Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidad I. Rodolfo el reno de la nariz roja.


El día que Miss Señorita entró en clase con una grabación casera de la canción de "Rodolfo el reno de la nariz roja" metió en mi vida uno de esos grandes misterios que me marcaron y que, de hecho, todavía no he logrado desvelar del todo.

-Vamos a aprender la canción de Rodolfo, que era uno de los renos de Santa Claus. Mientras os escribo la letra en la pizarra, vais a escucharla una vez. Luego, os la traduciré y os la leeré y, después podéis cantarla.



La verdad es que era una de esas historias bonitas. Al pobre Rodolfo los demás renos lo marginaban porque era diferente; resulta que tenía la nariz roja, brillante. Era la misma historia de siempre, le insultaban, no le dejaban jugar... Hasta que, una Nochebuena, aparece Santa Claus y ...¡le pide que sea uno de sus renos! ¡Uau!!! Vamos, que lo que antes le amargaba la vida, la nariz roja, ahora lo convierte en una estrella. Y, casualmente, los demás renos ya no lo miran precisamente mal.  


Primera parte del misterio: la letra de la canción. Era muy difícil de pronunciar; pero nosotros, alumnos listos y con recursos, a la primera logramos cantarla de un tirón y sin tartamudeos. Nos salía bastante bien; claro que teníamos acento pero... eso, con el tiempo y la práctica... De hecho, la primera palabra, "Rudolph" la decíamos casi tan bien como en la grabación. La cantamos dos o tres veces más y, en algunos trozos, nuestra versión mejoraba bastante la original. Llegamos incluso, desde el principio, a corregir un error bien grande: el "red nosed" ese que estaba confundido, que lo correcto era "renos". 


A pesar de que cantábamos sin saber la letra no debimos de hacerlo tan mal, porque Miss Señorita,  tras escucharnos la primera vez, nos dijo con su mejor sonrisa:


- Bueno, ahora podéis cantarla en casa...

Bogdanov, Junto a la puerta de la escuela




A mí eso me hizo mucha ilusión. Iba a cantar en inglés, pero en plan bien, con letra. Y eso que, desde los seis años yo cantaba ese estribillo de "A la viú, vei vei vei". Pero lo de Rodolfo era mucho mejor, porque me sabía mucho más trozo y encima, había escuchado la versión original; que la otra me la enseñó un chico mayor con el que solía coincidir en la parada del autobús a la vuelta del colegio; él iba siempre con su abuela y yo con mi padre. 

- ... excepto los que tengáis alguien que sepa inglés. A ver,  Pedro, no la cantes, que a  tu hermano le dí clase yo.  Y, Pilar, tampoco, que tu hermana también fue alumna mía. José Antonio, ¡nada de cantar delante de tu hermana!


Segunda parte del misterio: ¿por qué no podíamos cantarla delante de nadie que supiese inglés?. ¡Con lo bonita que era y lo bien que nos quedaba! Menos mal que yo no tenía este problema. En la época de mis padres no se daba inglés en el colegio, sino francés y... mi hermano...¡era el pequeño! Aunque, lo sentía mucho por José Antonio, que se sentaba detrás de mí y por Pilar, que era mi amiga y por Pedro y...


Tercera parte del misterio: con lo bien que nos salía la parte musical, que nunca nos llevasen a cantar en público. Cantábamos fuerte y claro y con mucho entusiasmo. Como en los discos de villancicos. Pero mejor todavía. Y Pedro...¡era muy bueno! en las dos últimas palabras se daba un arranque así, como de ópera, que ¡ríete tú de la Scala de Milán! El "in history" era sólo para él, los demás nos callábamos, por no estropear el momentazo.


Con los años... me dí cuenta de la verdad. Una verdad muy dura, para qué pasar un mal trago hablando otra vez de ello. Yo hubiese preferido seguir viviendo en la feliz ignorancia de que nuestra interpretación, tanto literaria como musical, de "Rodolfo" era demasiado avanzada para el siglo XX.  



