Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

martes, 8 de junio de 2010

Sense and sensibility II (Carta a mi jefe).

Querido Herr B.:

Sigo todavía en España y sé que me echas de menos.  Soy consciente de que lamentas profundamente que tenga una fractura y que ésta lleve un proceso de curación lento. Sé que te apenaría como a nadie que tuviesen, por fin, que operarme. Y sé que, si esto ocurriese, serías capaz de encontrar en qué hospital y número de habitación estaba para llamarme una y otra vez.

Tienes tantas ganas de que vuelva a M. y al trabajo... Una pena que sea de una manera insana.  Quieres que vuelva, bien o mal, qué más te da. No importa cómo me quede la fractura, ni que me recupere bien. Lo importante es que esté ahí, en mi mesa; al fin y al cabo, aunque el pie me quedase mal, podría seguir ocupándome del teléfono y del ordenador; que en las manos y en la voz no me pasa nada.

Por eso llamaste por teléfono hace unas semanas. Para enterarte de cuándo volvía. Ni yo misma lo sé, pero tú reclamabas respuesta. Que si V. se hizo no sé qué y ya ha vuelto. No sé cómo se puede explicar a un niño de tres años que hay distintas fracturas, distintas circunstancias... No te valía el que yo te dijese que volvería tan pronto estuviese curada, ni un día antes ni uno después. No, tú tenías que saber qué día concreto. Y te enfadabas, y subías el tono de la voz y resultabas tan patéticamente poco diplomático... Y yo veía que, en ese momento, yo tenía la sartén por el mango. El débil siempre sube la voz. Y... luego empezaste a tratar de usted (¡ya era hora! En nuestro trabajo, un jefe y una secretaria siempre se hablan de usted. Y a mí me gusta. Esa distancia protege siempre a la secretaria. No me gusta esa moda de jefe-colega que trajiste tú. El rollo ese de "llámame por mi nombre y de tú" con el que viniste no va conmigo. Ese tipo de jefes sois los peores). Y al tratarme de usted ibas haciéndote pequeñito y débil; porque hablas de usted cuando quieres poner barreras, cuando necesitas protegerte. Y... no me quedó nada claro. No sé si insinuabas que yo tenía que volver estuviese como estuviese, sin curar, o que estaba de "vacaciones en el Caribe", echándole cuento a la vida. Pero, qué se le va a hacer, cuando te enfadas, te atascas, te ofuscas y no te expresas bien. No te pregunté porque... me daba lo mismo.

Vinieron las preguntas indiscretas, el pedir datos médicos concretos que, tú, como licenciado en derecho, sabrás que no puedes pedirme. Te dí datos, porque me da igual. Pero sé que, si quiero, puedo no dártelos. Considera esa información como una limosna, en el sentido más despectivo de la palabra. Y... recriminarme mi actitud. El que no hubiese llamado para dar datos concretos y previsiones de la baja. Ya te lo dije, mi actitud es la correcta. Yo envío los partes de baja y no tengo por qué llamar. Además, como también te dije, "históricamente" cuando alguien ha estado de baja, no ha tenido que llamar él; sino que se le ha llamado de vez en cuando para interesarse por su salud, y, de paso, ya se veía cómo iba. Te dije, también que mi baja ya está controlada por los mecanismos habituales en estos casos, y te informé acerca de cuáles eran, porque empiezo a pensar que, visto lo visto, cuando explicaron estas cosas a los de tu clase, tú te habías hecho una fractura como la mía y no ibas a clase y por eso no te enteraste de nada.

A medida que te escribo, me doy cuenta de una cosa: que no tengo remedio. Estaba enfadadísima contigo y ahora... si es que... al final... me puede el cuento de la pena. Cuando pienso en tí, siento una profunda tristeza. ¡Pobre! ¡Qué desgracia la tuya!

Deseándote sinceramente una rápida mejoría en el maltrecho estado de tus buenos sentimientos.

Un cordial saludo,

María

6 comentarios:

  1. No es por decir algo bastante repetido peeero: son todos iguales! Y tengo alguna que otra experiencia con jefes. Mejorate.

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  2. La mayoría parecen cortados por el mismo patrón.

    Aghhhhhhhhhhh, qué asco me produce la situación, me da una rabia sibilina.

    Tú muy bien, en tu sitio, afortunadamente aún tenemos leyes sociales y sindicales (veremos por cuanto tiempo)

    besitos y mejórate.

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  3. Tom:

    He decidido tener una superstición: que cada persona que me diga que me mejore adelante un minuto el momento de mi recuperación. ¡Gracias por tu minuto!!!!

    Sí, son todos iguales, pero el mío es el "primero entre iguales", vamos, el más igual de todos.

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  4. Frabisa:

    Gracias por los besitos y el "mejórate". (¡Este tipo de cosas son la parte buena de estar con una fractura!!!!).

    Sí, la mayoría cortados por el mismo patrón. Pero, como tú dices, aún tenemos cierto tipo de leyes y... yo, además, tengo un recurso personal: en vez de estallar, pienso que yo sólo lo aguanto parte del día y él, en cambio, no tiene otro remedio que estar consigo mismo 24 horas al día, 365 días al año (suficiente castigo).

    Un beso

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  5. Es curioso, pero¿no hay jefes decentes?¿solo medrando y siendo mala persona se es jefe?¿O es que las buenas personas no son ambiciosas, se conforman con un sueldo mediocre pero más tiempo libre y menos problemas?La prueba del algodón creo que es el sueño, los malos nunca duermen ocho horas a pierna suelta.

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  6. Los malos, muchas veces, no dejan que los demás durmamos ocho horas a pierna suelta. ¿Los jefes? Supongo que hay de todo, yo tuve alguno bueno; pero como la canción esa tan vieja... "tenía, pero hace tiempo, ahora... no tengo ya".

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