Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

lunes, 20 de septiembre de 2010

Dentro.

Son tantos los años fuera de España, tantas las cosas de mi país adoptivo que me han traspasado la piel y se me han metido dentro. Personas, lugares, sensaciones, olores, voces, acentos, la nieve bajo las botas... La Plaza, los adoquines y los colores de la Catedral. Actitudes, formas y maneras; no se puede  vivir más de diez años en un lugar y pretender seguir tal cual, como si nada hubiese sucedido.


Alexandr A. Labas, En el avión 

viernes, 17 de septiembre de 2010

Todo son ventajas

     En algún sitio he oído yo esta frase, no es mía; y hoy me apropio de ella para dedicársela a alguien. Quiero decirle, de todo corazón, a mi jefe, que con él "todo son ventajas". No hago esto por trepar, que no es mi estilo; ni mucho menos. Lo hago porque, de pequeña, me gustaba mucho el cuento de "La Bella y la Bestia" (a ver, nada de malas interpretaciones, que sí que yo soy guapísima de la muerte, pero no quiero decir que mi jefe sea una bestia, por favor...) y, según un test de no sé dónde, eso significa que sé ver lo bueno que hay dentro de cada persona. Y, mi jefe, digan lo que digan, en el fondo, muy en el fondo, eso sí, es persona. Que tiene orejas, brazos, pies... en una palabra, tiene todas esas cosas que, al primer golpe de vista, te hacen ver que estás ante un ser humano.

     No voy a hacer una lista exhaustiva de todas sus ventajas; que son tantas que me llevaría mucho tiempo. Voy a tratar de elegir algunas que sean representativas; aunque dada la variedad, no sé si voy a ser capaz de mostrar su riqueza de matices. Ahí va un elenco de las virtudes que hacen que ser la secretaria de Herr B sea un privilegio y una inmensa suerte:


Primera ventaja

Hay una raza de jefes que consideran que gritar y echar broncas a la gente que trabaja para ellos les da autoridad. Y lo hacen contínuamente a sabiendas de que sus empleados se sienten incómodos y mal. Herr B no es de éstos. Para evitar que sus broncas o su tono más que elevado nos afecten emocionalmente, lo que hace es reñirnos y gritarnos sin motivo. Así consigue su objetivo: no hacer daño. Al revés, sales de su despacho con un síndrome de Estocolmo que no puedes con él. En vez de un “mira que lo he hecho mal”, te dices un “pobre hombre, ¡qué mal le va hoy con su vida!”. Todos los jefes deberían de actúar así. De esta manera, él se desahoga y, encima, despierta en tí profundos sentimientos compasivos.

Segunda ventaja

Posee esa cualidad tan cotizada laboralmente hoy día: la flexibilidad. Herr B la tiene, además, en una rara variedad: la flexibilidad de carácter. ¡Es increíble! En mi vida he conocido a alguien así. Él, muy de vez en cuando, tiene unos arrebatos de amabilidad excesiva; y es capaz de, justo al día siguiente y sin transición, de pasar al más sarcástico con poca gracia de sus humores. ¿No es genial? Si fuera coche, pasaría de cero a doscientos en una fracción de segundo. ¡Cómo lo admiro!

Tercera ventaja

Nadie como Herr B para saber que, cuando se trata de temas laborales, hay que dejar a un lado cualquier sentimentalismo. El deber, lo primero. Y, menos mal que hay alguien así en la oficina, una persona que contrarreste nuestras debilidades emocionales. Yo no tengo palabras para agradecerle lo que hizo por mí el día que, a la salida del trabajo, me atropelló un coche. A mí me entró una vena egoísta y, cuando estaba tendida en el suelo delante del coche sólo pensaba en mí, en coger la matrícula, en que viniese la policía, en una ambulancia... No sé, creo que en ese momento no fuí una buena secretaria. Yo llamé al trabajo, porque estaba muy cerca y, cuando se enteró, Herr B estuvo muy en su sitio: lo primero que pensó es que yo tendría que pasarle a un compañero la clave de mi ordenador y un número de teléfono al que llamarme (claro, es que él no sabía que estos datos míos están desde siempre en la oficina y no tenía por qué saberlo). ¡Esto es sentido del deber y no lo que hacen hoy día!

Cuarta ventaja

Herr B sabe que las peores horas para trabajar son las de la digestión. Y es un encanto. Si es que...Para que yo tenga esas horas tranquilas, él, amablemente, las emplea en ir al gimnasio (bueno, tres días en semana). Así no produce trabajo y yo puedo estar descansada para cuando él, tras un buen rato ejercitando glúteos y abdominales, vuelve pletórico de energía mandando trabajo. Y, esto no es todo. Es que él regresa justo en el momento en el que se termina mi jornada laboral. Lo hace pensando en mí; ocupando mi tiempo para que yo, que soy una ingenua española de provincias, no me pierda en los peligros de una gran ciudad. ¡Le debo tanto!

