Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

domingo, 14 de octubre de 2018

La espía que vigila mi puerta (I)

Cuando conocí a Olga Nikolaevna ella estaba riñendo a los que se encargan del mantenimiento del patio. Al parecer ella les había dicho que no tirasen no sé qué cubo de agua en no sé qué sitio. Olga Nikolaevna estaba nerviosa y transmitía un poco de lástima. Daba la impresión de estar buscando alguien a quien ella considerase de menor categoría laboral para poder volcar en él su complejo de inferioridad. Y, al parecer, lo había encontrado: alguien que limpiaba el patio y sacaba la basura; que en invierno quita la nieve y que madrugaba más que ninguno y que... a diferencia de ella... no era nativo de Paísadoptivo. 

Y es que ser portera en País Adoptivo no es lo mismo que ser portera en otros sitios. A cambio de los menos de cinco euros que paga cada uno de los ochenta vecinos de la casa, tiene que permanecer en la portería 12 horas al día, seis días en semana. Un trabajo para personas que no tienen otra cosa, recién llegados, jubiladas que quieren completar ingresos... Al menos, pueden dormir en la portería y así no tienen que pagar alquiler... Muchos vecinos ni saludan y son indiferentes a que esa persona pase el día (y muchas veces la noche) en ese pequeño habitáculo a cambio de casi nada. Yo me llevaba bien con las anteriores porteras; había una especie de corriente de simpatía mutua entre ellas, centroasiáticas, y yo, española; al fin y al cabo, éramos extranjeras en Paísadoptivo, donde no siempre se recibe bien al de fuera. Nos saludábamos por la mañana con una sonrisa y ellas sabían que yo me llamaba María y que era española. De vez en cuando hablábamos de cosas de extranjeras, como, por ejemplo, la suerte que suponía contar con Skype o... incluso, de temas mucho más domésticos, como aquel día que Gulnara me dijo que tenía que pasarme, sí o sí, por el local de al lado, porque vendían unos abrigos de piel muy baratos. El tiempo que estuvo Olma no solían faltarme buenos deseos por la mañana cuando salía de casa o cuando regresaba... ¿no es genial que alguien te desee un buen día cuando sales de casa o una buena noche cuando regresas? Y, si además, tú correspondes deseándole también todo lo mejor para ese día / esa noche... acabas rodeada de buena onda o de buenas energías o de buenas vibraciones... o como cada uno le llame. Eran amables, estaban ahí todo el día y, además, cada mañana cuando salíamos de casa, gracias a ellas teníamos el patio limpio. A cambio no recibían mucho de los vecinos, ni dinero ni consideración. Por mi parte, siempre les pagaba un poco más cada mes y el Día de la Mujer Trabajadora les regalaba té y bombones*.


Olga Nikolaevna, la nueva portera, es diferente. Irradia algo desagradable; trata con displicencia a los que limpiaban el patio y, sobre todo, parece tenerse a menos de ejecutar las funciones propias de su trabajo. Así, en lugar de estar en la portería, pasa todo el día en la calle, en el banco que hay junto a la casa, hablando con las vecinas y de espaldas a la puerta (que, invariablemente, deja abierta, como invitando a entrar a todas las visitas no deseadas). Olga Nikolaevna tiene un no sé qué raro; toda ella es atípica y extraña. Estoy convencida de que padece claustrofobia, o algo parecido. Siempre con la portería y el portal abiertos; se pasa el rato en la calle y ... le dan repentinos ataques de nervios cada vez que se nombra el tema de que hay que cerrar la puerta. Desde el primer momento vi en ella ese aire que tienen las antiguas agentes de la "Kappa Gamma Beta" (no las sofisticadas que aparecen en las películas, sino las de andar por casa; quienes, así, dicho entre nosotros, resultan un tanto toscas y burdas).

Olga Nikolaevna tiene muchas cosas que no me gustan. No disimula su desagrado por los extranjeros y no puede desprenderse de ese tufo clasista que se le pegó hace muchos años. No sabe adaptarse a las diferentes fases de la vida y carece del más mínimo autocontrol. Y... miente (y, encima, miente fatal); no soporto la mentira. Y... cuando mezcla todos sus defectos, comete errores de principiante. 

Olga Nikolaevna cometió conmigo un error grave: mirarme por encima del hombro por ser extranjera y pensar que yo era como otros extranjeros que tienen que callar porque no están en situación de contestar. No me considero superior a nadie; pero tampoco inferior y, mucho menos por el hecho de que la vida me haya llevado a vivir lejos de mi país. Y, por eso, y por otros extranjeros que no pueden permitirse hablar, siempre planto cara a este tipo de personas.

Olga Nikolaevna había hecho un comentario acerca de la hora a la que yo regresaba a casa, no era un comentario grosero, pero sí impertinente. Yo estaba llegando a las 11 un día de trabajo y ella hizo notar que era muy tarde.  Olga Nikolaevna nunca jamás se hubiese atrevido a hacer esa observación a una vecina nativa de Paísadoptivo. Ese día yo mantuve las formas y no hice ningún comentario; mi umbral de resistencia ante las provocaciones es muy alto. Yo, simplemente, espero el momento adecuado para aclarar los malentendidos y... llegó el día... Era el día en que me tocaba pagar a Olga Nikolaevna. 

Decidí que ese mes no iba a pagarle el dinero extra; tan solo el que tenía estipulado. Al fin y al cabo, no solo no aportaba nada positivo a los vecinos, sino que, era un elemento negativo: debido a sus costumbres de mantener la puerta abierta, la casa era menos segura, cualquiera podía entrar e, incluso, quedarse agazapado en un rellano por la noche y, por otro lado, tenía un carácter muy desagradable.

Respiré hondo y me encaminé a la portería. Adopté un papel que no me gusta nada, pero que era el único que, a mi parecer, podía neutralizar a Olga Nikolaevna: subí la nariz y puse a mirar a O.N. desde arriba, con esa corrección fría y distante de los que están muy por encima en la jerarquía.  Le  pagué y le dije que quería comentarle algo; que hacía unos días ella me había hablado de una forma inapropiada y que se lo decía para que no volviese a hablarme así. Y... en ese momento me dí cuenta de que era muy probable que nadie hubiese hablado nunca a Olga Nikolaevna como lo estaba haciendo yo y... poco a poco, empezaba a abrirse la caja de Pandora... esa caja de la cual, entre otras cosas, empezaba a salir la ira de Olga Nikolaevna, y, con su ira, su incontinencia verbal y... acabó jactándose de su anterior oficio... 



"Irse de la lengua es ayudar al enemigo"
(Póster soviético)



(*) Regalar té y bombones, es, en Paísadoptivo, un regalo muy frecuente para una mujer: es neutro y siempre apropiado; es como un reconocimiento, o un agradecimiento.