, decía que el pavo era en la antigüedad un símbolo de inmortalidad). 


4 comentarios:

  1. Estoy totalmente enganchada a tu historia. Me he leído todo el blog y estoy ansiosa por saber más. Enhorabuena, sea o no real es una buenísima historia. Y si es real mis felicitaciones por seguir tan entera.
    Un abrazo!

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  2. Muchas gracias, Loca de las piruletas. ¿La historia? Quizás sea real.

    Besos

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