Quinta ventaja

Esta ventaja está relacionada con la anterior. Cada vez que, en sus horas de gimnasio, se produce algo importante en la oficina y yo llamo a Herr B, tiene el móvil del trabajo desconectado. La verdad es que está más que justificado el apagar el teléfono. Porque puede sonar a mitad de una serie de abdominales y despistarle la cuenta y... Además, yo le estoy muy agradecida, ya que, de esta manera, en los momentos en los que surge algo urgente, puedo ejercitar mis recursos de secretaria y esto nunca viene mal del todo, puede hacerme quedar muy bien.

     No es mi intención publicar una lista completa de las virtudes de Herr B; porque estoy segura de que, por mucho tiempo y atención que dedicase, iban a quedarse muchas en el tintero. Y por no alargar demasiado este post. Tan sólo pretendía tener mis cinco minutos de gloria convirtiéndome, aunque sólo sea por un rato, en objeto de vuestras envidias. Sed sinceros, ¿a que os gustaría un jefe así?

    domingo, 12 de septiembre de 2010

    ¿El tiempo pasa?


    Mark Z.Chagal, Reloj

         Pensaba en el tiempo, en la manera tan rara de la que va transcurriendo. Me gustaría comprenderlo, saber por qué nunca un minuto dura lo mismo que otro; qué quiere decir la palabra instante. No entiendo por qué hay veces que se nos escapa de entre los dedos y otras, sin embargo, se nos agarra con las uñas clavadas. Por qué nos arrastra siempre hacia adelante y no hay manera de arrancarle una segunda oportunidad. Parece implacable y, sin embargo, sucede que un día va y nos premia parándose de repente alrededor de nuestro momento más feliz.

         No sabría definirlo sin buscar en el diccionario. Y no es porque me falten palabras; es porque me falta contenido. Trato de tomar prestados los conceptos de otros; pero no hay ninguno que me parezca absoluto; coincido y no coincido, en distinta proporción, con todos; pero ninguno es el mío.

    • El tiempo, ese devorador que se come a su hijo  me parece brutal (no sólo la imagen del cuadro). El tiempo pasa, es cierto; el tiempo pasa, no queda más remedio que aceptarlo; pero no destruye sus obras de esa manera, siempre nos va dejando algo; y además, ese devorar por miedo, me inquietaba bastante. 
    • ¿Es el tiempo un instante para disfrutar? Carpe diem. Disfruta el momento, ahora, que no durará siempre. ¡Me gusta! Pero... ¿cómo vivir cuando lo bueno se ha terminado ya? 
    • ¿El tiempo es? Quizá no. Quizá tuvieran razón los antiguos egipcios. Quizá el tiempo y el espacio no existan, y sean una invencion de los humanos, que, imperfectos, los necesitamos para poder vivir; y, en el mundo de los dioses, no haya tiempo ni espacio. ¡Quién fuera una diosa egipcia a la que el tiempo no pone límites! De todos modos, yo soy una humana imperfecta y me gusta serlo: no puedo vivir sin tiempo. 
    • ¿Es el tiempo infinito como en este cuadro?. Dentro de la habitación, un reloj, el tiempo del hombre; fuera, al otro lado de la ventana, la eternidad. Tranquiliza pensar que el tiempo no se termina; que tenemos el reloj en casa y, cuando salimos, la eternidad nos espera . Pero... a mí, este cuadro siempre me deja una sensación rara:  veo a un hombre sentado, sin hacer nada, de espaldas al reloj, dejando pasar el tiempo.

         Vuelvo al principio. Miro en el diccionario y leo un montón de definiciones que no me sirven. No dicen nada del Tiempo con mayúscula, ese que querríamos que no se acabara; ni de cuando tienes dos tiempos porque vives entre dos espacios, o entre dos personas. Se olvidan de decir que es relativo, porque, a veces, unos minutos pueden durar más que una vida entera. Cierro el diccionario y me doy cuenta de que, en realidad, no necesito saber qué es el tiempo, lo que necesito es vivirlo.  
          
    Por cierto...¿alguien por ahí sabe cómo funciona el tiempo? 

    sábado, 4 de septiembre de 2010

    Balance.


     Kazimir S. Malevich, Mujer con rastrillo.
      
    En pie, ante un mar y un cielo desproporcionados con las medidas humanas; hecha de piezas de varios colores encajadas unas con otras y con un rastrillo en la mano. Está serena y preparada. Creo que, de un momento a otro, se dispone a ir a su trabajo. No va a salir corriendo; no quiere quemar fuerzas en el camino, que el día pinta duro. Sabe exactamente lo que le espera: un pequeño trozo de tierra lleno de malas hierbas. Es consciente de aquello con lo que cuenta: un rastrillo, no muy grande, quizá no demasiado fuerte, pero una herramienta, al fin y al cabo; y ... además del rastrillo, están sus manos, a las que las horas trabajando la tierra han hecho hábiles y sabias. 


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          Llevo unos días cerrada por inventario. Haciendo recuento de mí misma. Suena a principio de etapa, a cambio radical. Pero no es así. No es que quiera dar un giro de ciento ochenta grados; sino que estoy haciéndole una limpieza general a mi vida: sacar todo, tirar, guardar, clasificar, arreglar y comprar cosas nuevas. No va a resultarme tan complicado... ¡tengo un rastrillo en la mano!