Cuarta parte del misterio: "Rodolfo" visto con ojos adultos. La gran pregunta: ¿cómo es que "Rodolfo el reno de la nariz roja" no acabó con la vocación docente de Miss Señorita? Es curioso, porque no sólo era capaz de enseñarlo en seis clases distintas; sino que, encima, lo hizo durante varios años. 


Y... lo más incomprensible...años después, todavía, cuando se encuentra en la calle con alguno de nosotros... ¡se alegra!!!! 


...



Miss Señorita nunca consiguió que yo cantase siquiera un poco bien  "Rudolph the red nosed reindeer"; de hecho, se jubiló sin haber logrado que uno solo de sus alumnos lo hiciera.  Pero no lo hizo del todo mal, porque, unos cuantos años después de Rodolfo, todavía sigo teniendo curiosidad por buscar en el diccionario una palabra que no entiendo.  

martes, 6 de diciembre de 2011

Tres tópicos.


Piotr Konchalovsky, Corrida de toros.


Hoy tengo un día esquemático, de los de "a,b,c y d". Estoy en plan "punto uno, punto dos y punto tres". Vamos que el post de hoy es como una especie de hoja de apuntes de no sé qué asignatura, pero, eso sí, con enlaces, cuadro y ... foto.
...
Tres tópicos populares sobre los espías y su base real (¡o su falta de ella!)

1) Los servicios secretos sólo utilizan sus "métodos alternativos" para proteger a su país. Sólo se les "va un poco la mano" con los otros, con el enemigo. Excepcionalmente "se ocupan" de algún nacional de su Estado, pero sólo en caso de que éste perjudique la seguridad nacional (que sea un terrorista, que espíe para otros...). 


En realidad también "se ocupan":


2) Los espías son superhombres tipo James Bond. Con sólo una mirada pueden alterarte tanto las hormonas ...


Éste es un espía real:



Alberto Sáiz, Ex Director del CNI.
¿Alguna hormona alterada tras ver la foto????



3) Los espías de los tebeos son una simple caricatura.


La realidad supera, en este caso, a los tebeos:

...
Al final, me ha acabado saliendo post tipo novela para leer en la playa. Con espías, asuntos turbios de Embajadas, un cuadro valioso, la foto de un James Bond real, Telón de Acero y ... el colmo del delirio: Mortadelo y Filemón. Definitivamente, tengo un día atípico.

jueves, 6 de octubre de 2011

Hace tres horas.

Abro los ojos. Maldito despertador, es como si no hubiese dormido lo suficiente. Miro la hora en el móvil, un dos enorme seguido de dos puntos y un veintiocho. No reacciono, y eso que siempre pongo el despertador a las seis y media. Sigue sonando y me doy cuenta de que no es el despertador, sino el timbre. Son las dos y veintiocho y alguien está llamando a mi puerta. Abro los ojos del todo. Es una hora más que rara...está sonando el timbre,  alguien está hurgando en mi cerradura y el corazón me late tan rápido y tan fuerte que en  cualquier momento va a salir disparado. Me levanto, enciendo la luz y me doy cuenta de que tal vez no sea la mejor de las ideas y la apago. No me acerco a la puerta. Tengo la mente en blanco. Sólo se me ocurren dos cosas: rezar algo rápido y desechar mi primera idea de tener el cuchillo japonés a mano (tal vez tenga almacenado en algún rincón de mi subconsciente que, en las películas, el cuchillo, sea de quien sea, suele acabar clavado en el bueno).

Me cambio de ropa. Por alguna razón, me siento más segura con un pantalón y una blusa.


Dejan de toquetear la cerradura. Pero siguen haciendo ruidos. Hay alguien en el rellano. Quiere hacerse notar. No sé en qué momento se me ocurriría a mí alquilar un piso justo al lado de la puerta de la escalera de emergencias. Poco a poco los ruidos van espaciándose y haciéndose más tenues.

