Ahí estaba yo en la sala de espera del traumatólogo, en medio de una de esas ceremonias importantes que marcan para siempre: ponerme el zapato izquierdo. Ni siquiera quité los restos de yeso que me quedaban en el pie; me puse un calcetín encima. Metí la mano en la bolsa ... ¡que bonito era mi zapato! ... Empecé a sentir cómo algo firme y a la vez flexible arropaba mi pie. Por un instante ... me sentí Cenicienta.Y... yo que andaba hacía tiempo buscando el principio de un nuevo cuento en mi vida...

jueves, 4 de noviembre de 2010

De caza.


Cinco hombres, miembros de una unidad especial de élite, tras recibir las últimas instrucciones de su jefe, salen de caza. Van en busca de presas de esa especie indefinida de bestias que tal vez un día fueron humanos. Atrapan a dos tipos que caminan despacio apestando la calle con su olor a miseria. Uno se resiste, un pequeño contratiempo. Lo dejan malherido cerca de un centro asistencial. El otro no da problemas; con él pueden hacer su “trabajo” le inyectan el anestésico ese tan fuerte que hay que experimentar en humanos. No hace falta un estudio previo, ni personal sanitario... ¡para qué! … sólo es basura. Una vez usado, lo tiran por ahí (todavía bajo los efectos de la anestesia).

Capturan a la tercera cobaya, un mendigo que ya ni pertenece a la raza humana. Una mala elección. Este ejemplar estaba demasiado deteriorado. Muere por efecto de la inyección de pentotal. No resistió el experimento.




Es una ficción basada en una historia que leí hace tiempo, que volvió a caer en mis ojos después y que, hace un par de días se metió otra vez en mi camino. Podría leerla o escucharla mil veces más y no dejaría nunca de producirme escalofríos.  

Los servicios secretos españoles, en 1988 (cuando todavía se llamaban CESID), llevaron a cabo, presuntamente, una operación ("Operación Mengele") cuyo objetivo era secuestrar en Francia a algún miembro de ETA (leí que era Josu Ternera) y traerlo por la fuerza a España. Parte esencial de la supuesta operación era un anestésico muy potente (pentotal) que un cardiólogo colaborador les facilitó. Según he leído, experimentaron con tres mendigos (dos de ellos eran drogadictos) a los que se administró la sustancia por la fuerza y sin control médico, uno de los cuales murió. Dicen que algunos agentes del CESID dimitieron por escrúpulos morales al conocer la operación (de ser esto cierto, la deducción obvia es que para el resto no hubo conflictos éticos que les impidiesen continuar en La Casa). Aunque es obvio, quiero resaltar que en el año 1988 España era ya una democracia. 



  
Excepcionalmente, ésta es una entrada sin comentarios. 

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