Sigo leyendo, un titular, "ya no se vulneran los derechos de los españoles". Y se entiende que, anteriormente, se han vulnerado. El artículo, fuera de comillas, hablaba de escuchas, seguimientos y registros sin orden judicial. Y... el hotel de Moscú se convierte en mi piso, en una ciudad cualquiera a cuatro mil kilómetros. El espía moreno se vuelve calvo y no tiene corbata (y, si la tuviese, yo no querría que estuviese en el suelo, enredada en el tacón de mis zapatos; es más, por alguien que viola comunicaciones, domicilios... nunca me pondría tacones). Medio calvo, medio rubio, ya no me abre la puerta de la suite del hotel; sino que abre la puerta de mi piso cuando yo no estoy. Me dan ganas de devolver. Me da asco de mis cosas porque las ha estado revolviendo. No me susurra en pastún al oído, porque ni siquiera habla pastún; me habla para jactarse de que es espía, de que entra en mi casa impunemente cuando yo no estoy, me repite fragmentos casi textuales de conversaciones que yo he tenido por teléfono con otras personas y me repite una y otra vez el verbo "investigar". Le miro de frente cuando me habla y... lleva una cicatriz en el labio.
Prefería no haber seguido leyendo. Con lo que me gustaba lo del pastún y los susurros y todo eso. Con lo eficaz que era mi Pierce Brosnan vestido con un traje a medida... Con lo bien que estaba yo en aquel hotel de Moscú escuchando los susurros al oido.
Yo tenía mi gran momento en Moscú (el pastún, los susurros y el hotel con vistas a la Plaza Roja).Y, de repente... alguien del CNI* estropea mi gran momento (con todo eso de vulnerar los derechos de los españoles). Y... sólo puedo decir... ¿por qué a mí, CNI?
* con todos mis respetos a La Casa, como institución, y a los agentes que, en ella, trabajan en el marco de la legalidad.
Hotel National, Moscú
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