Todavía no enciendo las luces, con la del móvil es suficiente. Algo me impulsa a dar una vuelta por el piso, no es que yo quiera, son los pies que me llevan. Ya me atrevo a hacer ruidos y, con cada ruido que hago, voy reconquistando un trocito de no sé qué.

Son casi las cinco. No se oye nada, pero no me atrevo a mirar por la mirilla. No todavía, sé que luego podré. Quizá el silencio absoluto asuste más que los ruidos.

A las seis y media sonará el despertador. Esta vez el de verdad. Haré lo de todas las mañanas, la ducha, el té verde; limpiadora, tónico y crema, en la cara. El desayuno: fruta, yogur... hoy creo que necesitaré, además, una sobredosis de dulce. Si me da tiempo, prepararé algo para almorzar en La Oficina y... me pondré un vestido y unas bailarinas. Y ... miraré por la mirilla, abriré la cerradura, el cerrojo de dentro y... tal vez...pensaré en la puerta de la escalera de emergencia, opaca y cerrada, pegada a mi puerta y quizá recuerde los ruidos de esta noche y ... ¿saldré de casa?

A estas horas, mi imaginación  está todavía durmiendo. El post de hoy es una historia casi en tiempo real, creo que no me ha dado tiempo aún de reaccionar. Estoy asustada, no tanto como hace casi tres horas; poco a poco se va pasando el susto, al fin y al cabo, tengo me han sucedido ya cosas suficientes como para haber desarrollado algunos recursos anti-pánico. Escribirlo y compartirlo es uno de ellos. ¡Gracias por escucharme!

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Por si acabas de incorporarte a la historia:


 La historia en dos palabras
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Casi, casi, en tiempo real.



lunes, 13 de junio de 2011

Mariano.

Ambicioso, mediocre y sin escrúpulos. Mariano tenía el perfil perfecto para ese puesto de agente especial "con conciencia para matar". Era el Jefe de las Ratas (así es como, "en familia" se conoce a los especiales) en las cloacas de La Oficina. Alrededor de treinta mil al mes, por un trabajo cómodo. Al fin lo había conseguido. Sintió que lo tenía casi todo.

Pero... un día se torcieron las cosas. Fue en una recepción informal, en la Residencia de aquel Embajador centroeuropeo  cuyo nombre nunca lograba pronunciar de manera inteligible. Su mujer le miraba insistentemente a la vez que movía los labios, como si quisiera decirle algo. Seguro que llevaba la corbata torcida o quizá una gotita de vino en la camisa...Comprobó discretamente su atuendo y ... todo estaba en orden. Pero ella seguía, parecía ansiosa. Sólo cuando ella apoyó la yema del dedo índice en la sien y empezó a hacer ese gesto como de  girar una tuerca... sólo entonces se dio cuenta de la situación. Mariano se tocó la sien, suavemente, en ese punto en el que hacía un rato que sentía un picor extraño; tenía un curioso bultito redondo, frío y de tacto metálico. Se disculpó nervioso y fue hacia el baño. Sus compañeros ocasionales de charla: el Agregado Militar de los ojos rasgados, el gerente de la multinacional de azulejos, el diplomático joven y la corresponsal del periódico conservador, se quedaron, por un momento, sin saber qué decir. Luego continuaron con su charla, aparentemente intrascendente y siguieron investigándose unos a otros.

En el baño, Mariano se miró al espejo. Su sangre fría de Rata estaba hirviendo. Unas gotas de sudor le resbalaban por la cara... Se tocó la sien ... no podía ser. Ya se lo habían advertido cuando entró a formar parte de las Ratas. Tarde o temprano, les sucedía a todos; aunque él se decía a sí mismo que, en su caso, iba a ser diferente. Pero... ahí estaba. Aquel tornillo. Empezaba a salirse. Les pasaba a todos, tras un tiempo, empezaban a perder tornillos. Se les caían en cualquier momento, a veces se daban cuenta, otras no. Temblando metió la mano en un bolsillo y sacó el pequeño destornillador que utilizaba para abrir cerraduras.
Se dio cuenta de que era la primera  vez en su vida que lo usaba para atornillar y se le dibujó en el espejo una mueca sardónica.

