Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

jueves, 30 de diciembre de 2010

Es lo que tiene...

... vivir en el extranjero. Que, vayas donde vayas, te encuentras con alguien que te dice:

Oye, ¿por qué no vas a Españoles en el extranjero?

"Porque no quiero". Es la respuesta que me viene de pronto, pero no la digo porque suena un poco brusca y, sobre todo, porque esa combinación de pregunta y respuesta da como resultado un pareado malo. Ésta es una pregunta que te hacen personas de toda edad y procedencia. No he averiguado todavía el motivo, pero casi siempre comienzan con la palabra "oye".

¿Cómo les digo que no me gustaría nada salir en la tele? A mí, eso de poner cara de naturalidad mientras te los encuentras "por casualidad" y los llevas como quien no quiere la cosa a ver algo típico de tu ciudad o que te vean con tu cara más mona salir del trabajo no me va mucho. Tampoco es lo mío abrir la puerta de mi casa (después de una sesión intensiva de limpieza general) con cara de "me pilláis de improviso, con la casa un poco desordenada y con unos pelos horribles".

¡¿Qué le voy a hacer?! Si soy así, si voy a lo mío. Los que me conocen ya lo saben.  Y... soy consciente de que, en el fondo, he defraudado las expectativas de dos de mis tías, de mi amigo F y de mi primo M; pero, bueno, lo llevan bastante bien; todo porque a mí esto de decepcionarles me provoca un tremendo síndrome de culpabilidad, del que me curo trayéndoles, en cada vuelo que hago a España, tonterías típicas y bombones.

Dime algo en idiomaadoptivo

- A ver ¿qué quieres que te diga?

Reconozco que esto es un golpe bajo por mi parte. ¡¿Qué se le va a hacer?! Pura supervivencia. Así gano tiempo para pensar qué voy a decirles. Porque, a mí, no lo puedo evitar, esta pregunta me deja en blanco. Es difícil responder a la primera; es lo que tiene idiomaadoptivo: que está lleno de palabras y frases.

- No sé, dime lo que quieras.

¡Ah, listo! ¡Vaya derroche de imaginación la tuya! No se te ocurre a tí algo en tu propio idioma  y se me tiene que ocurrir a mí en uno ajeno. Supongo que debería de tener una frase ya preparada, algo largo y que suene difícil; con lo que pueda lucirme.


Voy a encargarte una cosa  (*)





Giorgio Morandi, Naturaleza muerta


El capítulo de los encargos es como para colgarlo en la Wikipedia. En los años que llevo en Paísadoptivo me han encargado traer o llevar las cosas más dispares. Eso sí, todas tienen un nexo de unión: el encargo es, por una cosa u otra, engorroso y la persona que me lo encarga es alguien con quien no tengo ninguna relación.

En esto de los encargos hay varios niveles. Según el tiempo que se necesita para comprarlo; la dificultad del transporte; la posibilidad de librarte...


Nivel 1: Que si "dos toallitas como ésta para unas amigas", "un desmaquillador de ojos", una "bufanda exactamente como esa que llevas puesta"... "y...¿sólo vale eso?! Anda cómprame un par, espera, que te doy el dinero" ("no hace falta que me des el dinero").

Nivel 2: "Un juguete para mi sobrino; vamos, si puedes" (traducción: en el aeropuerto -no sé si aún estará la tienda de juguetes- compro algo que va en una caja voluminosa. Hasta que llego al avión llevo las manos ocupadas -un horror- y, de vez en cuando, las esquinas de la supercaja me golpean la pierna. Además de mi equipaje de mano - ese en el que he metido algo un poco menos ligero de lo debido- tengo que acomodar la caja en la rejilla; esto requiere toda una logística, que empieza por embarcar de los primeros. Después de unas horas de viaje, cuando ya me he olvidado de mi amiga caja... tengo que cargarla hasta mi casa y luego, dos o tres días después, llevarla a su dueño).

Nivel 3: "Para Navidad, me traes un par de botes de medio kilo".  Aquí ya estamos metidos de lleno en la desvergüenza. ¡Un kilo! En un bote de cristal, que puede romperse. Si me hubiese encargado la luna envuelta para regalo, habría tenido más posibilidades de que se la trajese.

Nivel 4: Este nivel es el máximo. "Ya que vas a España en Semana Santa, me compras unos cuantos buriles y betún de judea. Me pones tú el dinero, y ya te lo doy cuando vuelvas." No estaba soñando, ni había bebido, ni me encontraba bajo los efectos de ninguna sustancia extraña. Eran cuatro días, tres de ellos festivos; se supone que, en el día laborable, tenía yo que hacer algunas compras personales; además de que no da mucho tiempo para ver a todo el mundo. Y... ¡betún de judea en mi maleta!!!!! ... un escape, una rotura y ... además, ¡yo a esa señora casi ni la conocía! A partir de entonces, mis condiciones para aceptar encargos es "que no manche, que no pese y que no sea ilegal". Por si a alguien le interesa, la historia acaba con la señora discretamente molesta porque no se lo pude traer.


(*) Quedan excluídos los encargos de los míos, que a ellos yo se los traigo de muy buena gana y encantada de que los disfruten. Los dulces que llevo a casa, los bombones del chocoadicto, las tonterías que me encarga una amiga y que siempre las regala... Estas compras son para mí un pequeño gran placer.

Oye, como tú estás allí, podríamos ir


Hay personas que simplemente quieren un poco de información para no andar perdidos. Se nota a primera vista que tienen intención de no dar la lata, y, sobre todo, de alquilar su propia habitación de hotel o apartamento. Son inofensivos. No tengo ningún inconveniente en facilitar toda la información que pueda o en darles mi móvil por si necesitan algo.

Otras... buscan directamente el lote completo de sofá-nevera-baño-lavadora-servicio de guía turística. Directamente se llevan un "no" bien claro (eso sí, con mi más sincera disposición a facilitarles los datos de una agencia especializada en viajes a Paísadoptivo o, dado el caso, de un centro donde organizan cursos de idiomaadoptivo). Mi casa está abierta a los míos (que saben que tienen derecho a autoinvitarse cuando quieran) pero no es un hotel gratis para aprovechados  varios con los que  no tengo nada que ver.





"¿A cuántas horas de avión está?". "¿Tú no pensarás quedarte allí?". "¿Y la gente allí cómo es?"... "¿Hace mucho frío?". "¿Es muy difícil el idioma?". "¿Es bonito para viajar?"...



miércoles, 29 de diciembre de 2010

La leyenda de La Oficina.


Kay Nielsen, Ilustración de "La casita de chocolate".

Cuenta la leyenda que, en el centro de Ciudadadoptiva hay un bonito edificio de exterior abigarrado. Una placa de líneas simples contrasta con la fachada, unas letras no muy grandes confirman al visitante que se encuentra ante "La Oficina"; un lugar en apariencia importante. 

Dicen que en La Oficina hay dos niveles: el de los ventanales y el de los ventanucos. Las pisadas del personal de La Oficina que pasea su aparente hipercorrección por despachos de grandes ventanas que se abren a la calle retumban en los sótanos donde habita algo oscuro y siniestro. Arriba y abajo, tan cerca, separados por sólo unos peldaños. El sótano, con sus minúsculas ventanas a ras de suelo es el reino de los especiales, unos seres temibles, devoradores de información, a los que todos tratan de aplacar ofreciéndoles datos, informes, detalles que puedan interesarles. Tienen un poder subterráneo, pero muy temido. Los rumores cuentan que nada ni nadie se les puede negar cuando dicen que lo necesitan por razones de los  secretos servicios que dicen prestar a La Oficina. 

