En mi lista hay tres "mis" poco habituales. Dos han llegado como efectos colaterales y necesarios de mi fractura de maléolo (me costó tanto aprender esta palabra, que no puedo por menos que aprovechar la más mínima oportunidad para "exhibirla") y están ahí con carácter temporal; el otro es un efecto colateral, aunque no necesario, de mi trabajo y, por las maneras que apunta, creo que es de los que no se va ni con agua caliente. Mi traumatólogo, mi fisioterapeuta, mi espía particular. ¡No hace falta especificar en qué categoría meto a cada uno de ellos!
Llegados a este punto, un par de "cosillas" sobre mi trabajo. No es ilegal, ni emocionante, ni implica el uso de armas de ningún tipo. No trabajo para una mafia del este, ni para los servicios secretos, ni en un sitio que tenga que ver con el enriquecimiento de uranio. No soy la que, cada mañana, le pasa la bayeta y el "Don Limpio" al botón ese rojo ese que, según cuentan en la películas, desencadenaría la Tercera Guerra Mundial; ni tomo decisiones de las que salen en los periódicos. Simplemente, hago un trabajo muy normal, en un sitio... cómo diría yo... de esos (oficiales o no) en los cuales se supone algo que nadie te dice antes de entrar: que tienes que estar "disponible". Y yo... soy muy rara: no me dejo llevar, soy independiente y ... tengo unos ciertos principios éticos. En un momento dado, en medio de una conversación indecente y (a pesar de que carecía de cualquier expresión malsonante, o alusión al sexo) no apta para horario infantil, puse en una frase algo que ya llevaba años diciendo sin palabras: "yo vendo mi trabajo; vendería, si la encontrase, la fórmula de un chocolate que no engordase nada; pero, mi conciencia no está en el mercado". Y, no es difícil imaginarse, que esos son el tipo de frase y el tipo de actitud que no ayudan mucho a sobrevivir en la jungla.
Puedo incluso comprender que indaguen ("investiguen", dicho en jerga) acerca de una persona antes de que entre a trabajar pero, de ahí a que tu vida se convierta en un reality... va un mundo. Es como si continuamente te cantasen al oido eso de "cada vez que respiras, cada movimiento que haces, cada lazo que rompes, cada paso que das, te estaré vigilando", además de unos cuantos "cadas" mucho más...cotidianos.
Una pieza fundamental del engranaje: el espía personal (no es jerga de ellos, el término lo he creado yo misma). Ponen siempre a alguien que te conozca bien y, sobre todo, muy cercano a tí, de modo que tenga acceso a tu casa, que se relacione contigo, que sepa de tí... Él, por supuesto, no te "investiga" sólo a tí, pero es, por llamarlo de alguna manera, el experto en temas relacionados contigo. Para esta misión de cuyos
resultados, al parecer, depende la seguridad nacional, en mi caso han elegido nada más y nada menos que a "J" (a quien ya dediqué un "post" hace unos días).
No sé muy bien cómo definir a "J". En realidad, no sabría ni con qué nombre presentarlo. Es un "josealgo", al que conocí ya sin el "algo" y que ahora utiliza un "alias" tan cómico que no soy capaz de teclearlo sin que me entre la risa tonta. Viene a ser una de esas adaptaciones ridículas de un nombre que se hacen pronunciándolo con acento local, casi casi una caricatura; algo así como pronunciar las "erres" como "ges" para afrancesar; hacer las "tes" y las "des" raras y poner entonación mascachicle para darle un toque estadounidense... ¿Cómo lo describo? Imaginaos un James Bond elegante, con clase, cabeza fría, nervios de acero, que vuelve loca a la primera Mata Hari enemiga que se le cruza por delante... y, ese superpoder suyo que me fascina: ser capaz de salir incluso de un basurero con el traje impecable y con aspecto de recién duchado. ¿Ya está? Pues... nada de esto, más bien sería ¡justo al revés!
P.D. Sería un puntazo que el mismo "J" en persona, continuando con su costumbre de aparecérseme en sitios inesperados, se "pasase" por los comentarios como anónimo; pero, eso sí, con alguna expresión que me permitiese identificarlo sin margen de error.