...

Lo que vino después ya se lo esperaba. Empezó a tener molestias en la cabeza; incluso dolores. A veces notaba el cráneo desencajado, sobre todo cuando masticaba algo duro. Los tornillos se caían, eso sí de manera todavía controlada, casi siempre por la noche. Cada mañana aparecían unos cuantos en la almohada.  Pacientemente los recogía  y, con sumo cuidado volvía a colocárselos en su sitio.

Iba a peor. Aquellas condenadas piezas metálicas no se conformaban con caerse de manera controlada, por las noches; sino que cualquier momento era bueno para escaparse de la cabeza de Mariano. Por la calle, en el coche, en el trabajo... De vez en cuando, alguien se daba cuenta y lo miraba de manera rara.
...

Se había levantado de muy mal humor. Cada vez que movía la cabeza, el craneo chirriaba. Ese constante ruidillo de bisagra mal engrasada; esos pinchazos, de repente... No podía más. Ya se lo había dicho el médico de La Cloaca, el que sólo curaba a las Ratas: necesitaba un trasplante de tornillos, ¡ya! Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Tenía que encontrar un donante compatible y no era cosa fácil. Esa información no podía obtenerse escuchando conversaciones telefónicas o interceptando correos electrónicos. ¿Dónde estaría? En algún sitio tenía que haber un donante de tornillos, uno compatible.

Un donante... tal vez estuviese viviendo una pesadilla... la cabeza le dolía... encima, ese día, por si fuera poco,  tenía trabajo. Quién sabe, a veces, el trabajo despeja la cabeza y aparta, por un rato, los problemas... Abrió la agenda. Le tocaba ir a casa de la secretaria esa de la oficina. No le sobraba el tiempo. Tenía que llegar, abrir, comprobar los micrófonos, inspeccionar... todo eso costaba un buen rato y había que hacerlo mientras ella estaba trabajando... ¡qué nostalgia! recordaba la primera vez que le tocó abrir una casa... hace ya de eso unos años... aquella sensación de hacer algo prohibido... esa mezcla tan excitante de delito e impunidad... y ahora... era el Jefe de las Ratas... Volvía a dolerle la cabeza... se mareaba un poco... oyó un ruido como de moneda cayendo al suelo... ¿En qué estaba pensando? ¡Otro pinchazo!

Era ese edificio, el alto de hormigón... Había llegado. Se miró el reloj. Aún tenía tiempo. Entró al patio, subió las escaleras. Lo de siempre... En el espejo del ascensor se vio muy pálido...Algo metálico acababa de caerse al suelo. La puerta se abrió en el quinto y dejó que los pies, que tan bien conocían el camino, lo llevasen...Abrió la cerradura, sin esfuerzo. Eran ya muchos años y muchas cerraduras los que llevaba en las Ratas.

Todo estaba casi igual que en la última visita. Bueno, tampoco hacía tanto... no había dado tiempo a grandes cambios. Frente a la entrada, la puerta del cuarto de estar, entreabierta. Pasó de largo; dobló la esquina y se dirigió al fondo, a la cocina.

Abrió la puerta y... vio frente a él aquel taburete azul intenso. Un tornillo plateado, con la cabeza estrellada resplandecía en una de las esquinas... Cabeza de estrella, calibre cuatro, quizá cuatro y medio. Tenía que haber otros tres, uno en cada esquina. Y los que sujetan los travesaños, no se ven, pero tienen que estar y los de debajo del asiento... Mariano, con ojos de depredador y una sonrisa que daba miedo, investigaba el taburete.

Varvara Bubnova, Tras la puerta verde.

Metió la mano en el bolsillo, sacó el destornillador y empuñándolo, se acercaba lentamente al taburete.  Tenía un brillo extraño en los ojos y se le torcía la sonrisa mientras mascullaba:

Compatible... compatible... es compatible...