Si les gustas y quieren que trabajes para ellos, irán a por todas. Les gusta captar a través del miedo; una presa aterrorizada es una presa fácil. Se cuenta que no aceptan una negativa; y que la vida de quien les dice que no se vuelve muy difícil. Lo que proponen no es limpio, hay que hacer cosas con las cuales no te sientes bien; a cambio, recibes dinero, prebendas y, sobre todo, inmunidad (mientras les intereses no te atacarán). Decirles que no... no lo aceptan... un no significa... que no vas a tener tranquilidad, ni vida, que vas a perder muchas cosas, que vas a vivir siempre con la armadura puesta y mirando a tu espalda. Un no significa infierno en tu casa, infierno en tu vida... infierno en La Oficina. Vigilancia veinticuatro horas... cámaras en todos los sitios... te siguen en Paísadoptivo, en España... que te repitan tus conversaciones telefónicas privadas... que manipulen tu teléfono (corten las llamadas, te dejen días sin línea...)... que te cuenten cosas muy antiguas de tu vida para demostrarte que te han investigado a fondo... Un no es vivir continuamente preparada para lo peor: que estén dentro de tu casa, que te aborden en no sé dónde... Dices no y cada vez que sales de casa quitas todo lo que quieres que de ninguna manera vean, nunca dejas ropa interior sin lavar y, en vez de tirarlos, quemas los pequeños papeles. Te has negado y ya no puedes tener agenda ni diario; todo tiene que estar anotado en tu cabeza; en tu lugar alguien tiene que conservar tus notas importantes.

Pero hay un rayo de esperanza: El Conjuro. Dice El Conjuro que nunca podrán con una persona que tenga una historia limpia y una conciencia tranquila; que  sea fuerte por dentro; que, de cada uno de sus ataques, saque, al menos, una lección y que sepa en quién apoyarse en cada momento. Según El Conjuro, una persona así sufrirá mucho al principio; pero, poco a poco, irá adquiriendo recursos para  que le afecte menos y para salir adelante.

Un brujo me habló de El Conjuro. Y me dijo que, cuando Los Especiales te atacan, te dan también mucha información, ases para esconder en la manga; hay que tener la cabeza serena para recogerlos, almacenarlos y ... paciencia, mucha paciencia. 

Por si acabas de incorporarte a la historia:

domingo, 26 de diciembre de 2010

Fue


Kandinsky


Fue una época larga de vivir y corta de contar. Cada día era parecido al anterior y mi vida no avanzaba en ningún sentido. El día a día se comía una por una todas mis fuerzas. No tenía una vida, simplemente sobrevivía. Ha habìdo después situaciones más duras, días peores que aquellos... pero yo ya era otra María, más fuerte incluso y con muchos más recursos adquiridos. Entonces era diferente; todo era nuevo, no sabía qué hacer; no había nadie a quien preguntar, porque nadie en mi círculo tenía nada parecido en su catálogo de experiencias vitales.

Fue, sin lugar a dudas, el capítulo más intenso de esta pesadilla  que me ha robado tanto: unos años de mi vida que ya no vuelven; muchos momentos de felicidad; sueño y sueños; ilusiones... y, sobre todo, me ha robado mi historia auténtica, esa que ¨me tocaba vivir, y la ha convertido en la que "tal vez sea mi historia". Perdí personas: alguna porque comprensiblemente se sintió desbordada por esta situación que daba tanto miedo; esas siguen teniendo un lugar dentro de mí y quién sabe, ojalá vuelvan un día. A otras las perdí porque nunca las tuve y, agradezco a cada una de ellas el regalo que me hicieron con salir de mi vida. Estas últimas fueron personas que conocí aquí (aunque eran españoles) y que, aunque yo no lo sabía, resultó que se movían en el círculo de los especiales.

Fue una época de pérdidas, en la que, día a día, iba sintiéndome despojada de cosas muy mías.  Me arrancaron de cuajo algo que era muy importante para mí: la confianza en las personas. Resultaba duro ver cómo personas a las que consideraba amigas o, al menos, con las que creía tener una relación cordial; a las que yo misma había abierto la puerta de mi casa... trabajaban para los especiales y, además, se ocupaban de mi caso. Es tan duro sentirse traicionada...



Y... fue una época de pesadilla veinticuatro horas, sin tregua ni descanso. Pero esto último forma parte de la leyenda de La Oficina (en el post de mañana).






...

Por si acabas de incorporarte a la historia:

  

domingo, 5 de diciembre de 2010

Tenía tantas ganas de volar...

Casi no me he quitado todavía la ropa de viaje y apenas he tenido tiempo para deshacer el equipaje. Y, sin embargo, me siento como si hubiese estado aquí siempre.

¡Besos desde Ciudadadoptiva!



Kandinsky, Amazona

sábado, 13 de noviembre de 2010

Hace tanto tiempo …

... ya no sabemos nada el uno del otro. Pero es curioso que anoche, la primera vez que dormí bien en meses, estuvieras tú esperándome en mi sueño. He amanecido feliz y con los músculos envueltos en una nube de pereza.



Mark Z Chagal, Sobre la ciudad




domingo, 7 de noviembre de 2010

Taxi driver.

Tocaba reponer unas cuantas cosas de esas que suelo comprar en el centro. Y acabé con unos cuantos "ya que estoy aquí" distribuidos en varias bolsas. Una buena razón para parar un coche. El conductor era un poco raro; pero yo lo atribuí a una pinta un poco friky y, sobre todo, a aquel defecto de pronunciación. Subí al coche y, de manera casi inmediata, me dí cuenta de que éste era uno de esos tipos para mirar en las distancias cortas. No era el defecto de pronunciación, ni la pinta friky...era que estaba bastante pasado de rosca. La opción "me bajo en el primer semáforo" tenía muy pocas posibilidades de éxito, a no ser que dejase abandonadas todas mis bolsas que tanto tiempo y esfuerzo me habían costado. Y, de momento, la situación no pintaba excesivamente mal, el tipo parecía tener alguna pieza de la cabeza un poco desencajada pero... parecía inofensivo.

Empieza a darme conversación. El interrogatorio habitual en estos casos. Sólo que aderezado con un toque pelma. Un "eso no es asunto suyo" dicho sin enfadarme, aunque de manera contundente, pareció pararlo. Pero no era uno de esos que se resignan a callar.

- ¿Tiene frío? Si tiene frío cierro las ventanas, que no quiero que mi *** (palabra cariñosa local) se resfríe.

Al oir la palabra aquella, tuve un momento de esos en los que te dices "esto no te está sucediendo; en realidad ha pasado algo anormal con la línea del tiempo, y estás en una realidad paralela". Hice lo mejor en estos casos, meterme en el papel de extranjera que no entiende muy bien y que no se ha enterado de nada. Suele funcionar; aunque...¡no con él! Dado que "no me enteraba", se puso a hablar más claramente.

- Las españolas son muy guapas; (hasta aquí, normal, típico cumplido de los hombres de Paísadoptivo, que suele ir después de un "España es un país muy bonito") usted es muy guapa; (puede ser también un cumplido; pero, en este caso, lo decía de una manera rara)  la quiero... (esto y en el tono que lo decía y con la cara extraviada que se le ponía... era casi ya como para salir corriendo)  ¿quiere casarse conmigo? (¡directamente hice una valoración rápida de la situación!).

