Había pasado ya tiempo desde mi entrada en M., en el coche aquel con los especiales. Desde que me dejaron en la puerta de mi hotel. Mucho tiempo como para pararme a pensar en ello y poco tiempo como para verlo en perspectiva y darle un sentido. Los especiales, los que han marcado mi vida en estos años, los que han tomado decisiones que cambiaban mi rumbo, los que entraron sin llamar, los que no se van. Los especiales ¿quiénes son? Cualquiera piensa que los conoce, que sabe a qué se dedican. Entonces yo también creía tener todas las respuestas. Ahora... Las películas de espías; hace ya tantos años que las veo inverosímiles y absurdas; con personajes de cartón piedra.
Había pasado ya tiempo... yo ya no pensaba en aquel trayecto en coche. Para mí había acabado ya en el momento en el que me dejaron en la puerta de mi hotel. Pero... como ya he dicho en otra ocasión... cuando los especiales te meten en un coche el viaje va a ser largo. La despedida en la puerta de mi hotel era el final de la primera etapa, no del viaje. Han pasado ya unos diez años y todavía sigo intentando bajarme del coche.
Primer capítulo: los especiales en la sombra, que se les vea lo justo.
Y llegaron tiempos de feliz ignorancia. Una nueva vida en un país que me gustaba. Un trabajo con banderas en la puerta. Gente nueva; pisar las calles de M.; escuchar cada mañana cómo la voz del metro iba anunciando las estaciones; gente del pasado, los adoquines de la Plaza... Estaba a gusto, bien conmigo misma. Fueron tiempos incluso de... ¡chocolate sin calorías!
Supongo que aquello formaba parte del programa; dejar que me asentase, que me lo pasase bien... que conociese más a fondo el país, la ciudad, que hiciese amistades... Mientras tanto, había que darme tregua, crear una falsa apariencia de normalidad, de aquí no pasa nada. Y yo... ¡en las nubes! ¡Ya lo sé! Parezco tonta, quizá es que, en ese momento, fuera tonta. Pero tengo excusa, era una situación extraña, fuera de mi catálogo, fuera, incluso, de los catálogos de las personas de mi entorno... ¡Quién hubiese visto algo raro!
Sí, me daba cuenta de que aquello tenía algo de atípico. Sólo que, no veía motivos para preocuparme, al fin y al cabo eran nuestros especiales. En la oficina se respiraba vigilancia; yo era consciente, pero me la tomaba a la ligera. El "¿crees que habrá también cámaras en los baños?" era una más o menos típica broma entre compañeros (fuera de la oficina, eso sí). Sabía que existían las escuchas telefónicas, era consciente, incluso, de que los que escuchaban eran españoles, pero... no le daba más importancia. Según J., se grababan todas las conversaciones de nuestros teléfonos privados, y, de vez en cuando, al azar, pinchaban alguna en directo. Si, por algo, querían investigar más a fondo a una persona, se sacaban todas sus grabaciones, una por una. Pero se puede relativizar una vigilancia; "todo depende de la intención con la que lo hagan". Y, es así: no era igual entonces, que cuando, más adelante, conmigo, empezaron a utilizar el control como sistema de presión, de castigo por no haber dicho que sí, como instrumento de miedo.
Vivía en mi feliz ignorancia, sin saber qué era lo que habían planeado para mí. ¿Qué hubiese hecho si hubiese sido consciente de lo que pasaba? ¡Qué importa! En mi vida era de día y sé que aproveché bien cada minuto de luz que tuve. Poco a poco, empezó a atardecer y así como quien no quiere la cosa, me dí cuenta de que ya no era mediodía. La vigilancia empezó a ser más intensa, y no había ningún motivo para ello (nunca lo ha habido, ni lo habrá). No le dí importancia, lo tomé como algo estacional.
Segundo capítulo: empiezan a sacar las uñas.
¿Cómo se nota que te controlan más de la cuenta? Difícil de explicar, simplemente, se nota: unas veces, de manera muy concreta; otras, en una suma de pequeñas cosas. En mi casa, el teléfono, uno de los mejores termómetros, funcionaba peor que nunca: las llamadas se cortaban, hacía ruidos raros, se cruzaban conversaciones ajenas (sí, una llamada a cuatro, toda una experiencia)... En la oficina, de repente... llegó Isa. Necesitaban contratar una persona de refuerzo y ... ¡quién mejor que ella! Quiso la casualidad que la pusiesen en mi despacho.
Si yo hubiese sido una rata, en ese momento habría abandonado el barco y éste sería el final de mi historia. Pero... ¡no soy una rata! Y mi historia sigue; hay historias para rato. Mientras la pongo por escrito tratando de darle un hilo, me doy cuenta de que es difícil, de que hay días en los que no tengo ganas, de que me sale inconexa, incluso de que soy incapaz de consultar las anotaciones de mi agenda para ordenarla. Doy grandes pinceladas, me resulta complicado descender a los detalles. Y no sé por qué, si... no debería darle importancia, al fin y al cabo... tal vez no sea mi historia.
Por si acabas de incorporarte a la historia:
Caray, que presión, me estaba angustiando a medida que iba leyendo..., puede que solo sea una historias pero en caso de ser real, quema las entrañas el saberse vigilado y controlado de forma totalmente agobiante....
ResponderEliminarBesos.
Hola, Campoazul. Puede que sea sólo una historia; pero, en caso de ser real... el saberse vigilado y controlado es muy duro; pero creo que tiene una parte buena: lleva a desarrollar unos grandes recursos mentales para sobrellevarlo con cordura y ... uno se hace fuerte. Al final, creo, que, en el caso de ser real, se aprende a convivir con ello, mientras se soluciona, sin que afecte demasiado a tu vida.
ResponderEliminarBesos