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Un buen día, al poco de llegar a casa, descubrí que mis queridos taburetes azules habían "perdido" parte de los tornillos. No es que sea especialmente maniática con estas cosas... pero... lo de sentarme en una banqueta que baila a uno y otro lado... Pensé que debería enfadarme, que, al fin y al cabo, alguien (¿los especiales/ratas?) había vuelto a entrar en mi casa cuando yo no estaba. Pero,  me daba tanta pereza enfadarme, estar enfadada, desenfadarme... ¡Agotador! Así que me decidí por algo mucho más descansado: inventar una historia de tornillos, taburetes y Ratas. 

Por cierto... ¿alguien tiene alguna idea acerca de quién puede tener mis tornillos???? ;)

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miércoles, 6 de abril de 2011

Mi regalo de Navidad.


Zinaida E. Serebriakova, En el tocador. Autorretrato.


Esa mañana mi Espejo estaba rebelde. En vez de decirme que yo era la princesa más guapa de Reinoadoptivo,  me reflejaba con unos ojos llenos de sueño y un pelo mojado todavía sin desenredar. Unas cuantas pasadas con el peine de madera y... el espejo me guiñó un ojo. Me gustó. Me había olvidado de los guiños de los espejos de Reinoadoptivo; esas dos semanas en España, las Navidades familiares, el Fin de Año... habían hecho estragos en mi memoria. Ya sé por qué Espejo estaba de mal humor: creo que se siente abandonado cada vez que paso unos días fuera. ¡Pobrecito! Le dediqué una de las mejores sonrisas de mi repertorio. Me dí cuenta de que, si no empezaba a secarme ya el pelo, iba a llegar tarde a La Oficina. 

Abrí el cajón donde guardo los chismes para el pelo y, en vez de un secador lo que encontré fue un misterio. Ahí estaba... negro, con su enchufe, los botones... y... ¡con los cables al aire! Por alguna extraña razón, en mi ausencia, el secador había perdido su tapeta trasera. ¿Magia? ¿Fantasmas???? ¿Alguien se había paseado por mi casa y había trasteado con el secador? Me quedé con esta última hipótesis y decidí que era un buen momento para usar el secador de repuesto.

Siempre cuento lo que tal vez sea mi historia. Supongo que hay historias que mejor contarlas así. Pero hoy me he levantado yo rebelde, como mi Espejo aquella mañana. Por eso, hoy quito el "tal vez"; es algo que realmente y de verdad me sucedió: al regreso de mis vacaciones encontré que a mi secador le faltaba la tapeta trasera. Creo que es un buen motivo para pensar que alguien ha entrado en mi ausencia y ha revuelto mis cosas. Bueno... además de rebelde, hoy he amanecido sintiéndome la mejor Princesa de Reinoadoptivo y... me ha apetecido contarlo de esta manera.

¡Tengo que irme! Dentro de unos minutos, mi carroza se convierte en calabaza, mis cocheros en ratones y ... no quiero que, por culpa de las prisas, se me pierda uno de mis zapatos.





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domingo, 3 de abril de 2011

Mi historia, mi casa.




Stanislav Yulianovich Zhukovsky, Mayo alegre.

Dentro de media hora sonará el despertador. Pero yo ya estoy despierta, de hecho no he dormido nada esta noche. He estado haciendo el equipaje. Mañana se acaban los días de vacaciones que me quedaban del año pasado y dentro de unas horas, toca volar. ¡¿Quién sabe?! Tal vez nos encontremos en el avión. En una maleta, la ropa, unos zapatos nuevos (son mis primeros zapatos normales en mucho tiempo, aunque todavía no tienen tacón)... y en la otra... algún libro, unas aceitunas negras sin hueso, un par de revistas, un bote de mermelada de mi madre, un paquete enorme de uno de esos tés raros...