A mi favor: yo iba en el asiento de atrás (ventaja geográfica importante), él llevaba las manos en el volante, era lento reaccionando y... parecía controlable verbalmente: en el interrogatorio las respuestas firmes le hacían retroceder. En mi contra: ¡estaba como una regadera! y ... por alguna extraña razón ... creo que le había entrado una obsesión exprés conmigo. Estrategia: sin lugar a dudas, ¡respuestas firmes!

- Estoy casada (tampoco pasaba nada por contar una mentirijilla) y, además, nunca querría casarme con usted.

- Entonces... seré su amante. (¿Acaso no se enteraba?)

- ¿Para qué? No voy a buscarme un amante mucho peor que mi marido. 

Tras un "pequeño" diálogo, logré que procesara que no quería nada con él. Yo ya respiraba tranquila... cuando...

- ¿No podría ayudarme a encontrar una novia española parecida a usted?

Definitivamente, esto debía de obedecer a algún trauma infantil. Si no, es inexplicable.

- Mire, encontrarle a usted una novia me resulta muy difícil; mejor dicho: imposible. 

Mi casa estaba lejos, pero ya estábamos en la segunda mitad del camino. "Mi enamorado" no cejaba en su empeño; pero... la estrategia de las frases firmes y contundentes daba resultado. Dentro de no mucho rato, mis bolsas y yo estaríamos en casa tranquilas. De repente, me muestra una faceta desconocida para mí: tenía ideas e iniciativas.

 - Conozco un camino más corto.

En Ciudadadoptiva hay mucho tráfico y cada uno tiene sus recursos para ahorrar atascos o para acortar el recorrido. Por eso, en circunstancias normales, un atajo no es preocupante (de hecho, como siempre que voy en coche son los mismos trayectos, yo también conozco los caminos alternativos). Pero, aquello no era normal. Cómo iba yo a pensar que en Ciudadadoptiva teníamos esas calles tan poco transitadas y tan despejadas de coches. Consideré que era un momento para tener un plan B en la recámara. Iba absorta en estos pensamientos y ... oigo una voz rara con un defecto de pronunciación:

- ...cárcel ...yo... hace tres años.

¡Premio! Tanto pensar... no me daba cuenta de que estábamos pasando por la cárcel. Y... menos mal que no entendí lo que decía (esta vez, de verdad). Pensé que, en mi situación, mejor no empezar a poner cara de preocupada. "...cárcel...yo... tres años...". Con estas palabras ¿qué historia hubiese entendido mi abuela en sus años de no oir bien? "Esto es la cárcel, aquí estuve yo hace tres años reparando el frigorífico". Me gustaba más esta versión que: "esto es la cárcel. Yo salí hace tres años".

Pasé directamente del plan B y, a toda prisa, elaboré un plan C muy surrealista; pero que creo hubiese sido eficaz. ¡Qué bonito me pareció mi barrio cuando lo ví! Por fin doblábamos mi esquina. Al fondo, mi casa.

- Pare aquí, por favor. 
Prefería que, al menos no viese en qué portal entraba.


- ¡Ah! ya entiendo, no quiere que su marido la vea llegar en mi coche. 


No contesté nada. Pagué, agarré mis bolsas y salí del coche. Ni siquiera me dí la vuelta cuando...

- ¡ESPERE! ¡ESPEEEEREEE! ¿YO LE GUSTO, VERDAD?????



Aleksandr N. Benois,  Marido celoso.

Como contaba hace unos días, en Paísadoptivo es habitual parar un coche privado y negociar un trayecto y un precio. Lo hago habitualmente y, en todos los años que llevo allí viviendo, sólo he tenido dos malas experiencias (con ésta, que es una de ellas, incluso me río cuando la recuerdo; tiene un punto película de Almodóvar) y las dos se han quedado en susto.





jueves, 4 de noviembre de 2010

De caza.


Cinco hombres, miembros de una unidad especial de élite, tras recibir las últimas instrucciones de su jefe, salen de caza. Van en busca de presas de esa especie indefinida de bestias que tal vez un día fueron humanos. Atrapan a dos tipos que caminan despacio apestando la calle con su olor a miseria. Uno se resiste, un pequeño contratiempo. Lo dejan malherido cerca de un centro asistencial. El otro no da problemas; con él pueden hacer su “trabajo” le inyectan el anestésico ese tan fuerte que hay que experimentar en humanos. No hace falta un estudio previo, ni personal sanitario... ¡para qué! … sólo es basura. Una vez usado, lo tiran por ahí (todavía bajo los efectos de la anestesia).

Capturan a la tercera cobaya, un mendigo que ya ni pertenece a la raza humana. Una mala elección. Este ejemplar estaba demasiado deteriorado. Muere por efecto de la inyección de pentotal. No resistió el experimento.




Es una ficción basada en una historia que leí hace tiempo, que volvió a caer en mis ojos después y que, hace un par de días se metió otra vez en mi camino. Podría leerla o escucharla mil veces más y no dejaría nunca de producirme escalofríos.  

Los servicios secretos españoles, en 1988 (cuando todavía se llamaban CESID), llevaron a cabo, presuntamente, una operación ("Operación Mengele") cuyo objetivo era secuestrar en Francia a algún miembro de ETA (leí que era Josu Ternera) y traerlo por la fuerza a España. Parte esencial de la supuesta operación era un anestésico muy potente (pentotal) que un cardiólogo colaborador les facilitó. Según he leído, experimentaron con tres mendigos (dos de ellos eran drogadictos) a los que se administró la sustancia por la fuerza y sin control médico, uno de los cuales murió. Dicen que algunos agentes del CESID dimitieron por escrúpulos morales al conocer la operación (de ser esto cierto, la deducción obvia es que para el resto no hubo conflictos éticos que les impidiesen continuar en La Casa). Aunque es obvio, quiero resaltar que en el año 1988 España era ya una democracia. 



  
Excepcionalmente, ésta es una entrada sin comentarios. 

viernes, 22 de octubre de 2010

Cerca.




Insomnio. Todo oscuro y tranquilo. Los vecinos duermen. Un momento para cerrar los ojos y escucharme. Oigo unos pasos que se acercan. Contundentes; sin parar. Son unos zapatos con un tacón imposible. Cuando lleguen, me los pondré, son de mi número. Están aún un poco lejos; me levanto y voy al encuentro; no voy a esperar sentada.




No sé... tal vez a mí esto del atropello me ha descolocado algo en mi manera de pensar; creo que tal vez, cuando el coche me arrastró se me desencajó alguna pequeña pieza de la lógica ... es que... empiezo a creer que razono raro. El traumatólogo me ha dicho que iba bien, que me había librado de la cirugía y bla bla bla... Y yo... supongo que mis primeros pensamientos deberían haber sido de alegría por librarme de la operación y los malísimos meses de postoperatorio; o quizá haber sentido como mis esfuerzos (aguantando una medicación tan fuerte y ejecutando con precisión suiza cada una de las indicaciones del médico) han dado resultado; o tal vez pensar que en lo que todavía queda para acabar de curar... 

Pero no. ¡Lo primero que me ha pasado por la cabeza ha sido una imagen mía subida en unos tacones imposibles! Supongo que se me habrá puesto una sonrisa boba de felicidad. 

miércoles, 13 de octubre de 2010

En el coche de un desconocido.

