Se despertó mi más primitivo instinto de defensa de mi territorio. Un libro de conjuros; un ritual con velas de colores; incienso... pero el problema, lejos de solucionarse, iba a peor. Yo me encontraba cada día más tensa; no es que tuviese miedo, sino que sentía que me habían invadido. Por aquel entonces, el fantasma había hecho ya de mi hogar el suyo y cada vez era más real; había pasado de ser una simple sensación a ser una
presencia. Llamé a un chamán centroasiático; pero, cuando le abrí la puerta, una ráfaga desagradable me bajó
por la espalda y... le pedí que se marchase; tuve que insistir para que aceptase una compensación económica por haber gastado su tiempo. Cerré la puerta sin ganas
Me senté en el sofá, con los pies encima de los cojines y asumí, al fin, mi derrota. Y... el fantasma por primera vez ocupó su lugar en el sofá. Podía verlo, no con los ojos, sino con la mente. Se agarró a mí. No sabría decir si me abrazaba o me sujetaba. Pero estaba ansioso, desesperado, como si yo fuese su última, y quién sabe si única, posibilidad de solucionar algo. Miré hacia donde se suponía que él estaba, mantuve los ojos muy abiertos y, en ese momento, quise preguntarle. De alguna manera me contestó.
Vasily Kandinsky, "Línea blanca"
Vasily Kandinsky, "Mi comedor"
Los días siguientes trajeron cambios. Al principio se me hacía raro saludarle al entrar o hablar con él de tonterías; pero logré acostumbrarme. El fantasma iba sintiéndose cada vez menos invisible y agradecía mucho el que me preocupase por él. El aire de la casa era cada vez menos pesado y en la habitación no se respiraba ya angustia. Los que venían a casa se sentían a gusto y no notaban nada raro.
Una noche sentí como mi fantasma salía por la puerta del piso. Ya no era un anciano, era un hombre que caminaba con la espalda recta. El perro de los vecinos empezó a aullar.
_ _- .
Cada mes le entregaba a mi casero la correspondencia. Recibos; alguna carta despistada a su nombre; sobres del banco... siempre lo mismo. Me llamó la atención aquella caligrafía, con la letra cuidadosa de una persona anciana; quién sería ese I. S.; y el remite: la Asociación de Veteranos... Mi curiosidad necesitaba respuestas: - IS ... era el hermano de mi padre. Murió hace cinco años. Vivía solo en este piso, mi mujer y yo veníamos a visitarlo una vez por semana y cuidábamos de él. Sí, luchó en la guerra pero no sabemos mucho ... no le gustaba hablar de ello... No tuvo hijos y por eso, heredamos nosotros este piso...
Hemos pasado del síndrome de Estocolmo a una de fantasmas así, sin más....no me quejo....pinta bien.
ResponderEliminarUn alto en el camino. Para descansar de los especiales, nada mejor que dejar volar la imaginación y dejarse llevar.
ResponderEliminarNo me gustan mucho las historias de miedo, ¡porque me dan miedo!
ResponderEliminarEsta sí me ha gustado :-)
El fantasma era tu tío... ahora entiendo. Pero no te preocupes, los fantasmas somos así... damos miedo un poquito, pero en el fondo somos mimosos...
ResponderEliminarGran historia! y confieso que Kandinsky siempre tuvo algo que llamó mi atención. No sé qué es y tengo unos conocimientos de arte limitados y prácticamente autodidactas. Seguiré buceando por tu blog, tienes una seguidora más. Saludos
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Teresa! :)
ResponderEliminarPeregrino púrpura, interesante ... eres un fantasma... dime... ¿qué tipo de fantasma?
ResponderEliminarP.D. Los fantasmas no dan miedo, a veces dan más miedo los humanos.
Gracias, María, por tu comentario y por quedarte por aquí. Yo también le encuentro a Kandinsky ese no sé qué. Me gusta muchísimo.
ResponderEliminarUn abrazo
Booooooooo! Jejeje.
ResponderEliminarYo le tengo miedo a todo, vivos, muertos, fantasmas. A todo.
En casa teníamos un fantasma. Lo descubrimos porque Homero, mi perro, cada vez que asomaba la nariz al cuarto de mi mami salía temblando y corriendo, y no había forma de que entre allí. Luego se enojó con mi tía (el fantasma, no Homero) y le prendía y le apagaba la tele. Hasta que un día rompió un espejo y mi tía le dijo: ¡BASTA! Te vas de esta casa porque no te hicimos nada... (claro que acompañado de rezos, porque en casa somos todos creyentes). Y un día se fue por completo. O quizás siga ahí, pero entonces debo pensar que se ha hecho amigo de Homero.
Me gustó esta historia.
Muchos besos, María.
Lo de que alquilé un piso en el que vivía también el fantasma del tío de mi casero es una historia inventada. En mi casa han pasado muchas cosas atípicas, pero, de fantasmas...¡nada! Por si acaso, digo... ¡nada... todavía!
ResponderEliminarBesos
Si fuera de verdad, seguro que tambien querría quedarse contigo...que será fantasma pero no tonto.
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias, Guardián del Faro.
ResponderEliminarBesos
Qué bonita historia, ¡me encantan los fantasmas! De pequeña quería tener un castillo solo porque creía que solo habitaban en ellos..., pero veo que no, que también están en tu casa,..:)
ResponderEliminarSupongo que habrá más partes, porque ahora me apetece saber algo más del podre hombre que ahí murió...
Besitos.
Campoazul, me lo pones muy difícil. Tendré que preguntarle a su sobrino, que era mi casero... el problema es que preguntarle a un casero inventado, por un fantasma inventado...¡me va a llevar un tiempo!
ResponderEliminarBesos
Sí, tal y como decías es importante dejarse llevar. Siempre puede uno acabar sorprendiéndose de uno mismo. Un beso.
ResponderEliminarTom, ¡me gusta mucho tu comentario! Sorprenderse a sí mismo...¡todo un reto! Ahora que, cuando lo consigues... ¡está muy, pero que muy, bien!
ResponderEliminarUn beso