Unas horas de autobús, avión, taxi o tren desde el aeropuerto. Y llegaré a mi casa. Supongo que, en mi ausencia habrán entrado, habrán tocado mis cosas. Tal vez hayan, incluso, estropeado algo)... No lo sé. Pero, de algo estoy segura: de que, hayan entrado, salido, tocado, roto...  Yo... abriré mi maleta, sacaré uno de mis libros, pondré mi música, meteré mi lata de aceitunas en mi armario, me prepararé una taza de mi té raro y pondré un poco de mi mermelada en un cuenco pequeño y me sentiré en casa porque... hagan lo que hagan los especiales, ese piso es mi hogar.


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sábado, 8 de enero de 2011

Días negros.


Malevich, Cuadrado negro suprematista.


Me resulta difícil contar esa época tan dura. Llevo tiempo tratando de traducir todo aquello al lenguaje de las palabras y no puedo. No sé qué palabras podrían pintar mis sentimientos, las emociones que éstos me producían. Ni siquiera soy capaz de hacer un relato mínimamente organizado de todo lo que me sucedió. He tratado de ir a consultar mis notas, pero es duro y no me siento con fuerzas. Los acontecimientos se iban sucediendo y yo no era capaz de seguir su ritmo; al fin y al cabo, lo que me sucedía era demasiado atípico, demasiado fuerte y demasiado abundante. Supe que los especiales querían que yo trabajase para ellos; que entraban en mi casa en mi ausencia; que tenía cámaras de vigilancia en mi vivienda (que, por aquel entonces, dejó de ser mi hogar). Me amenazaron con que un día llegaría a casa y me los encontraría dentro, esperándome. La vigilancia era asfixiante; el teléfono de mi casa estaba pinchado en tiempo real (lo habitual en La Oficina es grabar conversaciones y escuchar en tiempo real sólo de vez en cuando, aleatoriamente, no todo el tiempo, como era mi caso).

Y... estaba el mundo paralelo... La Oficina. ¿Sería como en la leyenda????  Cada época terrible en mi casa tenía su correspondencia con sucesos en La Oficina. Fue entonces cuando sustrajeron mi teléfono móvil de mi bolso (en un despacho de una zona de acceso restringido); apareció al día siguiente, tal y como me informó J (el portavoz de los especiales). Curiosamente, ese mismo móvil desapareció misteriosamente de mi casa y volvió a aparecer al tiempo. Lo del teléfono fue como un pistoletazo de salida. "Casualmente" al poco tiempo empezaron los tiempos laboralmente complicados. Mi trabajo se multiplicaba inexplicablemente.  Una compañera abandonó La Oficina y yo tenía que hacer también su trabajo. No contrataban a nadie en su lugar (normalmente son rápidos poniendo una persona nueva). Después, otro de los que trabajaba allí pidió un permiso: yo ya tenía tres jefes para mí sola. La máxima de un jefe es "si mi secretaria no está haciendo nada que yo le haya mandado directamente y hace poco tiempo, es que está desocupada y ociosa". No importa si tienes dos cosas urgentes que te han mandado otros jefes o si estás con algo que no se resuelve en cinco minutos. Así que, mi jefe entró en su noprecisamenteencantadorafase. A pesar de que yo estaba hasta el cuello de trabajo (solía quedarme más tiempo, sin que nadie me lo dijese, simplemente porque, si no, el trabajo se acumulaba de una manera que resultaba imposible hacer nada), él tenía cada pocos días la "feliz idea" de reorganizar el archivo (tarea para la cual se necesitaba, según criterio de una jefa anterior, una persona a dedicación completa durante, al menos, quince días). Cambiaba unos cuantos índices, lo cual suponía reorganizar dos o tres cajones cada vez, llevar un registro de qué cosas cambiaba y adónde iban... y avisar a otras personas a las que afectase el cambio. 