Cuando era pequeña me decían lo de siempre: que no me metiese en un coche con desconocidos. Hace ya muchos años que no sigo este consejo; pero es que, en Paísadoptivo es una manera habitual de desplazarse; normalmente, en vez de un taxi, te para un coche particular: si le va bien el trayecto, acuerdas un precio (a veces, ni siquiera se acuerda, para algunos trayectos hay precios estándar) y te subes en el asiento de al lado del conductor. Éste suele ser un tipo más o menos hablador con el que no tienes problemas (dando por hecho que has evitado subirte al coche de alguien que te parezca raro, o que vaya bebido, o si van dos o más personas...) y que en general se comporta de manera educada y amable.  

Podría contar mucho acerca de mis trayectos en taxi privado y, excepto en dos ocasiones, todo bueno. He aprendido escuchando; me he reído; he hablado sin parar... He subido a tantos coches que ya ni me acuerdo de algunos; pero ¡cómo olvidar los más atípicos!

  • El que había cantado en un coro. Había viajado por muchos países, entre ellos, España. Acabó cantando para mí un magnífico estribillo de “Granada, tierra soñada”.
  • El chico guapo en descapotable rojo que apareció cuando mis cuatro bolsas del súper y yo llevábamos ya tanto rato esperando a poder parar un coche, que estuvimos a punto de subirnos las cinco al autobús (todo un príncipe que me salvó de subir con cuatro bolsas a un autobús que tiene la escalera alta, picar el billete con no sé qué mano, aguantar el trayecto de pie haciendo equilibrios con las bolsas y lograr bajar...no digo que no lo haya hecho alguna vez, pero si puedo evitarlo...).
  • El que, cuando yo estaba “luchando” con un envoltorio que no se dejaba abrir (unos cordones se empeñaban en hacérmelo imposible), en silencio, movió la mano hacia su puerta y, de la bolsa, sacó un cuchillo enoooorme que me acercó sin decir nada. ¡Era para que yo pudiese cortar los cordones! Simplemente... dí las gracias. ¡Qué amable!
  • El plasta que me invitaba a su casa y trataba de convencerme diciendo que ¡iba a ser rápido!!!!! (Eso sí, había botella de champán por medio) ¿Lo peor? Insistía en darme su móvil. ¿Lo más surrealista? ¡Volví a dar con él una segunda vez!
  • El que me llevó gratis. Que cómo iba a cobrarme si el ir hablando conmigo le había hecho el camino tan agradable.
  • El que fuimos casi todo el camino cantando. Era realmente divertido. Cantamos a medias un montón de estribillos de canciones.
  • El que sabía geografía española. ¡Una maravilla! Conocía unas cuantas ciudades españolas. La verdad es que semejante despliegue cultural en alguien tan joven... yo estaba gratamente impresionada. Tal debía ser mi cara de admiración que siguió diciendo nombres de ciudades hasta que llegó a “Celta de Vigo”. Aquí se cayó con todo el equipo (¡y nunca mejor dicho!). No tuvo más remedio que confesar el origen de sus lecciones de geografía. ¡Al menos tenía cultura futbolística! Algo es algo.
  • …(éste lo dejo en blanco; porque aquí tocaba una mala experiencia con una colisión de por medio; pero, como, inexplicablemente salí ilesa... ¡pasé página hace ya tiempo!).


    Julian Opie, Coches 

Cuando era pequeña me decían lo de siempre: que no me metiese en un coche con desconocidos. He tenido que llegar a mayor para comprender que el peligro es caprichoso y no aparece dónde se lo espera; sino dónde a él le da la gana. Huye de las situaciones en las que todos piensan que va a estar. Por otro lado, su manera de caminar por el lado salvaje es deslizarse sigilosamente en todo aquello que se considera objetivamente seguro y … sorprendernos.

    domingo, 10 de octubre de 2010

    En casa.

    La mía era una casa de final de los años cuarenta; una casa bonita, con peldaños anchos en la escalera y moldura en el techo del último piso; las zonas comunes, desvencijadas y mal cuidadas (como tantas casas viejas en Ciudadadoptiva) trataban de ocultar su encanto de tiempos pasados bajo capas de pintura verde oscuro. Vivía en el último piso, un cuarto sin ascensor. En mi rellano había una escalera de mano que llevaba hasta la buhardilla; una bombilla que siempre se fundía (yo era a la que casi siempre le tocaba ocuparse de llamar para que pusiesen una nueva) y unos cuantos trastos del vecino de enfrente.

    El piso no estaba mal del todo. Lo acababan de reformar; lo que significaba baño y cocina nuevos. Me gustaban las habitaciones, enormes y con techos altos, pintadas de colorines imposibles para nuestro gusto mediterráneo. Los muebles eran pocos y feos, pero sin estrenar, y, en una de las habitaciones, había una curiosa lámpara de pie de esas que no te deja indiferente. Tenía un balcón, que en invierno se llenaba de nieve y un pequeño trastero dentro del piso.  

    No habían puesto mucho esmero al realizar la instalación eléctrica. No había antena de televisión, así que tuve que hacerme con una de esas con forma de ventilador con cuernos, y, cada vez que la movía un poco al limpiar el polvo, se desconfiguraba. Y eso, por no hablar del diferencial que estaba en el vestíbulo: una auténtica pieza de anticuario. De vez en cuando, mi casa adquiría un aire romántico, iluminada con velas; hasta que, de repente, volvía la corriente eléctrica y estropeaba el momento. Un buen día, los caseros se decidieron a cambiar el diferencial y tengo que confesar que me quedé las piezas que quitaron; sé que suena extraño, pero es que eran una auténtica rareza, supongo que eran los de obra; al final, acabaron en manos de un amigo mío que, por alguna inexplicable razón, sintió por ellas un amor a primera vista. Los enchufes eran un tema aparte. Estaban medio sueltos. Tanto es así que desenchufar el frigorífico sin arrancar el enchufe de la pared era todo un arte.

    No vivía mal con mis colorines en las paredes y mi antena “ventilador con cuernos”. Al desenchufar algo, lo hacía con cuidado y, como siempre duermo con los ojos cerrados, la lámpara de pie no me causaba pesadillas.

    Los vecinos del rellano eran: el Siempre Borracho y su mujer; la Pareja Ruidosa y una Familia un tanto Peculiar. Y... yo misma, la rara de la planta: la Extranjera de pelo oscuro que vivía sola y que seguro que trabajaba como periodista (es curioso, mucha gente en Paísadoptivo cree que trabajo como periodista). Una mezcla heterogénea, pero, total, como no nos veíamos mucho... Además, ¡seguro que no fue ninguno de ellos el que me robó el felpudo nuevo!

    Nuestra armonía familiar se fue rompiendo poco a poco. A la Familia Peculiar le sustituyó una Nueva Familia enorme y también Peculiar. El Siempre Borracho y su mujer y la Pareja Ruidosa se fueron a la vez. Y la Extranjera de pelo oscuro hacía ya tiempo que había colocado la alfombrilla para limpiarse los zapatos dentro del piso. 

