No sabía qué hacer con aquel teléfono. No quería llevarlo a casa, porque suponía que le habían hecho algunos cambios. Por lo que me habían insinuado, con unos retoques el teléfono se convertía en un enemigo que llevabas siempre encima (esos pequeños cambios que lo convierten en un micrófono que siempre va contigo). Estaba demasiado bloqueada como para tirarlo y, en aquellos tiempos yo era demasiado nueva en esto como para llevar el móvil al sitio adecuado. Así que, no lo saqué de la oficina. Lo metí en el cajón de la mesa y … ahí se quedó durante un tiempo.
No sé por qué, un buen día me dió por llevar el teléfono a mi casa. Lo guardé bien escondido, en un intento de ponerlo a salvo de los especiales que, en mi ausencia, entraban en mi piso cuando les venía en gana. Y... el teléfono se quedó un tiempo allí, hasta que... volvió a desaparecer de mi vida (esta vez se lo llevaron de mi casa).
Algunos dicen que la Historia no es lineal, sino un conjunto de ciclos que se repiten. Y así fue. Pasó tiempo, bastante tiempo. Y... entré en casa. Mi teléfono desaparecido había decidido volver a su hogar: ahí estaba, a la vista, sin moverse ni un milímetro del lugar en el que los especiales lo habían dejado.
Por si acabas de incorporarte a la historia:
Jolines!! Pues sí que tuvo movimiento el teléfono, yo no lo querría ni en pintura...
ResponderEliminarBesitos.
¡Yo tampoco!
ResponderEliminarBesos