Era una pesadilla veinticuatro horas. Mi casa... La Oficina... los especiales coreografiando todo... No sabía qué hacer y ... tenía miedo, mucho miedo. No había nadie a quién consultar, porque en mi círculo habitual nadie ha vivido situaciones similares. Empezó a afectarme. Rara vez lograba dormir más de dos horas y trabajar en esas condiciones y a ese ritmo era difícil. Cuando empezaba a apagarme, me tomaba una taza de té muy cargado con un trozo de chocolate; aquello me reanimaba un poco. Vivía en un estado permanente de tensión y angustia y miedo. No sabía si iba a encontrármelos en casa; ni si en la calle (tal y como habían amenazado) iban a abordarme y a proponerme trabajar para ellos. A veces me despertaba con la esperanza de que eso fuese una pesadilla; pero ahí estaban, recordándome que me vigilaban continuamente (me decían dónde había estado, me repetían mis conversaciones de teléfono...). Aparecieron las consecuencias físicas: me encontraba fatal y necesitaba ir al médico. No podía ir en Paísadoptivo a un médico y contar algunos detalles (sin conocerlos, era imposible comprender qué me pasaba); tenía que viajar a España, era urgente. Pero, de momento, me resultaba imposible, mi jefe de entonces no me daba días, se supone que yo debía de tener vacaciones a la vez que él; no importaba para qué las necesitase. 


Por si acabas de incorporarte a la historia:


jueves, 6 de enero de 2011

Una historia de terror.



Alexei K Savrasov, Pronto será primavera


Psicofonías, poderes telepáticos y episodios de catalepsia. Es parte de una realidad con la que me toca convivir día a día. No, no es que yo sea la niña del exorcista, ni que viva en Elm Street. Es mi teléfono, que está poseído. O, si no, ¿qué otra explicación puede tener? Tiene una apariencia muy normal, y sus orígenes están fuera de toda duda: lo compré yo misma en el híper; pero se comporta de una manera extraña.

Psicofonías

Algunos días, en mitad de una conversación, la voz de mi interlocutor se convierte en una especie de sonido siniestro, a veces ininteligible. Aunque, en realidad, yo no veo a la persona, con lo cual no estoy segura de que sea el teléfono; a lo mejor me relaciono con gente que, de repente y por las buenas, va y se transfigura en fantasma afónico. ¡Quién sabe!

Telepatía

Al comprar el teléfono, hice una ganga tan buena que, cuando pienso en ello, me siento como si hubiese estafado al vendedor. ¡Menos de veinte euros y tiene un accesorio última generación!  Es una antena invisible que transmite mis conversaciones por vía telepática. No, claro, obviamente no he visto la antena (las antenas telepáticas creo que son siempre invisibles); pero estoy segura al cien por cien: es muy fácil, yo digo algo por teléfono, siempre dentro de unos determinados temas, y, al día siguiente, hay alguien que reacciona de manera más que evidente o, incluso, que me hace un comentario que no deja lugar a dudas.


Catalepsia

Ahora viene lo de los episodios de catalepsia. Resulta que tengo yo un teléfono que, de vez en cuando y, sin motivo que lo justifique, se queda muerto, sin signos vitales. Mal lo de las “psicofonías”; pero... tener que convivir con un teléfono - cadáver en tu casa... la primera vez que me sucedió, yo estaba muy perdida, no sabía muy bien si dejar el teléfono donde estaba o meterlo en el congelador, no fuera a ser cosa de que empezase a oler mal. Me decidí por dejarlo donde estaba; que lo de colocar un teléfono muerto junto a la menestra congelada... me daba aprensión. ¡Sabia decisión! Al cabo de un tiempo, también de repente y sin motivo, el teléfono volvió a tener constantes vitales.

Éste no es un fenómeno aislado, se repite de vez en cuando, aleatoriamente. Cada vez que sucede me pongo hiperactiva, empiezo a maquinar soluciones a cámara rápida: sustituyo el teléfono por otro, nada, tampoco funciona; busco otro teléfono y llamo a la compañía telefónica local, la línea funciona perfectamente. Vamos que, si no me da por iniciar un proceso de reanimación con un desfibrilador de esos de las series de hospitales es porque yo no tengo de eso en casa. Luego, poco a poco, paso al modo sensato y me doy cuenta de que mi acelerón solucionaproblemas resulta inútil, así que me decido a esperar, a que, como siempre, el teléfono, por arte de magia, vuelva al mundo de los vivos.