    Alguien compró los dos pisos vacíos: el del Siempre Borracho y el de los Ruidosos. El rellano estaba semivacío: los Nuevos Peculiares (gente oscura y de preguntas impertinentes), la Extranjera y las obras de los pisos desocupados. La bombilla se fundía a todas horas, más que nunca, y la Extranjera empezaba a darse cuenta de que resultaba inútil pasarse el tiempo llamando al Señor Manitas, porque cambiaba la bombilla por la tarde y, al día siguiente, cuando ella regresaba del trabajo, el rellano estaba otra vez oscuro. “Párate un momento, cuando llegues a la parte oscura; quédate quieta hasta que te acostumbres a la falta de luz y entonces podrás ver lo suficiente como para caminar con seguridad”. La Extranjera se dió cuenta de que este viejo consejo iba a permitirle olvidarse por un tiempo de poner bombillas nuevas.

    Cada día la Extranjera de pelo oscuro se paraba en el tercer piso. Al poco rato sus ojos se habían acostumbrado a la falta de luz y veía lo suficiente como para caminar con seguridad. Subía el último tramo de la escalera; cruzaba el rellano, llegaba a la puerta de su piso y entre el tacto, lo poco que lograba ver y la memoria, lograba meter la llave en la cerradura de arriba y luego en la de abajo. Ya tenía abierta la puerta metálica. Ahora tocaba la de madera, más fácil, sólo con una cerradura, un par de vueltas y ... ¡al fin en casa! Pura rutina.

    Una llamada de teléfono, unas palabras de alguien conocido y, de la noche a la mañana, la rutina de entrada, el rellano semivacío, la oscuridad controlada y la escalera de mano que subía hasta la buhardilla adquirieron otro sentido. Subía el último tramo de la escalera con la respiración a mil y sentía que la oscuridad ya no estaba bajo su control. El rellano, por mucho que sus ojos estuviesen acostumbrados, resultaba diferente; aquel armario ropero que alguien, siguiendo la costumbre local de utilizar las zonas comunes a modo de trastero, había dejado ahí en medio, daba miedo. Había que abrir la puerta del piso, de espaldas al armario y a la trampilla semiabierta que daba acceso a la buhardilla y, a la Extranjera le recorría la espalda una sensación fría. Era por culpa de aquella frase que le habían dicho al teléfono “Un día, cuando entres a tu piso, te encontrarás con que ellos están dentro, esperándote”.

    Entre el tacto, lo poco que lograba ver y la memoria, lograba meter la llave en la cerradura de arriba y luego en la de abajo. Ya tenía abierta la puerta metálica. Ahora tocaba la de madera, más fácil, sólo con una cerradura, un par de vueltas y ... empezaba rutina: encender la luz y mirar cada una de las habitaciones, por orden; una, otra... y, antes de llegar a la última, los latidos podían casi escucharse. Última puerta abierta, nadie... ¡al fin en casa! Rutina.


    Serguei A. Luchishkin,  Se escapó el globo. 


    Me resulta imposible transmitir lo que se siente cuando, en tu ausencia, hay personas que entran en tu casa; cuando te lo dicen y cuando dejan pruebas de ello. Cuando sabes que tocan tus cosas, todas, absolutamente todas. Cuando tu intimidad no existe. Y me resulta también imposible transmitir el pánico que se experimenta cuando una de esas personas te dice que, un día llegarás a tu casa y ellos estarán dentro esperándote; y cuando te han demostrado previamente que tienen medios para hacerlo. Y la rabia, y la impotencia y ...


    ...

    Por si acabas de incorporarte a la historia:

      

    jueves, 7 de octubre de 2010

    Al aeropuerto, por favor.


    Tan feliz, con mis maletas camino al aeropuerto. Me tocaba viaje a España, uno de esos viajes para pocos días. Salía de casa, iba bien de tiempo, pero con maletas; así que, para llegar a la Terminal 2, tenía que usar la “combinación B”, taxi + microbús. (La “combinación A”, metro + microbús, es para mucho tiempo y poco equipaje y, en caso de mucho equipaje y poco tiempo, toca la “combinación” C. Si voy directa desde el trabajo, esto ya es otro cantar: entonces entra en la categoría de deportes de riesgo – mi avión sale dos horas después de que finaliza mi jornada laboral-).

    Iba muy bien de tiempo, así que no hacía falta llamar a un taxi oficial; podía parar uno pirata en la calle (en mi país adoptivo se para cualquier coche particular y se acuerda un precio). Una vez que mi voluminoso equipaje y yo estábamos ya dentro del coche, el conductor empieza a darme conversación. Lo normal en estos casos, sobre todo si eres extranjera, es que te interroguen. Afortunadamente ya me sé el cuestionario y llevo ya todas las respuestas inventadas de antemano.

    - ¿A casa?
    - Sí, a casa. Salgo para España.

    Y empieza a desviarse del guión previsto. Me pregunta que si tenía un piso alquilado. Sigue con las preguntas: que cuánto pagaba. Como no tenía muchas ganas de contestar a esa pregunta y tampoco era como para dar una contestación tajante, me fuí por las ramas y dije una pequeña mentirijilla: que no lo sabía, que de eso se ocupaba mi empresa. Y... sigue el interrogatorio: que si yo no le podía dar el teléfono de mi casero. Bueno, esto ya era el colmo. ¿Acaso este buen hombre quería echarme de mi casa?. “Es que, verá, mi mujer y yo estamos buscando un piso”, ahora ya no me cabían dudas, ¡qué morro! Querían quedarse con mi apartamento, con lo que me costó encontrarlo y lo engorrosa que fue la mudanza. Aquello empezaba a no gustarme mucho. De todos modos, yo quería llegar al aeropuerto, mis maletas iban en su maletero (lo cual descartaba toda posibilidad de bajarme del coche en el primer semáforo), sólo me quedaba la vía diplomática: “Verá, es que mi casero no tiene más pisos para alquilar; el que yo vivo es el único que tenía disponible y … ahora, de momento, lo ocupo yo. Pienso que su teléfono no va a serle a usted muy útil”. El taxista me escucha detenidamente y con su mejor cara de “¡vaya malentendido!” me dice:

    - Como me ha dicho que salía para España y con todo ese equipaje... yo creía que usted regresaba definitivamente. 


    En aquel momento mis ojos se abrieron y conocí la Gran Verdad:
    Suelo viajar con demasiado equipaje.







    viernes, 1 de octubre de 2010

    Por qué me fuí tan lejos.

    De pequeña estaba fascinada por una licorera musical que había en casa. Le daba cuerda y ... sonaba una melodía popular de un país lejano. Pasaba las horas muertas escuchándola...

    Hace ya más de diez años que la melodía y yo vivimos en el mismo país.



    Nikolai K. Roerich, Hay inmensas tierras al otro lado del mar. 

    lunes, 20 de septiembre de 2010

    Dentro.

    Son tantos los años fuera de España, tantas las cosas de mi país adoptivo que me han traspasado la piel y se me han metido dentro. Personas, lugares, sensaciones, olores, voces, acentos, la nieve bajo las botas... La Plaza, los adoquines y los colores de la Catedral. Actitudes, formas y maneras; no se puede  vivir más de diez años en un lugar y pretender seguir tal cual, como si nada hubiese sucedido.


