Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

miércoles, 25 de abril de 2012

Esto no es una ficción...

...es el relato fiel de algo que me sucedió hace unas semanas.


Sviatoslav Richter, Junto a la Iglesia


    Tenía ganas de llegar al hotel. Era de noche y llevaba en una bolsa de supermercado una botella de agua, una caja de zumo y un par de cajas de plástico transparente con comida preparada. Ya estaba cerca. Pasé el aparcamiento de cochazos negros con chófer que está junto al restaurante caro, crucé la calle, llegué a la Catedral. Faltaba poco, junto a la Catedral estaba el hotel. Vi algo extraño.Junto a la verja de entrada al recinto del hotel había dos tipos raros.Inmediatamente se me disparó el dispositivo de alarma. No había una explicación lógica para que, a esas horas, dos personas estuviesen allí, junto a la verja. El único motivo medianamente razonable para que estuviesen allí es que esperasen a alguien; pero ¿a quién? ¿a alguien del hotel? no, hubiesen entrado. Tal vez hubiesen quedado; no, quedar en un lugar así no encaja con la mentalidad de Ciudadadoptiva. Definitivamente, eran matones. Tal vez tuviesen algo que ver con el que, no hacía mucho, me había esperado por la mañana en el mismo sitio y me había seguido descaradamente. Claro que eran matones. Eran como de película mala. Uno era el matón grande con pinta de tonto; el otro, el matoncillo pequeño con pinta de ¡más tonto!  

    En ese momento éramos las únicas personas que había allí. Y no me gustaba la idea de abrir la verja y meterme al recinto. Al fin y al cabo, ellos estaban ahí y podían haber entrado a la vez. Los metros que separan la verja del edificio no me resultaban precisamente tranquilizadores. Una frase me machacaba la cabeza: "uno de los momentos más vulnerables es cuando estás entrando en tu casa". Y eso era exactamente lo que yo me disponía a hacer: entrar en mi casa.

    Me paré a unos diez metros de ellos y me dediqué a contemplar la Catedral. Y mientras miraba la portada, los pináculos, las torres... pensaba qué hacer. La respuesta no tardó en llegar. La situación era potencialmente peligrosa y requería estar preparada y dispuesta a actuar. No me gustaba mucho tener que hacer eso, me resulta especialmente desagradable; pero... estaba sola, con esos dos tipos y dudo mucho que alguien pudiese haberme oído si gritaba. Me dirigí hacia la entrada y ellos, automáticamente, se colocaron de manera que yo no les veía la cara. Pero... yo soy muy prevenida y siempre llevo muy a mano mi "superguardaespaldas" de bolsillo. Metí la mano en el bolso, no era difícil encontrarlo sin mirar: ese tacto metálico... Ya lo tenía en la mano. Me situé a su espalda e inmediatamente uno de ellos se giró hacia mí. Pero yo había sido más rápida: ahí lo tenía, bien "enfocado", yo sólo tenía que apretar y ... creo que él saldría perdiendo. 

    No tuve que apretar. Cuando se dieron cuenta de que eran el objetivo de mi "superguardaespaldas"; se marcharon de repente. Pero no se fueron juntos: sino uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Abrí la verja y me metí en el recinto. Respiré hondo; no había tenido que hacer algo que me resultaba desagradable.  Disfruté de un precioso paseo hasta la puerta del hotel, con la Catedral a un lado y pisando nieve nueva. Cuando entré al hotel guardé el móvil en el bolsillo, feliz de no haber tenido que hacerles una foto a aquellos dos tiparracos. Ya lo he dicho antes: me resulta tan desagradable... hacer fotos a desconocidos.

6 comentarios:

  1. Un magnífico relato, con intriga y un final imprevisible, pero es mucho más seguro que el móvil, además de disparar fotos, disparase balas. Claro que todo no se puede tener.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Disancor. No sé si lo de las balas sería más seguro. A veces un arma se vuelve en tu contra. Gracias a Dios, bastó con la amenaza de una foto.

      Besos

      Eliminar
  2. Que sinvivir, el tuyo.
    Me acabas de dar una idea para una entrada.

    ResponderEliminar
  3. Con tus relatos/historias/vivencias siempre me provocas una sensación de nervios y tensión bajo un sutil toque de ironía y humor. Me gustan.

    ResponderEliminar