Aunque, si soy sincera, esto de la catalepsia no sé muy bien si encuadrarlo dentro de lo paranormal o si es que, mi teléfono tiene vida propia y lo hace a posta. A veces lo he pensado: le doy muy mala vida; podría decir incluso, que soy una explotadora de teléfonos. Hablo muchísimo y, tal vez, él se canse o, más probablemente, se aburra, de mis excesos comunicativos. ¿Y si me encuentro ante una medida de presión? ¿Tal vez una huelga? Tengo un argumento que podría justificar esta teoría tan descabellada: es curioso que muchas de las veces en las que a mi teléfono le ha dado por entrar en estado comatoso, han coincidido con situaciones en los cuales el tener línea fija resultaba no sólo necesario sino imprescindible (una avería doméstica bastante seria; un fin de semana de tener que guardar cama...); vamos, ¡ni adrede!.

Las cifras misteriosas

No sabría qué nombre darle a esto; quizá lo más aproximado fuese “fenómeno Bélmez digital”. No es que misteriosamente aparezcan caras dibujadas en el suelo de la cocina, ¡que va! Esto era en el Bélmez original. Lo mío es más actual, más... ¡tecnológico! El soporte era un identificador de llamada. Un artilugio que, aparentemente, funcionaba de manera normal: en el momento en el que sonaba el teléfono, aparecía en la pantalla el número que me estaba llamando; hasta aquí, nada raro, un identificador de llamada que identifica la llamada. Pero este chisme tenía, además, una “función” extra que no aparecía en el libro de instrucciones. En el transcurso de la conversación iban añadiéndose cifras al final del número. Cada cifra que se añadía coincidía con un ruido extraño. Era un fenómeno parapsicológico muy completo ya que incluía una parte visual (las cifras que iban añadiéndose en la pantalla) y auditivo (el ruidillo que se oía al mismo tiempo).

Yo estaba tan emocionada; tenía algo tan mágico y misterioso en mi casa ... Supongo que debería haber consultado el tema con un Merlín encantador; un mago que me hiciese pensar que mi teléfono era una línea directa con los etéreos espacios ... pero cometí un error, se lo conté a mi amigo Cuadriculado: mente lógica, formación técnica y pies en el suelo. En unos minutos acabó con mi magia y mi misterio. Ni siquiera tuvo el detalle de darme una bonita explicación, ¡que va!, unos puntos concretos y ... con eso, pretendía que yo ya me diese por satisfecha.


  • El teléfono hace esas cosas porque está pinchado. Cosa previsible: trabajas en La Oficina.
  • Nada de psicofonías: el pincha que está en medio de la línea distorsiona las voces de los que hablan contigo.
  • ¿Pero tú crees en la telepatía? Te escuchaban y repetían lo que habías dicho por teléfono. No es tan complicado.
  • Catalepsia. Mira que tienes fantasía. ¡¿Cómo va a tener episodios de catalepsia un teléfono?! Eso es que te cortan la línea, hoy en día hay muchos medios para ello.
  • Cifras misteriosas... cada vez que se añade un pincha, aparece una cifra más en la pantalla.
Supongo que es más realista y verosímil la explicación de Cuadriculado. Pero, a mí que me gusta más lo de la telepatía y todo eso; creo que resulta menos inquietante.






lunes, 3 de enero de 2011

El año estaba a punto de acabar y no había logrado completar mi ración anual de felicidad. De repente, alguien me pintó una  sonrisa grande en la cara. ¡¿Quién iba a imaginarlo?! Era mi jefe, Herr B. En realidad fue involuntario por su parte, algo así como una sonrisa efecto colateral. ¡Pero qué efecto! Aún me dura.

Quiero compartir la buena noticia pintasonrisas con el mundo entero: ¡trasladan a Herr B!!!!!! El año empezará sin él. 

Dicen que "a jefe que huye, puente de plata" (me parece que, en vez de "jefe", decía otra palabra ;) ). Con mucho gusto, pongo el puente:


André Derain, El puente de Waterloo