    Alexandr A. Labas, En el avión 

    viernes, 17 de septiembre de 2010

    Todo son ventajas

         En algún sitio he oído yo esta frase, no es mía; y hoy me apropio de ella para dedicársela a alguien. Quiero decirle, de todo corazón, a mi jefe, que con él "todo son ventajas". No hago esto por trepar, que no es mi estilo; ni mucho menos. Lo hago porque, de pequeña, me gustaba mucho el cuento de "La Bella y la Bestia" (a ver, nada de malas interpretaciones, que sí que yo soy guapísima de la muerte, pero no quiero decir que mi jefe sea una bestia, por favor...) y, según un test de no sé dónde, eso significa que sé ver lo bueno que hay dentro de cada persona. Y, mi jefe, digan lo que digan, en el fondo, muy en el fondo, eso sí, es persona. Que tiene orejas, brazos, pies... en una palabra, tiene todas esas cosas que, al primer golpe de vista, te hacen ver que estás ante un ser humano.

         No voy a hacer una lista exhaustiva de todas sus ventajas; que son tantas que me llevaría mucho tiempo. Voy a tratar de elegir algunas que sean representativas; aunque dada la variedad, no sé si voy a ser capaz de mostrar su riqueza de matices. Ahí va un elenco de las virtudes que hacen que ser la secretaria de Herr B sea un privilegio y una inmensa suerte:


    Primera ventaja

    Hay una raza de jefes que consideran que gritar y echar broncas a la gente que trabaja para ellos les da autoridad. Y lo hacen contínuamente a sabiendas de que sus empleados se sienten incómodos y mal. Herr B no es de éstos. Para evitar que sus broncas o su tono más que elevado nos afecten emocionalmente, lo que hace es reñirnos y gritarnos sin motivo. Así consigue su objetivo: no hacer daño. Al revés, sales de su despacho con un síndrome de Estocolmo que no puedes con él. En vez de un “mira que lo he hecho mal”, te dices un “pobre hombre, ¡qué mal le va hoy con su vida!”. Todos los jefes deberían de actúar así. De esta manera, él se desahoga y, encima, despierta en tí profundos sentimientos compasivos.

    Segunda ventaja

    Posee esa cualidad tan cotizada laboralmente hoy día: la flexibilidad. Herr B la tiene, además, en una rara variedad: la flexibilidad de carácter. ¡Es increíble! En mi vida he conocido a alguien así. Él, muy de vez en cuando, tiene unos arrebatos de amabilidad excesiva; y es capaz de, justo al día siguiente y sin transición, de pasar al más sarcástico con poca gracia de sus humores. ¿No es genial? Si fuera coche, pasaría de cero a doscientos en una fracción de segundo. ¡Cómo lo admiro!

    Tercera ventaja

    Nadie como Herr B para saber que, cuando se trata de temas laborales, hay que dejar a un lado cualquier sentimentalismo. El deber, lo primero. Y, menos mal que hay alguien así en la oficina, una persona que contrarreste nuestras debilidades emocionales. Yo no tengo palabras para agradecerle lo que hizo por mí el día que, a la salida del trabajo, me atropelló un coche. A mí me entró una vena egoísta y, cuando estaba tendida en el suelo delante del coche sólo pensaba en mí, en coger la matrícula, en que viniese la policía, en una ambulancia... No sé, creo que en ese momento no fuí una buena secretaria. Yo llamé al trabajo, porque estaba muy cerca y, cuando se enteró, Herr B estuvo muy en su sitio: lo primero que pensó es que yo tendría que pasarle a un compañero la clave de mi ordenador y un número de teléfono al que llamarme (claro, es que él no sabía que estos datos míos están desde siempre en la oficina y no tenía por qué saberlo). ¡Esto es sentido del deber y no lo que hacen hoy día!

    Cuarta ventaja

    Herr B sabe que las peores horas para trabajar son las de la digestión. Y es un encanto. Si es que...Para que yo tenga esas horas tranquilas, él, amablemente, las emplea en ir al gimnasio (bueno, tres días en semana). Así no produce trabajo y yo puedo estar descansada para cuando él, tras un buen rato ejercitando glúteos y abdominales, vuelve pletórico de energía mandando trabajo. Y, esto no es todo. Es que él regresa justo en el momento en el que se termina mi jornada laboral. Lo hace pensando en mí; ocupando mi tiempo para que yo, que soy una ingenua española de provincias, no me pierda en los peligros de una gran ciudad. ¡Le debo tanto!

    Quinta ventaja

    Esta ventaja está relacionada con la anterior. Cada vez que, en sus horas de gimnasio, se produce algo importante en la oficina y yo llamo a Herr B, tiene el móvil del trabajo desconectado. La verdad es que está más que justificado el apagar el teléfono. Porque puede sonar a mitad de una serie de abdominales y despistarle la cuenta y... Además, yo le estoy muy agradecida, ya que, de esta manera, en los momentos en los que surge algo urgente, puedo ejercitar mis recursos de secretaria y esto nunca viene mal del todo, puede hacerme quedar muy bien.

         No es mi intención publicar una lista completa de las virtudes de Herr B; porque estoy segura de que, por mucho tiempo y atención que dedicase, iban a quedarse muchas en el tintero. Y por no alargar demasiado este post. Tan sólo pretendía tener mis cinco minutos de gloria convirtiéndome, aunque sólo sea por un rato, en objeto de vuestras envidias. Sed sinceros, ¿a que os gustaría un jefe así?

      domingo, 12 de septiembre de 2010

      ¿El tiempo pasa?


      Mark Z.Chagal, Reloj

           Pensaba en el tiempo, en la manera tan rara de la que va transcurriendo. Me gustaría comprenderlo, saber por qué nunca un minuto dura lo mismo que otro; qué quiere decir la palabra instante. No entiendo por qué hay veces que se nos escapa de entre los dedos y otras, sin embargo, se nos agarra con las uñas clavadas. Por qué nos arrastra siempre hacia adelante y no hay manera de arrancarle una segunda oportunidad. Parece implacable y, sin embargo, sucede que un día va y nos premia parándose de repente alrededor de nuestro momento más feliz.

           No sabría definirlo sin buscar en el diccionario. Y no es porque me falten palabras; es porque me falta contenido. Trato de tomar prestados los conceptos de otros; pero no hay ninguno que me parezca absoluto; coincido y no coincido, en distinta proporción, con todos; pero ninguno es el mío.

      • El tiempo, ese devorador que se come a su hijo  me parece brutal (no sólo la imagen del cuadro). El tiempo pasa, es cierto; el tiempo pasa, no queda más remedio que aceptarlo; pero no destruye sus obras de esa manera, siempre nos va dejando algo; y además, ese devorar por miedo, me inquietaba bastante. 
      • ¿Es el tiempo un instante para disfrutar? Carpe diem. Disfruta el momento, ahora, que no durará siempre. ¡Me gusta! Pero... ¿cómo vivir cuando lo bueno se ha terminado ya? 
      • ¿El tiempo es? Quizá no. Quizá tuvieran razón los antiguos egipcios. Quizá el tiempo y el espacio no existan, y sean una invencion de los humanos, que, imperfectos, los necesitamos para poder vivir; y, en el mundo de los dioses, no haya tiempo ni espacio. ¡Quién fuera una diosa egipcia a la que el tiempo no pone límites! De todos modos, yo soy una humana imperfecta y me gusta serlo: no puedo vivir sin tiempo. 
      • ¿Es el tiempo infinito como en este cuadro?. Dentro de la habitación, un reloj, el tiempo del hombre; fuera, al otro lado de la ventana, la eternidad. Tranquiliza pensar que el tiempo no se termina; que tenemos el reloj en casa y, cuando salimos, la eternidad nos espera . Pero... a mí, este cuadro siempre me deja una sensación rara:  veo a un hombre sentado, sin hacer nada, de espaldas al reloj, dejando pasar el tiempo.

           Vuelvo al principio. Miro en el diccionario y leo un montón de definiciones que no me sirven. No dicen nada del Tiempo con mayúscula, ese que querríamos que no se acabara; ni de cuando tienes dos tiempos porque vives entre dos espacios, o entre dos personas. Se olvidan de decir que es relativo, porque, a veces, unos minutos pueden durar más que una vida entera. Cierro el diccionario y me doy cuenta de que, en realidad, no necesito saber qué es el tiempo, lo que necesito es vivirlo.  
            
      Por cierto...¿alguien por ahí sabe cómo funciona el tiempo? 

      sábado, 4 de septiembre de 2010

      Balance.


       Kazimir S. Malevich, Mujer con rastrillo.
        
      En pie, ante un mar y un cielo desproporcionados con las medidas humanas; hecha de piezas de varios colores encajadas unas con otras y con un rastrillo en la mano. Está serena y preparada. Creo que, de un momento a otro, se dispone a ir a su trabajo. No va a salir corriendo; no quiere quemar fuerzas en el camino, que el día pinta duro. Sabe exactamente lo que le espera: un pequeño trozo de tierra lleno de malas hierbas. Es consciente de aquello con lo que cuenta: un rastrillo, no muy grande, quizá no demasiado fuerte, pero una herramienta, al fin y al cabo; y ... además del rastrillo, están sus manos, a las que las horas trabajando la tierra han hecho hábiles y sabias. 


      ---           -                  


            Llevo unos días cerrada por inventario. Haciendo recuento de mí misma. Suena a principio de etapa, a cambio radical. Pero no es así. No es que quiera dar un giro de ciento ochenta grados; sino que estoy haciéndole una limpieza general a mi vida: sacar todo, tirar, guardar, clasificar, arreglar y comprar cosas nuevas. No va a resultarme tan complicado... ¡tengo un rastrillo en la mano!

      martes, 31 de agosto de 2010

      Una metáfora irreal.

      Entrar al piso me producía una extraña sensación de aire pesado. De alguna manera, me inquietaba. Día a día el la atmósfera se volvía más y más pesada; sobre todo en la habitación. Sentía como si algo irreal se me agarrase a la espalda. Y esta sensación no me abandonaba hasta que no salía a la calle. Una tarde alguien me dijo que sentía algo raro cuando cuando entraba en mi casa, y en ese momento, empecé a preocuparme. Había nombrado la palabra fantasma y yo quería vivir sola, no con ese compañero de piso.

      Se despertó mi más primitivo instinto de defensa de mi territorio. Un libro de conjuros; un ritual con velas de colores; incienso... pero el problema, lejos de solucionarse, iba a peor. Yo me encontraba cada día más tensa; no es que tuviese miedo, sino que sentía que me habían invadido. Por aquel entonces, el fantasma había hecho ya de mi hogar el suyo y cada vez era más real; había pasado de ser una simple sensación a ser una
      presencia. Llamé a un chamán centroasiático; pero, cuando le abrí la puerta, una ráfaga desagradable me bajó
      por la espalda y... le pedí que se marchase; tuve que insistir para que aceptase una compensación económica por haber gastado su tiempo. Cerré la puerta sin ganas
      Me senté en el sofá, con los pies encima de los cojines y asumí, al fin, mi derrota. Y... el fantasma por primera vez ocupó su lugar en el sofá. Podía verlo, no con los ojos, sino con la mente. Se agarró a mí. No sabría decir si me abrazaba o me sujetaba. Pero estaba ansioso, desesperado, como si yo fuese su última, y quién sabe si única, posibilidad de solucionar algo.  Miré hacia donde se suponía que él estaba, mantuve los ojos muy abiertos y, en ese momento, quise preguntarle. De alguna manera me contestó.                                                      


                              
                                        
      Vasily Kandinsky, "Línea blanca"


























                                         Vasily Kandinsky, "Mi comedor"



      Los días siguientes trajeron cambios. Al principio se me hacía raro saludarle al entrar o hablar con él de tonterías; pero logré acostumbrarme. El  fantasma iba sintiéndose cada vez menos invisible y agradecía mucho el que me preocupase por él. El aire de la casa era cada vez menos pesado y en la habitación no se respiraba ya angustia. Los que venían a casa se sentían a gusto y no notaban nada raro.

      Una noche sentí como mi  fantasma salía por la puerta del piso. Ya no era un anciano, era un hombre que caminaba con la espalda recta. El perro de los vecinos empezó a aullar.

      _ _-  .  

      Cada mes le entregaba a mi casero la correspondencia. Recibos; alguna carta despistada a su nombre; sobres del banco... siempre lo mismo. Me llamó la atención aquella caligrafía, con la letra cuidadosa de una persona anciana; quién sería ese I. S.; y el remite: la Asociación de Veteranos... Mi curiosidad necesitaba respuestas: 

      - IS ... era el hermano de mi padre. Murió hace cinco años. Vivía solo en este piso,  mi mujer y yo veníamos a visitarlo una vez por semana y cuidábamos de él. Sí, luchó en la guerra pero no sabemos mucho ... no le gustaba hablar de ello... No tuvo hijos y por eso, heredamos nosotros este piso... 

      jueves, 19 de agosto de 2010

      Síndrome de Estocolmo I.

      Cuando empecé a ser consciente de que era objeto de seguimiento por parte de los especiales me sentía agobiada. Luego pasé a una fase de indiferencia y ahora... estoy un poco preocupada, porque creo que padezarco una variante extraña del Síndrome de Estocolmo. Es que a algunos de mis  seguidores los considero ya como de la familia. Es más, cuando, de repente, no está el habitual, sino que es otro el que me sigue, a mí me falta algo. Me entra una desazón, empiezo a pensar lo peor: que si ya no me quiere, que si estará siguiendo a otra con la misma dedicación que ha estado poniendo en mí hasta hace dos días; que si me habrá estado simultaneando... Otras veces, es peor, se convierte en un sinvivir. No me siento como la abandonada celosa y despechada; sino como la que espera a que él vuelva de un lugar peligroso. Y una, que ha visto muchas películas, empieza a moler café: mira que no es un cualquiera, es un especial, y a los especiales los mandan a sitios horribles no sé lo que puede haberle pasado; tal vez no esté bien, ¿y si le han asignado una misión de alto riesgo? … no sé, quizá seguir a otra secretaria más peligrosa incluso que yo, si esto es así, posiblemente a estas horas esté malherido en algún callejón, o... ¡no quiero ni imaginarlo! ¡y pensar que la última vez que nos vimos, no nos despedimos! Afortunadamente, mis temores han sido siempre infundados y mi especial seguidor siempre vuelve a casa.


      En realidad, este post no lo has leído, porque yo no lo he escrito. Es una caricatura de lo que yo sentiría si los especiales hubiesen conseguido "abducirme" (creo que esta palabra es mucho más precisa que "captarme"). Entonces yo viviría en la nube de los todoestoespormibien, yotengolaculpa, losespecialescuidandemi, lesdebotanto... y... lo peor de todo es que... ¡les estaría, de alguna manera, agradecida! Pero... como decía antes, este post no lo he escrito; porque, gracias a Dios, soy libre de pensar, de expresarme y de sentir. No tengo ninguna vinculación con ellos, así que ... soy dueña de mí misma y libre de tomar mis decisiones (incluso las equivocadas). ¡Ah!... mejor olvídate del primer párrafo, que no lo has leído, que yo no lo he escrito.

      Por si acabas de incorporarte a la historia:

      miércoles, 11 de agosto de 2010

      Trabajar en una Embajada...

      ...en un centro de investigación nuclear; en un recinto militar de alta seguridad; en una empresa de tecnología... tendría que ser un medio de vida, no un modo de vida. Son simplemente trabajos, que, aunque tengan unas ciertas servidumbres, no tendrían por qué condicionar de manera drástica la vida de quienes los desempeñan. La Embajada, el centro de investigación nuclear; el recinto militar o la empresa de tecnología tienen derecho a tener empleados discretos, sin fisuras, que puedan manejar información sensible o estar cerca de ella.
        
      Para ello tiene a su disposición recursos en primer lugar, eficaces; en segundo lugar, que no desbordan los límites de la ética y, en tercer lugar, que no van a resultar molestos para sus empleados (tres pilares básicos):


      1) Investigación previa a la contratación.

      Justifico y apoyo una investigación previa a la contratación; pero siendo muy cuidadosos en no atravesar ciertos límites. La empresa debe asegurarse de que los investigadores realizan su trabajo de manera impecable: que sepan que el posible empleado es de confianza; pero respetando siempre el derecho a la intimidad (sin ahondar en temas que no afectan para nada a la empresa) y de manera muy aséptica (no dejándose llevar por cierta curiosidad morbosa).

      Hay un tipo de investigador que, a medio o largo plazo (o, incluso, a corto) acaba siendo un problema para la empresa: el que conoce previamente al futuro empleado o, peor todavía, que tiene en él algún interés personal (para bien o para mal). En este caso, mejor no asignarle la investigación, ya que lo más probable es que trate de satisfacer su curiosidad personal o que,tarde o temprano, acabe “yéndose de la lengua” (¡o ambos!).

      2) Control estricto en el lugar de trabajo.

      A nadie que no tenga nada que ocultar le molesta este control; cámaras de vigilancia en las zonas de trabajo; un protocolo estricto de transmisión y almacenaje de documentos; control de acceso; acompañar en todo momento a personas ajenas...

      En principio, con esto es suficiente. Si se contrata personal de confianza y, además, se controla de manera escrupulosa el lugar de trabajo; cualquier información, por sensible que sea, está a salvo.


      Pero, lamentablemente, existe el riesgo de que se encarge velar por la confidencialidad a personas que no están capacitadas y ello redunda en fallos graves que acaban repercutiendo en la empresa.

      1) Posibles errores en la investigación.

      Antes de contratar al empleado, a la empresa le interesa saber que es discreto, que no va a revelar información. No tiene derecho a meterse en: el número de parejas que ha tenido en su vida; si saca la basura todos los días; qué compra en el supermercado; sus conversaciones personales o qué le gusta en la cama. 

      Olvidarse de que a la persona que trabaja en uno de estos lugares la Constitución le garantiza los mismos derechos que a los demás. Entre ellos, el derecho a la intimidad. Intervenir los teléfonos personales (fijo y móvil); entrar en el domicilio del empleado, por supuesto, sin permiso y cuando no está en casa; poner micrófonos y cámaras (no sé por qué asociación extraña pero, es que, si no, se me olvida, tengo que contaros lo del día en el que encontré una microcámara en mi dormitorio; no es que diga yo que viene a cuento; es, simplemente, que me he acordado ahora); investigar a todo el entorno y a más todavía (estas horas me afectan de manera extraña, otro recuerdo relámpago: el día en el que J. me dió los suficientes datos acerca de P. como para demostrarme que sus investigaciones  habían llegado ya hasta ahí - ¿que quién es P.? P. fue no sólo mi mayor motivación para mejorar mi inglés, sino el que mejores “métodos pedagógicos” tenía; era tan mono... tenía un no sé qué, en realidad sí que sé el qué, pero no lo cuento ahora, que me voy del tema. Aunque, supongo que, cuando J. vino con la información, el hecho de que yo tuviese ya los treinta cumplidos, ¡relativizaba ya bastante a mi irlandés de verano de mis 19 años!-), realizar seguimientos exhaustivos; exigir datos médicos (esto último es realmente molesto, no digo que esté relacionado con este post, pero me viene a la cabeza una vez que me exigieron este tipo de datos y... es muy desagradable); poner un coche “con bicho-vigilante” en la puerta de entrada del domicilio... todos esto no sólo es innecesario sino que … para qué hablar de aspectos legales; y... supongo que quemar de este modo al empleado no es muy inteligente.


      Acosar a los empleados con vigilancias 24 horas.

      Poner al investigador equivocado. (De esto ya he hablado antes).

      2) Posibles errores en el control que se lleva a cabo en el lugar de trabajo.

      Ignorar que la gente va al baño empujado por ciertas necesidades higiénicas o fisiológicas. (Bueno, a veces... no sólo por eso. Pero, bueno, un peine, una crema de manos o un neceser de emergencia no son peligrosos). (Hay que decir, -ya sé que no queda muy bien, pero...- que los controles de baño: tanto el más cutre como es una persona que se queda por ahí hasta que acabas o los más sofisticados y tecnológicos... “cortan el rollo”, sobre todo hasta que llevas cierto tiempo).

      ¿Es imprescindible investigar  el contenido del tupper que dejas en la nevera? (¿será que existe una receta de “verduras salteadas con crujiente de micrófonos”? Yo, es que... soy una afectada de los métodos de la brigada de tupperinvestigadores . Se me quedó la cara de póquer cuando deduje de lo que me dijeron que mi tortilla de patata estaba incluida en algún informe top secret. Claro que, en este caso, lo comprendo perfectamente: no era una tortilla de patata normal, era una versión compatible con una dieta baja en calorías a cuya invención me había llevado el hambre).


       
      Un error más que grave es cuando el control dificulta el trabajo. Por ejemplo, el material informático. Muchas veces, la torpeza al intervenir los ordenadores dificulta mucho las condiciones de trabajo; y podría darse el caso de entorpecer y ralentizar la ejecución de algo urgente.

      El error más grave sería investigar; sí, investigar en el hipotético caso de que se llevase a cabo de cierta manera: de que no se respetasen ni la dignidad ni los derechos de la persona; se convirtiese su intimidad en un circo al que todos los investigadores tuviesen acceso y... de que se olvidase que, afortunadamente, estamos en un Estado de Derecho, en el que, incluso para el peor de los terroristas, tendría que ser un juez el que autorizase, de manera motivada, una investigación de cierto tipo.    

      No es mi intención elaborar un informe exhaustivo, ni siquiera un informe no exhaustivo, esto lo dejo para los especialistas; de hecho, no he datos concretos, sino que he pretendido elaborar un catálogo de posibilidades que podrían plantearse, de errores que podrían cometerse. Sólo quiero hacer una reflexión personal; dar mi opinión. Es que es un tema acerca del cual llevo tantos años pensando que... hoy se me ha escapado por los dedos y … ha acabado en un post. ¡Ah! Supongo que hace ya unas cuantas líneas que os habrá surgido una pregunta, que dónde trabajo yo. Ya lo he dicho: en una oficina.


        
      A quien le interese: tengo una vecina cotilla (¿será esto lo que, inconscientemente, me ha llevado a este post?). 


      Por si acabas de incorporarte a la historia: